Puigdemont, un pa¨ªs no es un rect¨¢ngulo
Son los gobernantes los que da?an el escudo natural de sus pueblos
El Camp Nou es la imagen perfecta de un rect¨¢ngulo. Verde, marcado como para la historia de las l¨ªneas, alberga en su seno, cuando se pone en funcionamiento la maquinaria del f¨²tbol, una conjunci¨®n bella o triste, seg¨²n le vaya a los que juegan dentro. Eso es decisivo. Como si el tiempo se parara, el f¨²tbol es lo que se juega. No es lo que se dice, ni lo que se grita; ni siquiera es el ¨¢rbitro el f¨²tbol. Hay una abstracci¨®n total, como la que supone, entre otras cosas, un tri¨¢ngulo, que es una enso?aci¨®n borgiana.
Lo que pas¨® anoche en el Camp Nou es producto del azar y del hero¨ªsmo a partes iguales; dependi¨® de los futbolistas, y seguramente del entrenador, del Bar?a en este caso. Hab¨ªa en el aire la posibilidad de la ruina y el triunfo local compareci¨® ante la historia como un milagro. Naturalmente, hasta los agoreros que supusieron la debacle, que incluso condujeron a Luis Enrique Mart¨ªnez, a entregar el escudo de entrenador por aquella verg¨¹enza irreparable de Par¨ªs, celebraron la victoria como si fuera suya.
Y hubo otros que no s¨®lo creyeron que la victoria era suya sino que era propia de c¨®mo es Catalu?a, Vaya por Dios. A la pol¨ªtica catalana s¨®lo le faltaba ahora ser la protagonista tambi¨¦n del esfuerzo de un alem¨¢n, un argentino, un uruguayo, un hombre de los pa¨ªses b¨¢lticos, varios argentinos, un turco, un portugu¨¦s, un brasile?o y varios catalanes. Lo que ha dicho el presidente Puigdemont sobre las virtudes catalanas como soporte de esta victoria no responde a raz¨®n alguna; ¨¦l no lo pens¨® viendo el partido, seguramente lo pens¨® antes, por si acaso; lo debi¨® haber deglutido sin encomendarse a nadie, sin fijarse en el verdadero sentido del f¨²tbol, de su consecuencia, y lo lanz¨® como un eslogan m¨¢s de la multitud de esl¨®ganes que jalonan, a lo largo de la historia, al menos desde Franco, de la utilizaci¨®n del f¨²tbol como tornillo patri¨®tico.
El hero¨ªsmo del f¨²tbol es un concentrado de esfuerzo e inteligencia; esos componentes luego se mezclan con el azar y con la fortuna. Un pa¨ªs no puede, por s¨ª mismo, conducir a la victoria o a la derrota; son sus gobernantes, en otras instancias, los que da?an el escudo natural de sus pueblos, con sus bravatas o con sus decisiones torcidas por la pasi¨®n de los partidismos. Lo que se jug¨® en el rect¨¢ngulo barcelonista, inaugurado en el remoto pasado por un suizo que termin¨® siendo un hombre triste, fue un partido de f¨²tbol, un ¨¦xito impresionante de dieciocho futbolistas a cuyo entrenador desahuci¨® la directiva precisamente por no haber ganado lo que finalmente gan¨®.
Decir que el triunfo se debe a otros factores an¨ªmicos o patri¨®ticos no es s¨®lo una tonter¨ªa: es un atrevimiento que se corresponde con el esp¨ªritu irracional que ventea las palabras pol¨ªticas hoy en d¨ªa (y desde hace tanto). Un rect¨¢ngulo de f¨²tbol no representa a un pa¨ªs; un pa¨ªs es representado por el respeto a sus ciudadanos, a sus necesidades, a su medio ambiente, a sus finanzas p¨²blicas, a sus leyes. El f¨²tbol es otra cosa. No se sabe de ning¨²n pa¨ªs que sea un rect¨¢ngulo. Dec¨ªa Pem¨¢n, pero eso era en otro tiempo, que la democracia se pod¨ªa hacer en Grecia en un estadio, porque la gente se reun¨ªa, eran pocos y pod¨ªan votar. Era una estupidez, pero Pem¨¢n no era Franco, aunque lo idolatr¨®; lo de Puigdemont contemplando el rect¨¢ngulo y convirti¨¦ndolo en la esencia de un pa¨ªs no me ha da dado pena como barcelonista: me ha dado verg¨¹enza.
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