?Qu¨¦ es Zozulya?
Una de las cosas que m¨¢s me llama la atenci¨®n entre los nuevos seguidores de la ultraderecha moderna es que ninguno de ellos se considera a s¨ª mismo un nazi
Una de las cosas que m¨¢s me llama la atenci¨®n entre los nuevos seguidores de la ultraderecha moderna es que ninguno de ellos se considera a s¨ª mismo un nazi o un fascista. Si se les pregunta por este extremo, es muy probable que reconozcan como propias las mismas causas y motivaciones que dichos movimientos, que admitan cierta admiraci¨®n por algunos de sus l¨ªderes hist¨®ricos e incluso presuman de fotograf¨ªas posando junto a s¨ªmbolos y banderas del citado signo. Sin embargo, a la pregunta concreta sobre si son o no una suerte moderna de fascistas, de nuevos nazis, todos contestar¨¢n autom¨¢ticamente que no: ellos son otra cosa.
Roman Zozulya es un buen ejemplo de esto. A lo largo de su carrera, desde que los focos de las c¨¢maras comenzaron a fijarse en ¨¦l por su condici¨®n de deportista de ¨¦lite y personaje p¨²blico, el futbolista ucraniano ha dado pistas suficientes para poder intuir su ideolog¨ªa, sus filias y sus fobias, sus obsesiones. El comunicado dirigido a la afici¨®n del Rayo Vallecano, en un intento desesperado por lavar su imagen y reconducir la situaci¨®n, es un compendio del habitual manual negacionista de quien no es capaz de reconocerse a s¨ª mismo como lo que realmente es. Habla Zozulya de ultranacionalismo, de la causa de la patria, de la defensa de los m¨¢s desfavorecidos, de los ni?os¡ Habla, en definitiva, de las mismas cosas que suele repetir en cada entrevista la lideresa de Hogar Social Madrid, Melisa Dom¨ªnguez, quien a la pregunta l¨®gica y habitual sobre si es o no una neonazi, siempre responde que no, que ella es otra cosa.
Por desgracia, el f¨²tbol lleva demasiado tiempo abonado y convertido en terreno propicio para el florecimiento de la intolerancia, poco importa el signo pol¨ªtico o el rasgo ideol¨®gico en que se ampare. Este pasado fin de semana, en Lyon, un grupo de hinchas radicales desplegaron unas pancartas vergonzosas en las que reclamaban las gradas del estadio como h¨¢bitat natural de los hombres mientras invitaban a las mujeres a quedarse en la cocina, un nuevo ejemplo de la podredumbre general. La homofobia y el racismo tambi¨¦n campan a sus anchas por las gradas y aleda?os de muchos campos de f¨²tbol, desgraciada e hist¨®ricamente consentidas por la pasividad c¨®mplice de los clubes y unas federaciones incapaces de luchar contra el problema, demasiadas veces convencidos de que tales actitudes no lo son.
A Zozulya, por cierto, lo ha devuelto a corrales la oposici¨®n frontal de unos aficionados incapaces de reconocerse a ellos mismos como ultras, convencidos de su papel de guardianes de las esencias y empe?ados en imponer a todo un club, a miles de almas, su propia ideolog¨ªa. Poco importa, si importa, si Zozulya es una cosa o la contraria, si sue?a con el fin del hambre en el mundo o con la hegemon¨ªa incontestable de una raza. Para el aficionado corriente solo deber¨ªa ser un futbolista, lo mismo que el chico negro, el joven gay o la ni?a que no quiere ser princesa. El f¨²tbol solo deber¨ªa ser eso, f¨²tbol¡ Aunque demasiadas veces nos empe?emos en defender que no, que el futbol es otra cosa.
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