Landa, Contador, Nairo¡ un ciclismo como el de antes, en blanco y negro
Aru mantiene el liderato tras una etapa intens¨ªsima con ataque de largo aliento de los espa?oles y victoria del franc¨¦s Barguil
Mientras dorm¨ªa en Pra Loup la noche despu¨¦s de haber derrotado para siempre al hasta entonces invencible Eddy Merckx, Bernard Th¨¦v¨¦net abri¨® los ojos y, al ver el maillot amarillo sobre el respaldo de una silla, se sobresalt¨® y grit¨® en alto ¡°?qu¨¦ narices hago yo durmiendo en la habitaci¨®n de Merckx?¡± La noche siguiente de haber despojado del amarillo al de siempre los ¨²ltimos a?os, a Chris Froome, Fabio Aru no corri¨® el riesgo de sufrir el mismo susto. ¡°Dej¨¦ el maillot en el autob¨²s y no lo dej¨¦ en la mesilla. No, esta noche no he padecido la presi¨®n del amarillo¡±, dice el sardo, sonriente y calmo, minutos despu¨¦s de haber pasado tranquilo y sin equipo su primer d¨ªa de l¨ªder, una jornada en los Pirineos intensa y corta, como les gusta el caf¨¦ a los italianos. A los 30 kil¨®metros, Contador atac¨®, Landa le sigui¨® y le secund¨®, y, kil¨®metros despu¨¦s, Nairo, lanzado por Betancur al principio, les alcanz¨® en fuga con Barguil a rueda. Gan¨® el franc¨¦s su 14 de julio bajo los pl¨¢tanos de Foix, y Froome dijo que se encontraba mejor y que tiene m¨¢s equipo.
Contador sac¨® de de debajo de su cama de doliente una m¨¢quina del tiempo y la acopl¨® a su bicicleta. Y a su ritmo transform¨® el Tour. Lo devolvi¨® a los tiempos del blanco y negro y m¨¢s atr¨¢s, a los a?os en los que los cronistas se inventaban las etapas que nadie ve¨ªa, relatos que a¨²n provocan escalofr¨ªos de placer en quienes los leen las noches de invierno fr¨ªas, que sue?an con verlas representadas de verdad un d¨ªa de verano. La etapa m¨¢s corta de los ¨²ltimos a?os, 101 kil¨®metros, poco m¨¢s de dos horas y media, regal¨® ese deseo y todas las emociones que lleva aparejadas, el convencimiento de que lo imposible es posible. Y de que cada ciclista, solo, sin equipo, cara a cara con sus rivales, era el due?o de su voluntad. Cumplidos dos tercios de la etapa, en la ascensi¨®n al terrible Muro de P¨¦gu¨¨res, sus tres ¨²ltimos kil¨®metros, verticales, de asfalto antiguo como el alma de los ciclistas que lo ascienden lentamente, sudorosos, la etapa son tres mundos. Landa y Contador van delante; en medio Nairo arrastra a Barguil, que a rega?adientes empieza a colaborar en una persecuci¨®n que Contador alarga sin cesar y dificulta; detr¨¢s, los ocho mejores de la general, sin ¨¦quipier a quien recurrir (solo Froome tendr¨¢ ese derecho kil¨®metros despu¨¦s, cuando absorban al polaco Kwiatkowski, enviado a la vanguardia para ello), se miran, se miden, se piensan, se temen y se amagan, y solo sus tripas les gu¨ªan.
Es el momento clave. Como Aru no tiene equipo, el control de la etapa ha sido cooperativo. El peligro de Landa, que estaba a 2m 55s del sardo, y de Nairo, m¨¢s lejano pero con la posibilidad de volver a convertirse en un incordio despu¨¦s de haber sido dado por acabado, convence a todos de que el bien com¨²n es la calma. Entre todos han mantenido siempre a menos de 2m 40s la fuga. Entre todos intentar¨¢n despedazarse para sacar beneficio de su trabajo. Froome tiene todo a su favor. Solo debe esperar que Aru, Bardet y Ur¨¢n, los tres que comparten con ¨¦l los cuatro primeros puestos en un lapso inferior al minuto, echen cuentas y trabajen para acabar con Landa y el diminuto colombiano. Pero el ingl¨¦s que no es el de otros a?os tampoco goza de la paciencia que distingue a los campeones. A Froome le derrota el miedo y ataca. No quiere a Landa de amarillo en su mismo equipo; no quiere a Nairo a menos de dos minutos en la general. Froome se siente el l¨ªder virtual del Tour, de blanco, no de amarillo. Teme m¨¢s a los que est¨¢n delante que a los que le rodean. Aru le coge rueda sin despeinarse, y todos los dem¨¢s tras ¨¦l. Por delante, los cuatro se unen, Landa, Contador, Barguil, Quintana, y pedalean.
El final de la etapa que dio vida, durante muchos kil¨®metros sin aliento, a los sue?os m¨¢s disparatados de los aficionados, fue de una cierta estupidez, un anticl¨ªmax. Froome, que tiene en fuga a su compa?ero Landa, manda trabajar a su Kwiatkowski para perseguirlo (y a Nairo con ¨¦l), y de su trabajo se aprovechan sus rivales, que, pese a ataques fulgurantes y cortos en el ¨²ltimo descenso hasta Foix y su Ari¨¨ge tumultuoso, no gastan una gota de m¨¢s.
Contador, inquieto, impaciente, lanza el primero el sprint, antes de la curva de 180 grados a 200 metros de la l¨ªnea final. Barguil, a su rueda, coge el impulso m¨¢s fuerte a la salida a la ¨²ltima recta y supera al chico de Pinto, y tambi¨¦n Nairo. Landa, generoso, no les disputa la etapa.
Th¨¦v¨¦net no estaba en la habitaci¨®n de Merckx; Aru no sufre por el maillot amarillo que Froome cree suyo; la etapa inolvidable se ha disputado, aunque su resultado (y la general: un calco de la que depar¨® la extrema jornada del Jura en Chamb¨¦ry: los ocho primeros, salvo el herido y retirado Fuglsang sustituido por Landa, quinto a 1m 9s ahora, son los mismos; el tiempo que va del primero al octavo, siempre es el mismo, dos minutos) pueda hacer pensar que fue un espejismo, un relato de ciclismo en blanco y negro que se lee en el invierno fr¨ªo, se suda en los Pirineos, donde ya se sue?a con los Alpes que decidan, y Contador, Landa, Nairo, libres y fuertes, ciclistas.
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