Confesi¨®n
Cuando era peque?o me confesaba habitualmente. Digo con un cura. Mi abuelo me llevaba a misa y Don Ram¨®n, el sacerdote, hablaba de paz y de reconciliaci¨®n, de amor por el pr¨®jimo, de la necesidad de tender puentes entre los vecinos (est¨¢bamos enfrentados por el alcantarillado), y de un mundo entregado a la fe en el que no tuviese sitio la violencia. Yo escuchaba atento en el primer banco de la iglesia mirando la estatua de San Gin¨¦s, el patr¨®n de mi pueblo; un hombre representado en el templo con un cuchillo atraves¨¢ndole el cuello. Mir¨¢ndolo, era imposible no imaginar al cura diciendo: ¡°Y ahora, daos fraternalmente la maldita paz¡±.
Yo, como ahora, lo contaba todo, tambi¨¦n a Dios. Un d¨ªa, en medio de una larga y tortuosa confesi¨®n a mis nueve a?os, cuando a¨²n era gaiteiro, el cura me pregunt¨® alarmado cu¨¢l cre¨ªa yo que era la idea del infierno. Estaba muy serio y yo por tanto le respond¨ª muy a¨²n m¨¢s serio:
¡ªLos penaltis de la final de la Copa de Europa. Con el Madrid.
Pas¨¦ las siguientes semanas rezando cosas en lenguas muertas, porque al parecer aquello no era el infierno seg¨²n el Vaticano, siempre por modernizar, y empec¨¦ a abandonar la fe. Lo he dicho muchas veces: yo empec¨¦ a dejar de creer en Dios cuando me enter¨¦, flipando, de que Dios no era del Madrid.
Sal¨ªa de casa y me iba hacia la iglesia zumbando de la mano del abuelo. La iglesia tragaba a los ni?os del pueblo y escuch¨¢bamos con el coraz¨®n en un pu?o las lecciones atronadoras de don Ram¨®n. Yo, claro, cre¨ªa en Dios porque pensaba que Dios era del Madrid. Luego, cuando la hecatombe de los noventa, supe que Dios jugaba sin camiseta y me hice ateo. Mi alejamiento de la religi¨®n fue una cuesti¨®n futbol¨ªstica. De lo ¨²nico que ten¨ªa ganas cuando perd¨ªa el Madrid era de ir al confesionario a pedirle explicaciones al cura y hacerle pagar con padrenuestros las Ligas de Tenerife.
El infierno lleg¨® muchos a?os despu¨¦s en Mil¨¢n, en una final de la Copa de Europa y en los penaltis. Que el rival fuera el Atl¨¦tico de Madrid y yo estuviese en el campo habr¨ªa que atribuirlo a San Gin¨¦s el degollado. Por supuesto no los vi: para qu¨¦. Siempre he pensado que en el ascensor que lleva al diablo hay que ir como en el de la comunidad, hablando del tiempo. Me avisaron media hora despu¨¦s de que acabase el partido. Nunca me he terminado de enterar del todo. Y he vuelto un poquito a la fe, aunque no exactamente en Dios.
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