Expediente Houston
El caso de los Rockets es una mala noticia para Harden y Howard, pero confirma que para jugar a¨²n es necesario el factor humano
Estaba preocupado al ver a la NBA dominada por estad¨ªsticas sobre los mejores sitios para lanzar a canasta, las posibilidades de cada jugador para driblar hacia la izquierda o la probabilidad de que Kobe Bryant o Carmelo Anthony pasasen el bal¨®n en los ¨²ltimos segundos de cada posesi¨®n (no muy altas, la verdad).
As¨ª, mientras nos dirig¨ªamos hacia Skynet, ten¨ªa la duda sobre si nos encamin¨¢bamos a un futuro en el que no tendr¨ªa sentido enfundarse las camisetas de nuestros equipos favoritos, devorar palomitas y llenar las gradas de padres e hijos agitando sus dedos gigantes de gomaespuma.
Pero como sucede con la mayor¨ªa de mis desasosiegos, no ten¨ªa razones para estar preocupado. Bueno, quiero decir, tengo razones para estar inquieto por el futuro de un planeta al que seguimos envenenando y que contin¨²a calent¨¢ndose; o porque Donald Trump sea, casi con total seguridad, candidato a la presidencia de EEUU, pero me equivocaba al anticipar que la estad¨ªstica acabar¨ªa con la NBA.
Ni Harden ni Howard tienen mucha idea de c¨®mo se gana. El aficionado aprende que los n¨²meros, como las fotos, son excitantes, pero no comparables con la realidad
En el verano de 2013, los Rockets arrebataron a James Harden y a Dwight Howard al resto de sus numerosos pretendientes con su piquito de oro de vendedor ambulante. Convencieron al primero para firmar por cinco a?os a cambio de 79 millones de d¨®lares despu¨¦s de pactar su salida de los Thunder. Al segundo le ofrecieron 88 millones por cuatro temporadas, menos de lo que habr¨ªa cobrado de haberse quedado en los Lakers.
Los dos ven¨ªan de hacer una temporada extraordinaria y ambos eran, casi insultantemente, j¨®venes: Harden ten¨ªa 23 a?os y Howard 27. Pero lo mejor de todo es que eran los jugadores predilectos del movimiento anal¨ªtico del juego, cuyo rey de facto era precisamente Daryl Morey, reci¨¦n elegido nuevo director general del equipo de Houston. Con esas premisas, todo el mundo daba por hecho que los Rockets ser¨ªan los m¨¢ximos aspirantes al t¨ªtulo durante a?os.
Pero a estas alturas ya sabemos que no ha sido el caso. El equipo ha sido lastrado por las lesiones, sus malos entrenadores y Josh Smith. Pero fundamentalmente el lastre ha venido al comprobar que ni Harden ni Howard parecen tener mucha idea de c¨®mo se ganan partidos. Gracias a ellos (y a Daryl Morey) el aficionado medio se ha regocijado al aprender que los n¨²meros en el deporte son como las fotos de desnudo de personas muy atractivas: son excitantes, son estimulantes y est¨¢n muy bien para ense?¨¢rselas a tus amigos, pero al final te das cuenta de que no pueden compararse con la realidad: el tacto, la cercan¨ªa y la conexi¨®n humana siguen siendo elementos necesarios en cualquier relaci¨®n ¨ªntima, sea ¨¦sta en una cama o en una cancha de baloncesto.
El estrepitoso fracaso de los Rockets es una mala noticia para Harden, Howard y quienquiera que se vaya a sentar en el banquillo la pr¨®xima temporada. Pero es una buen¨ªsima nueva para los fabricantes de camisetas, palomitas y para padres e hijos. Todos pueden estar tranquilos: seguimos necesitando a seres humanos para jugar al baloncesto.
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