Imposible
Anoche, en el Camp Nou, debieron darse cita algunos de los m¨¢s ilustres difuntos del universo blaugrana
Las grandes empresas no se deben fiar en exclusiva a los vivos. Conviene, por si acaso, abandonar ciertos escr¨²pulos y alinear sin temor a un buen pu?ado de ausentes, a los muertos, tan capaces de desviar al palo un remate envenado del rival como de apuntalar una mayor¨ªa absoluta con apenas mentarlos: bien lo sabemos en Galicia, que para eso es tierra de incontables romer¨ªas, las famosas meigas y Don Manuel Fraga Iribarne. Anoche, en el Camp Nou, debieron darse cita algunos de los m¨¢s ilustres difuntos del universo blaugrana o de lo contrario no ser¨ªa posible encontrar explicaci¨®n a lo sucedido en noventa y ocho minutos de absoluta locura, a todo cuanto la raz¨®n no alcanza a comprender por m¨¢s que porfiemos en el intento, a tanto imposible.
Un partido como el de ayer no deja de ser un ejercicio de buena literatura, un capricho exquisito de un genio del relato. De ah¨ª las fundadas sospechas de que todo lo sucedido, dentro y fuera del terreno de juego, obedeci¨® a los designios de un ilustre guionista, a la presencia en esp¨ªritu de V¨¢zquez Montalb¨¢n, el mismo Manolo que tras abandonar la Modelo ¡°en cumplimiento de mis deberes antifranquistas¡± se plante¨® qu¨¦ resultaba m¨¢s est¨²pido en esta vida: ¡°?Creer en Basora, C¨¦sar, Kubala, Moreno y Manch¨®n o en Carrillo y el Guti? Evidentemente, decidi¨® creer en el Bar?a, una postura que ayer imit¨® hasta el ¨²ltimo de los cul¨¦s sobre la faz de la tierra, incluidos aquellos que solemos presumir de ateos y lo fiamos todo a la pl¨¢stica banal y una atractiva pose de desencanto.
La magnitud de la sinraz¨®n presenciada fue tal que incluso el gol de Cavani pareci¨® un mal necesario, un punto de ruptura oportuno para reanimar una trama que amenazaba con derrumbarse por un exceso de fortuna, por previsible. M¨¢s all¨¢ del l¨®gico impacto de un rev¨¦s que parec¨ªa sentenciar la eliminatoria, la afici¨®n sigui¨® creyendo en la remontada y la escena termin¨® pareci¨¦ndose a un remake de aquella otra tan famosa, la protagonizada por Joe Pesci de ¡®Uno de los nuestros¡¯. Con el equipo derrumbado por un disparo en el pie, la grada parec¨ªa restar importancia al incidente y se mostraba dispuesta a continuar con la partida de cartas como si nada hubiera pasado: ¡°No hagas cuento o me enfado, vale ya. ?No hagas teatro, Ara?a!¡±, gritaban a los suyos varios miles de almas espoleadas por la oportunidad de presenciar un aut¨¦ntico milagro.
La estad¨ªstica, a menudo est¨²pida, se empe?ar¨¢ en afirmar que el gol decisivo fue obra de Sergi Roberto pero tras su remate ag¨®nico, si ustedes se fijan bien, se vislumbran las piernas estiradas de millones de aficionados que se lanzaron sobre ese bal¨®n como si en ello les fuese la vida, algunos incluso despu¨¦s de muertos. Ah¨ª est¨¢n los empeines incorruptos de Paulino Alc¨¢ntara, de Kubala, de Segarra, de Cruyff, de Tito¡ Ah¨ª quedan las verdaderas costuras de un gol que afianza el relato propio y pone contra las cuerdas el de quienes se empe?an en reescribir la historia del Bar?a a su cruel antojo. Desde hoy mismo, muchos se esforzar¨¢n en encumbrar a un desconocido ¨¢rbitro alem¨¢n como el verdadero art¨ªfice de la haza?a y me parece bien: al fin y al cabo, del rencor y el desprecio tambi¨¦n brota excelente literatura; si algo hemos aprendido es que nada resulta imposible.
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