Bolt afianza su reinado y se lleva tambi¨¦n los 200 metros
El jamaicano vuelve a batir al estadounidense Justin Gatlin con una marca de 19,55s
Hablan por ah¨ª de gente con poderes, de gente cuya sola voluntad, o sus manos o su mirada, puede convertir el agua en vino, la tormenta en calma, la materia en aire, la noche en d¨ªa, las leyes de la fisiolog¨ªa en palabrer¨ªa. A algunos les llaman predicadores y a otros enga?abobos, y suelen dedicarse a oficios extra?os y no muy bien vistos, secretos. Hay uno de entre ellos, sin embargo, que ni es predicador ni reverendo, pero ejerce sus poderes ante las masas que, gozosas en el estadio por miles o embobadas ante su pantalla televisiva por cientos de millones, sucumben a su poder mental, se postran y le adora. Ese uno es un atleta. Se llama Usain Bolt. Es jamaicano, tiene 29 a?os y el jueves en la noche de Pek¨ªn, antes de ganar, como se deseaba, como se esperaba, la final de los 200m de un Mundial por cuarta vez consecutiva, se transform¨® a s¨ª mismo, luego trastorn¨® al mundo entero, que, un¨¢nimemente, exactamente 19,56s despu¨¦s de las 14.55, hora espa?ola, emiti¨® por sus gargantas secas una sola exclamaci¨®n: ?Qu¨¦ barbaridad! Solo 19 cent¨¦simas de segundo despu¨¦s, menos tiempo del que dura un parpadeo pero una eternidad para quien perd¨ªa el tren, una mitad del mismo mundo compasivo suspir¨® un ¡®pobrecito el americano¡¯ que siempre pierde, dedicado a Justin Gatlin, el tigre convertido en gatito por los poderes extraordinarios del atleta sin l¨ªmites; la otra mitad grit¨® palabras que no se pueden escribir y hablaron entusiasmados de justicia deportiva y de dopaje. El bronce fue, por dos mil¨¦simas, para el sudafricano Anaso Jobodwana (19,861s frente a los 19,863 del paname?o Alonso Edward).
Como anunciando el advenimiento de un suceso ¨²nico, cuando Bolt y los otros siete finalistas de la carrera entraron en la pista, el viento que nunca deja de revolver los papeles en las gradas superiores del Nido, se calm¨®; la temperatura aument¨® hasta los 26 grados, la humedad descendi¨®, y tras un respiro de silencio de apenas unos segundos el estadio volvi¨® a chillar. Despu¨¦s todos los espectadores se quedaron serios, como serios estaba los rostros de los dos atletas que se bat¨ªan en duelo, magnetizados por sus preparativos. La carrera m¨¢s importante hab¨ªa llegado. El momento. No se reprodujo el ambiente de show festivo que rode¨® el domingo la final de 100m, ni Lang Lang ni reggae ni fuegos artificiales o planos de la luna. Gatlin, batido entonces por una sola cent¨¦sima, hab¨ªa anunciado que, en realidad la carrera en la que hab¨ªa depositado sus esperanzas para romper la tiran¨ªa del jamaicano era la de 200m. Y Bolt, serio toda la semana, le hab¨ªa respondido que se equivocaba, que el 200m, la prueba que le hizo figura mundial cuando solo ten¨ªa 15 a?os y era un escolar de mochila y piernas demasiado largas para su cuerpo torpe, era la carrera que a ¨¦l le trascend¨ªa, la distancia, mitad curva, mitad recta, que le convert¨ªa en otra persona, que nadie, ni siquiera ¨¦l, pod¨ªa hablar de ella en vano. Y ese instante m¨ªstico vivido por Bolt se transmiti¨® al estadio y a sus rivales, y ah¨ª naci¨® la tensi¨®n que solo el ?bang! del disparo de salida fue capaz de romper. Entonces entraron en acci¨®n los que entienden de atletismo, los exatletas convertidos en gur¨²s, los comentaristas, los f¨ªsicos y hasta los dibujantes t¨¦cnicos.
El trazado de la curva de un estadio es una cosa sencilla, un comp¨¢s y poco m¨¢s, que los atletas en plena carrera convierten en un misterio. Tanto Bolt como Gatlin, como Mo Greene, como todo tipo de entrenadores, estaban de acuerdo: la curva decidir¨ªa la carrera. La curva, que no est¨¢ peraltada como la de los vel¨®dromos, permite, al atleta que sabe dibujar bien sus apoyos sobre ella embocar la recta final con un empuje extra. La curva, pensaba, y as¨ª lo dijo, Gatlin, debe ser m¨ªa. Contaba el norteamericano con varios factores a su favor. ?l part¨ªa por la calle cuatro, lo que le permit¨ªa tener a la vista a Bolt como el cazador tiene a la vista a la pieza que busca, mientras el buscado, en su papel de se?uelo, no pod¨ªa ver lo que ocurr¨ªa a sus espaldas, deb¨ªa correr como quien hu¨ªa. Gatlin, adem¨¢s, aunque no tan r¨¢pido de reacci¨®n como Bolt (tard¨® 14 cent¨¦simas de segundo m¨¢s en despegar sus zapatillas de los tacos) es m¨¢s bajo y m¨¢s explosivo, tarda menos en ponerse en acci¨®n. Y sus piernas, m¨¢s cortas, deber¨ªan ser m¨¢s efectivas corriendo casi de lado. Y pese a todo, terminada la curva, Gatlin pudo ver que a su derecha, dos calles m¨¢s all¨¢, el cuerpo de Bolt, enorme unos cent¨ªmetros por delante, era un muro que le costar¨ªa derribar. Y aunque ya entonces todos daban por perdida la carrera para Gatlin, este se empe?¨® en seguir combatiendo.
Casi como en la final de los 100m Gatlin lleg¨® casi a igualar a Bolt. En los 100m, conseguido ese objetivo, a cinco metros de la l¨ªnea, se precipit¨® y se lanz¨® adelante, trastabillando. En los 200m, llegado ese momento, cuando a¨²n la recta se extend¨ªa otros 50 metros m¨¢s, Bolt, el trascendido, el transformado, el atleta nacido para correr los 200m, la carrera que ama, la distancia que le corresponde, pareci¨® el avi¨®n que despega al final de la pista. Fue el efecto ¨®ptico que produjo el agotamiento final de Gatlin, que ya no pod¨ªa m¨¢s, combinado con la exuberancia y la frescura del atleta con poderes extraordinarios.
Si en los 100m no tuvo ni una cent¨¦sima de respiro, en los 200m Bolt tuvo tiempo de relajarse para disfrutar de su triunfo, para golpearse el pecho. Luego, en su slang de Kingston dijo: ¡°One Don¡±, que, traducido, significa, ¡°one boss¡± (un jefe). Y Gatlin, convertido, dijo am¨¦n.
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