El feliz Alonso
La manera en que se ape¨® del b¨®lido, y se acomod¨® en una sillita de camping, con vistas a la Q1, para celebrar que no hab¨ªa nada que celebrar, puso el final perfecto a una historia horrible
En McLaren todo ha salido mal, casi a la perfecci¨®n. Su temporada ha encadenado tantos fiascos que, en el fondo, hasta tiene sentido que Fernando Alonso la haya celebrado sent¨¢ndose a tomar el sol en la curva donde su coche, un d¨ªa m¨¢s, acababa de dejarlo tirado. Tal vez el piloto asturiano pens¨® que las ocasiones hay que aprovecharlas como vienen, aunque vengan torcidas. Era cruel malgastar la pen¨²ltima carrera del Mundial mostr¨¢ndose descorazonado y gris, despu¨¦s de un campeonato horrible, con carreras que a menudo acaban en la primera vuelta.
Cuando los problemas se suceden, como ocurre en la escuder¨ªa plateada, y sus responsables afirman que pronto se arreglar¨¢n, pero en su lugar se agrandan, esos problemas ya solo sirven para re¨ªrse. No ve¨ªa algo as¨ª desde hace tres a?os, cuando uno de los atletas participantes de la Carrera de San Marti?o (Ourense), en el segundo kil¨®metro se arrastraba ya sin aliento, p¨¢lido, y al pasar al lado de una pulpeira pidi¨® dos raciones bien picantes y desisti¨® del sue?o de completar el recorrido.
La manera en que Alonso se ape¨® del b¨®lido, y se acomod¨® en una sillita de camping, con vistas privilegiadas a la Q1, para celebrar que no hab¨ªa nada que celebrar, puso el final perfecto a una historia horrible. ?Qu¨¦ m¨¢s pod¨ªa hacer? ?Tirarse de los pelos, escupir con asco, irse a la cama a las siete de la tarde? En t¨¦rminos poco menos que filos¨®ficos, el gesto de Alonso ven¨ªa a expresar que la tristeza ya no le pone triste, sino lo contrario, como las extra?as noches en las que el alcohol deja a uno circunspecto y sobrio. En ese momento, con el coche muerto, s¨®lo ech¨¦ en falta que un asistente de carrera se acercase al piloto, le palmease la espalda con j¨²bilo y, como si tener algo que fumar le pareciese lo ¨²nico importante en la vida, le dijese: ¡°Ten, muchacho, toma un buen puro. ?Enci¨¦ndelo y s¨¦ alguien!¡±, igual que en El blues de Pete Kelly.
El abatimiento tiene un l¨ªmite m¨¢s all¨¢ del cual no interesa viajar. Alcanzada tal cota, a veces evoluciona, sin descartar que lo haga hacia la felicidad. No pasa nada si uno fracasa. Aun si fracasa mucho existen maneras de llevar la cabeza alta y enarbolar el entusiasmo en mitad de un d¨ªa negro. A veces conviene re¨ªrse del destino. Carlos Casares contaba que cierta ma?ana, mientras se dirig¨ªa en su coche a Vigo, se cruz¨® con un autob¨²s lleno de gente que perd¨ªa gasolina a mares. El conductor se detuvo en el arc¨¦n y, por precauci¨®n, mand¨® bajar a los pasajeros. El escritor y editor gallego se fue a trabajar y algunas horas m¨¢s tarde volvi¨® a pasar por all¨ª, de regreso a casa. El autob¨²s y los pasajeros segu¨ªan en el mismo sitio, tristes pero felices. Uno de ellos hab¨ªa sacado un acorde¨®n, para dulcificar la espera. Casares aminor¨® la velocidad y, muerto de risa, repar¨® en que el autocar averiado hac¨ªa la l¨ªnea entre F¨¢tima y Lourdes. Era un milagro. Normal que estuviesen apenados y contentos.
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