Las viejas batallas
Francia juega sus octavos de final contra Irlanda en medio de un extra?o contexto revolucionario
Desde muy peque?os nos ense?an en la Rep¨²blica que un d¨ªa caluroso de julio de 1789, el hambriento pueblo parisino se levant¨® contra la tiran¨ªa del injusto monarca Luis XVI y dirigi¨® su hast¨ªo contra un edificio localizado entonces en las afueras de Par¨ªs. Con la complicidad de los guardias, el pueblo liber¨® a los convictos y derrib¨® la mayor c¨¢rcel de la ciudad llamada La Bastilla.
En nuestro pa¨ªs, Francia, el mito del pueblo liber¨¢ndose del opresor es uno de lo m¨¢s potentes cuando se trata de echarse a las terrazas de la capital y profesar, vino blanco en la mano, opiniones antijefes y antipresidentes. Esta semana, se escucharon hasta voces pidiendo revancha para los hermanos irlandeses. Hab¨ªan sido injustamente eliminados del Mundial 2010 por una mano de Thierry Henry en el ¨²ltimo minuto del ¨²ltimo partido de clasificaci¨®n el 20 de noviembre 2009 en Saint-Denis. ?Abajo el opresor! ?Viva Irlanda!
Amotinado de padre en hijo
Hay que entender que Francia tiene por cualquier insubordinado un aprecio hist¨®rico. Vivimos en la perpetua b¨²squeda de otra Bastilla que asaltar, aunque solo fuera por la imaginaci¨®n, aunque el opresor fu¨¦ramos nosotros mismos. Durante el Mundial 2010, seis meses despu¨¦s de conseguir aquella clasificaci¨®n de forma ilegal, el mundo entero se qued¨® deslumbrado. En plena competici¨®n, nuestros jugadores se hab¨ªan amotinado contra su propia federaci¨®n declar¨¢ndose en huelga para defender a uno de ellos (Nicolas Anelka), expulsado arbitrariamente de la concentraci¨®n (por insultar a su jefe en p¨²blico).
En Francia no perdimos la calma. Es m¨¢s. Las huelgas son patrimonio nacional. A pesar del rid¨ªculo de aquella sublevaci¨®n, entendimos perfectamente a qu¨¦ se refer¨ªan los nuestros a la hora de protestar en contra de su jerarqu¨ªa. Tanto, que no dudamos en (casi) indultar a los amotinados (Patrice Evra fue el l¨ªder de aquella revuelta) mientras ya rodaban al suelo las cabezas del seleccionador y del presidente de la federaci¨®n. Otra Bastilla derrumbada. Todos somos Patrice Evra.
?Y ahora, qui¨¦n quiere a Irlanda?
Pero hay un problema. Hasta ahora nos hab¨ªa encantado a todos el pueblo verde y pelirrojo cuando le escuch¨¢bamos pasear por nuestros cascos hist¨®ricos. Sus c¨¢nticos de perdedores alegres nos hab¨ªan parecido muy entretenidos hasta citarnos ahora con ellos en octavos. Por m¨¢s que Martin O¡¯Neill, seleccionador irland¨¦s, descalificara esta semana el anhelo de revancha (¡°no es nuestro problema sino el de Francia¡±), siete a?os despu¨¦s de aquel percance los franceses no nos enfrentamos ahora solo con Irlanda sino tambi¨¦n con nuestras obsesiones.
En esto reside el inconveniente principal de la postura revolucionaria. No soporta ning¨²n matiz. Ahora que los irlandeses tienen una oportunidad ideal para vengarse eliminando a Francia de su propia Eurocopa, se extiende en el pa¨ªs una fiebre contrarrevolucionaria. ?D¨®nde est¨¢n ahora los que ped¨ªan un rematch?, preguntan los columnistas de los diarios m¨¢s rencorosos. ?Qu¨¦ d¨®nde estamos? Sentados en las mismas terrazas que hace siete a?os. Recordando viejas batallas en la Place de la Bastilla.
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