Unamuno y el ajedrez: amor disfrazado de odio
El deporte mental fue una obsesi¨®n para el eminente fil¨®sofo espa?ol (1864-1936) durante toda su vida
La pasi¨®n del ajedrez degenera a veces (pocas) en obsesi¨®n. Un ejemplo claro es el del brillante fil¨®sofo bilba¨ªno Miguel de Unamuno, escritor de la generaci¨®n del 98, que tambi¨¦n fue diputado por Salamanca y rector de esa Universidad, de cuya muerte se cumplieron 80 a?os el pasado d¨ªa 31. Como tambi¨¦n le ocurri¨® a su coet¨¢neo Santiago Ram¨®n y Cajal (1852-1934), premio Nobel de Medicina, Unamuno necesit¨® mucha fuerza de voluntad para que el ajedrez no lo desviase de su carrera profesional.

El fil¨®sofo vasco se encontr¨® una vez con su alma gemela, en forma de un cura vasco de aldea, ¡°socarr¨®n y malicioso¡±, que le cont¨® una visita de ni?o, junto a su t¨ªo, al Casino de Gernika (entonces se escrib¨ªa Guernica), donde qued¨® muy impresionado por los gritos que sal¨ªan de una mesa rodeada por individuos muy concentrados en algo que en ella ocurr¨ªa: ¡°?Si hace usted eso, le como el caballo!¡±; ¡°?Y yo le como la torre!¡±; ¡°?Este pe¨®n ser¨¢ reina!¡±. Aquel cura no pudo borrar de su memoria la fascinaci¨®n del ajedrez.
Y algo similar le ocurri¨® a Unamuno, quien recuerda as¨ª su di¨¢logo con el cura de aldea: ¡°Y entonces me toc¨® el turno de contarle a mi vez c¨®mo yo, en mis mocedades, hab¨ªa ca¨ªdo bajo la seducci¨®n de la mansa e inofensiva locura del ajedrecismo y c¨®mo, durante mis a?os de carrera, en Madrid, hubo domingo en que invert¨ª lo menos diez horas en jugar al ajedrez. Este juego, en efecto, lleg¨® a constituir para m¨ª un vicio, un verdadero vicio. Pero como soy, gracias a Dios, hombre de recia voluntad, consegu¨ª dominarlo¡±.
Esas dos ¨²ltimas palabras s¨®lo son ciertas parcialmente: es verdad que, como Ram¨®n y Cajal, Unamuno logr¨® mentalizarse de que su carrera como intelectual era mucho m¨¢s importante que el ajedrez, y fue consecuente con esa idea; pero tambi¨¦n que nunca dej¨® de tenerlo en su cabeza y de practicarlo con mayor o menos frecuencia. Por ejemplo, cuando el dictador Primo de Rivera lo desterr¨® a la isla de Fuerteventura durante 40 d¨ªas en 1924; all¨ª, tras las comidas con marisco y antes de los paseos al anochecer, dedic¨® todas las tardes a jugar con su traductor, Crawford Flitch.
Sin embargo, esa lucha para mantener a raya ¡°el vicio del ajedrez¡± le incit¨® a aborrecerlo de palabra y a renegar de casi todas las virtudes del rey de los juegos. Hasta el punto de publicar el art¨ªculo Sobre el ajedrez en el diario La Naci¨®n de Buenos Aires para mostrarse totalmente en contra de una propuesta de Jos¨¦ P¨¦rez Mendoza, presidente del Club Argentino de Ajedrez, a Enrique de Vedia, rector del Colegio Nacional Central, para introducir el ajedrez en los colegios como herramienta educativa.
Los argumentos de Unamuno en ese escrito son muy d¨¦biles, casi todos sin fuste alguno, incomprensibles en alguien de su enorme talla intelectual, y s¨®lo explicables por su empe?o en huir de una pasi¨®n que nunca logr¨® abandonar del todo. As¨ª, Unamuno cita a Edgar Allan Poe, cuyo desconocimiento del ajedrez deb¨ªa de ser muy grande, ya que afirma que s¨®lo ense?a a calcular y no a analizar, y atribuye mayor valor pedag¨®gico a las damas. El fil¨®sofo sab¨ªa de sobra que ambas cosas son rotundamente falsas, pero se agarra a ellas y las ampl¨ªa, a?adiendo que un juego de naipes, el tresillo, es m¨¢s ¨²til que el ajedrez para el intelecto porque al depender del azar ense?a a leer en los ojos del rival. Adem¨¢s, Unamuno admite que desconoce la relaci¨®n del ajedrez con la pedagog¨ªa. Pero es improbable que desconociera esta frase de Goethe: ¡°El ajedrez es una piedra de toque para el intelecto¡±, dado que ley¨® mucho las obras del sabio alem¨¢n para aprender ese idioma; y sin embargo no lo cita en el art¨ªculo. Tambi¨¦n es improbable que desconociera los abundantes elogios que Benjamin Franklin dedic¨® al ajedrez, hasta el punto de se?alarlo como uno de los factores clave de su ¨¦xito profesional y su felicidad.
Hay dos hechos concretos en la vida del fil¨®sofo vasco que pudieron contribuir a la construcci¨®n de esas opiniones tan d¨¦biles. Como indica su nieto Ram¨®n de Unamuno en el programa El Rinc¨®n del Ajedrez, de Radio Victoria, es probable que la afici¨®n por el ajedrez de dos de sus hijos, Pablo y Pepe, llegara a preocuparle mucho por el riesgo de la obsesi¨®n que ¨¦l mismo sufri¨®. Adem¨¢s es evidente, a juzgar por varios art¨ªculos suyos, que Miguel de Unamuno conoci¨® a varios jugadores obsesionados, en cuya vida no hab¨ªa nada m¨¢s que ajedrez, y por tanto nada donde transferir lo aprendido en el tablero blanquinegro. Por ejemplo, un se?or mayor con quien durante una ¨¦poca jug¨® dos o tres horas diarias en Madrid, del que nunca supo nada m¨¢s que su nombre porque jam¨¢s hablaba sobre otra cosa que no fuera el ajedrez. Ese peculiar individuo inspir¨® la ¨²ltima obra que escribi¨®, en 1930, seis a?os antes de morir: Don Sandalio, jugador de ajedrez. Esos personajes incubaron sin duda la idea, repetida varias veces por Unamuno, de que el ajedrez desarrolla la inteligencia, s¨ª, pero s¨®lo para jugar al ajedrez.
Como se?ala el argentino Sergio E. Negri en un reciente art¨ªculo publicado en P¨¢gina 12, ¡°que pr¨¢cticamente Unamuno culmine su fastuoso trabajo literario con una novela en que presenta a un jugador de ajedrez como protagonista, al entra?able Sandalio, no deja de ser una prueba cabal de que, en el pensador espa?ol, esa supuesta bipolaridad por el ajedrez en rigor puede ser reinterpretada como una unipolaridad: la de un ajedrez que lo atrap¨® una vez, all¨¢ lejos, y que nunca lo abandonar¨ªa. Ajedrez que lo acompa?o primero en su pr¨¢ctica y, luego, y por siempre, en el campo de sus reflexiones y en el contexto de su obra literaria¡±.
Ser¨ªa muy interesante ver hoy la reacci¨®n de Unamuno al ver que su tataranieto Miguel Santos es uno de los j¨®venes talentos m¨¢s brillantes del ajedrez espa?ol. Y m¨¢s a¨²n preguntar su opini¨®n sobre los estudios cient¨ªficos que coinciden en otorgar un gran valor educativo, social y terap¨¦utico al ajedrez. O sobre las decisiones del Parlamento Europeo o del Congreso de los Diputados de Espa?a de apoyarlo como herramienta pedag¨®gica.
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Quiz¨¢ recurriese a ese humor socarr¨®n y malicioso que ¨¦l vio en aquel cura de aldea, y que tambi¨¦n emple¨® en otros escritos cuando identificaba a los alfiles con los obispos (en ingl¨¦s, alfil es bishop), lo que le inspir¨® para terminar un relato diciendo: ¡°¡eso de que una reina se coma a un obispo es cosa grave. Aunque es m¨¢s grave que un obispo se coma a una reina. Y puede suceder¡±.
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