Encolumnados
Diego Simeone lleva al extremo su poder extrafutbol¨ªstico y convierte al Atl¨¦tico en el ogro del sorteo del viernes
Empieza a sospecharse que Simeone no habla en sentido figurado cuando se refiere a dar la vida por los colores. Y que otras expresiones convencionales en el repertorio de un entrenador -dejarse la piel y el alma- las ha transformado el cham¨¢n argentino en una liturgia de sugesti¨®n que convierte a los futbolistas en inmaculados de fuego y hielo.
Creer para querer. Y lo contrario, de tal forma que las limitaciones del Atleti en cuesti¨®n de presupuesto, plantilla, peso pol¨ªtico y estrellas las amortigua Simeone exagerando hasta extremos inexplicables todos los argumentos extrafutbol¨ªsticos.
Me refiero a la psicolog¨ªa, a la magia, a la metaf¨ªsica, a la fortuna y a las dem¨¢s derivadas intangibles que ejerce su propio carisma. Simeone ha transformado el Atleti en una encarnaci¨®n de s¨ª mismo. Jugamos como ¨¦l jugaba: intensidad, presi¨®n, concentraci¨®n, aunque el m¨¦rito de esta transfiguraci¨®n balomp¨¦dica consiste en haber sobrepasado la coyuntura o la excepcionalidad. El Atleti es un grande de Europa gracias a la rutina de la victoria con que Simeone ha desfigurado la leyenda del Pupas armando un proyecto que se reviste de inquietantes connotaciones religiosas.
Parec¨ªa anoche Simeone un iluminado. Abusaba incluso de sus facultades de telepredicador evang¨¦lico, concluyendo que la vida es levantarse, insistir y competir. Y atribuy¨¦ndose el liderazgo de un condotiero: futbolistas, dirigentes, utilleros e hinchas estamos "encolumnados", dijo Simeone a caballo de lo castrense y lo m¨ªstico.
El neologismo, encolumnado, encolumnarse, resume la aspiraci¨®n de haber inculcado un esp¨ªritu gregario, solidario, espartano. Dentro del campo lo padeci¨® el Bar?a. Fuera del campo lo vivimos algunos telespectadores. Un servidor, por ejemplo, se sorprendi¨® a s¨ª mismo corriendo la banda cuando Filipe Luis descolg¨® el slalom que propici¨® el 2-0.
El futbolista brasile?o simboliza el misterio del simeoneismo. Porque la obediencia al grupo no contradice el brillo individual (vaya temporada, la de Sa¨²l). Y porque su excursi¨®n fallida al Chelsea demostr¨® la importancia que reviste el papel motivador, demi¨²rgico, del brujo argentino. Turan, irreconocible en el Bar?a, es el ¨²ltimo ejemplo del s¨ªndrome de dependencia, exactamente igual Griezmann representa el valor evolutivo que Simeone aporta a cualquiera de sus futbolistas (Lucas).
Sab¨ªamos que Antoine iba a marcar el penalti, incluso habiendo tirado mal. Incluso habiendo tocado el balon Ter Stegen. Y sab¨ªamos que el fantasma de Messi iba a malograr el golpe franco posterior. Puestos a dominar las variantes extrafutbol¨ªsticas, Simeone nos ha devuelto la suerte y la buena estrella. Nos ha convertido en el ogro del sorteo.
No se me ocurre mejor demostraci¨®n de esta proeza. Butrague?o sudando en Nyon como si estuviera en el umbral del confesionario. El Kaiser pidiendo la intercesi¨®n de Schwarzenbeck. Y el jeque Sulaiman Al-Fahim colocando el bombo en la direcci¨®n de La Meca. Porque s¨®lo hay una bola caliente.
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