Una final con tintes b¨ªblicos
Tenemos fervor (LeBron), ¨¦xodo (Curry), un elemento virginal (campe¨®n in¨¦dito) y David contra Goliat (Dellavedova)
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Si eres de los que prestan atenci¨®n a los detalles, ya te habr¨¢s dado cuenta de que las tramas que articulan las finales de la NBA de esta temporada tienen tintes b¨ªblicos. Tenemos fervor (LeBron James est¨¢ alcanzando todo lo que los profetas anticiparon que llegar¨ªa a ser). Tenemos un ¨¦xodo (Stephen Curry trata de guiar a su franquicia a la Tierra Prometida). E incluso hay un elemento virginal pues, gane quien gane, tendremos un campe¨®n in¨¦dito despu¨¦s de a?os y a?os sin que se diese esa circunstancia. (Golden State Warriors gan¨® el anillo en 1975, pero todo el mundo sabe que si te pasas 40 a?os sin sexo vuelves a ser virgen. Me suena haberlo le¨ªdo en la Carta a los Corintios).
Pero quiz¨¢, el argumento b¨ªblico m¨¢s obvio sea el m¨¢s popular: David contra Goliat, como se?al¨® el diligente y desbordante escolta de los Cavaliers, Matthew Dellavedova. Dellavedova juega al baloncesto como los locos de Mad Max: Furia en la carretera, especialmente en la escena en la que inyectan gasolina directamente en el motor mientras conducen desde el cap¨® de sus coches.
Dellavedova juega como los locos de Mad Max: Furia en la carretera especialmente en la escena en la que inyectan gasolina directamente en el motor mientras conducen desde el cap¨® de sus coches
Cualquiera podr¨ªa pensar que la mayor¨ªa de los aficionados est¨¢n rendidos a su forma de jugar. Al fin y al cabo, es uno de nosotros: un David con su honda. Pero, curiosamente, tambi¨¦n tiene detractores, gente que no le soporta y que se burla de su estilo deslavazado. Una postura que es casi contra natura porque, al fin y al cabo, ?no buscamos identificarnos con nuestros h¨¦roes deportivos?
Bueno, puede que no sea suficiente. Especialmente si a quien admiramos nos recuerda lo que pudimos haber sido y nunca llegamos a ser.
Ver a LeBron es admitir la diferencia con lo que somos. Mide 205 cent¨ªmetros, pesa 120 kilos y, probablemente, podr¨ªa saltar desde un segundo piso al suelo sin hacerse da?o. El aficionado siente cierta seguridad en la distancia: lo ¨²nico en lo que se equivoc¨® para no ser como ¨¦l pasa por no haber crecido hasta medir esos 205 cent¨ªmetros.
Ver a LeBron es admitir la diferencia con lo que somos. Mide 2,05 metros, pesa 120 kilos y, probablemente, podr¨ªa saltar desde un segundo piso al suelo sin hacerse da?o
Dellavedova (193 cm, 90 kg) quiz¨¢ se parece demasiado a nosotros. Se enfrenta a sus limitaciones y nos recuerda que, tal vez, si nos hubi¨¦semos esforzado un poco m¨¢s podr¨ªamos haberlo logrado. As¨ª que, para ahogar esa vocecita interior, el aficionado le descalifica y le define como un jugador sin un talento especial, alguien falto de coordinaci¨®n o, directamente, incompetente. De esta forma, regresamos a nuestra zona de confort en la que nuestros fracasos son culpa de ¡°aquel maldito entrenador¡±, ¡°aquellos entrenamientos que me perd¨ª porque estaba de resaca¡± o porque ¡°me falt¨® un f¨ªsico extraordinario¡±.
?Quiere esto decir que ese seguidor se pone del lado de Goliat? No necesariamente. S¨®lo quiere decir que la gente prefiere no tener que enfrentarse a sus fracasos mientras ve un partido de baloncesto. Nadie quiere lecciones de superaci¨®n de Matthew Dellavedova. En todo caso nos sentimos m¨¢s c¨®modos viendo c¨®mo las imparte un superh¨¦roe de dimensiones casi divinas como LeBron James.
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