Contra la locura y desesperaci¨®n
¡°La ceremonia de la inocencia se ahoga¡±. WB Yeats, poeta irland¨¦s
Un estadio de f¨²tbol; bares y restaurantes; un teatro. Tiene su demencial l¨®gica. Los que rinden culto a la muerte eligen como objetivo los lugares donde los dem¨¢s celebramos la vida. Los que solo conciben la felicidad en el cielo detestan a los que la encontramos de manera fugaz en la tierra.
El d¨ªa anterior a los atentados en Par¨ªs del viernes 13 un par de bombas terroristas mataron a 43 personas en Beirut. Le escrib¨ª a un amigo que vive ah¨ª para preguntarle c¨®mo explicaba estas cosas a sus dos hijos peque?os. ¡°Con dificultad¡±, me respondi¨®. Ahora que Beirut ha llegado a la capital francesa uno se pregunta c¨®mo los padres se lo explicar¨¢n a sus hijos all¨¢. O en Londres, o en Madrid, o en ?msterdam, o en Berl¨ªn. Todos los que vivimos en las grandes ciudades europeas somos parisinos hoy, todos compartiendo su dolor y todos vulnerables a que en cualquier momento, en cualquier lugar, se ahoguen las ceremonias de nuestra inocencia en sangre.
La verdad es que no hay manera de explic¨¢rselo a un ni?o porque apenas hay manera de explic¨¢rselo a un adulto, mucho menos a los padres de las decenas de j¨®venes que murieron por la macabra casualidad de que fueron a un concierto de un grupo de rock californiano llamado Eagles of Death (Las ?guilas de la Muerte) en el teatro de Bataclan.
Por m¨¢s que nos cueste, tendremos que encomendarnos a la polic¨ªa y a los servicios secretos, a reconciliarnos con las escuchas telef¨®nicas y al acceso a nuestros mensajes por Internet
Esta semana, por otra casualidad, he estado releyendo El agente secreto, una novela de Joseph Conrad publicada en 1907 cuyo prop¨®sito es anatomizar precisamente fen¨®menos como el de Par¨ªs en 2015. El objetivo del terrorista, escribe Conrad, es ¡°un acto de ferocidad destructivo tan absurdo que es incomprensible, inexplicable, casi impensable¡±; el origen de su ¡°odio hacia las multitudes¡±, el resentimiento existencial del humillado.
El cerebro terrorista de la novela, cuyo equivalente hoy ser¨ªa el autodenominado ¡°califa¡± del Estado Isl¨¢mico, se llama ¡°el Profesor¡±, al que Conrad describe como ¡°un agente moral de la destrucci¨®n¡±: ¡°Terrible en la simpleza de su idea, apelaba a la locura y la desesperaci¨®n para la regeneraci¨®n del mundo¡±. El Profesor, escribe Conrad en la frase final de su novela, era ¡°una peste en las calles llenas de hombres¡±.
As¨ª, quiz¨¢, haya que entender al fen¨®meno terrorista que nos amenazar¨¢ y nos perseguir¨¢ durante muchos a?os m¨¢s en los estadios, en los bares, en los aviones, en los trenes: como una peste, una plaga, una fuerza letal de la naturaleza como la malaria o el c¨¢ncer. Podremos tomar medidas para minimizar los riesgos, pero no podremos eliminarlos de nuestras vidas. Por m¨¢s que nos cueste, tendremos que encomendarnos a la polic¨ªa y a los servicios secretos, a reconciliarnos con las escuchas telef¨®nicas y al acceso a nuestros mensajes por Internet. Las bienintencionadas campa?as de los Julian Assange y los Edward Snowden de repente se vuelven no solo irrelevantes sino irresponsables. El precio de que la CIA se entere de que vemos porno, o somos infieles a nuestros c¨®nyuges, u odiamos a nuestros jefes vale la pena pagarlo si la recompensa es que salvemos un par de vidas. Si no, que se lo pregunten a los padres de las v¨ªctimas de Bataclan.
Se habl¨® de cancelar un partido entre Inglaterra y Francia programado para el martes en el estadio de Wembley. Ser¨ªa un error. La democracia y la civilizaci¨®n que han conquistado estos dos pa¨ªses se debe a siglos de conflicto y lucha, en parte a las guerras que libraron entre ambos en la edad media y en tiempos de Napole¨®n. Hoy no son enemigos, son aliados que juegan amistosos de f¨²tbol.
Si no juegan el martes, ser¨¢ otra victoria m¨¢s para aquellos cuya cultura permanece anclada en la ¨¦poca premedieval, gente pose¨ªda por una locura tan aterradora, como escribi¨® Conrad, ¡°porque no se puede aplacar con amenazas o con persuasi¨®n¡±. Lanzar ataques a¨¦reos contra ellos es tirar bombas contra mosquitos; dialogar con ellos hoy es inconcebible. Pero s¨ª podemos mantener nuestra dignidad y nuestro coraje y no sucumbir al miedo que nos quieren provocar. Habr¨ªa pocas maneras mejores de hacerlo hoy que seguir adelante con la inocente ceremonia del f¨²tbol en Londres, un mensaje desafiante a los que aman la muerte de que nosotros no nos desesperamos ni nos ahogamos; que, pese a todo, seguiremos celebrando la vida.
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