Una explicaci¨®n sencilla
La sencillez de los viejos tiempos revivi¨® cuando el pelotazo de De Gea encontr¨® la cabeza de Lukaku, que lo pein¨® hacia atr¨¢s para que marcara Martial

Cada d¨ªa tenemos la sensaci¨®n de que antes las cosas eran m¨¢s sencillas y s¨®lidas. Se describ¨ªan con un verbo y pasaban a?os antes de cambiar o desaparecer. Ahora hasta el hecho m¨¢s irrelevante parece recubierto de una gran complejidad, y resulta tan inaccesible como fr¨¢gil. Cuesta entender c¨®mo y por qu¨¦ pasa casi todo lo que sucede. Por esa raz¨®n, el s¨¢bado nos sentimos fugazmente aliviados con el gol del Manchester United al Tottenham en Old Trafford. Corr¨ªa el minuto 80 y David de Gea sac¨® de porter¨ªa a la antigua usanza, despu¨¦s de que el bal¨®n se perdiese por la l¨ªnea de fondo. Lo hizo con esa insoportable levedad que resuena siempre en los saques en largo, sorteados, ante los que la mente juega a imaginar que el bal¨®n cae con languidez en el foso de los cocodrilos y durante algunos segundos no solo el f¨²tbol, sino toda la vida se estanca.
Pero la sencillez de los viejos tiempos revivi¨® cuando el pelotazo del portero encontr¨® la cabeza de Lukaku, que lo pein¨® hacia atr¨¢s con un sutil movimiento de cuello, que a veces sirve para saludar, sin tener que dirigirle la palabra, a un conocido que camina por la otra acera. Fue una jugada de hombres parcos, porque despu¨¦s de pasar por peluquer¨ªa, el bal¨®n gan¨® ligereza y encontr¨® a un veloc¨ªsimo y callado Martial, que irrumpi¨® entre tres defensas conmocionados, como reci¨¦n salidos de ver Funny Games, y marc¨® el gol de la victoria.
En El centro ceder¨¢, el documental sobre Joan Didion dirigido por su sobrino, la periodista y escritora californiana se?ala que en una ¨¦poca de horas bajas empez¨® a pensar que ¡°el mundo tal como lo conoc¨ªa ya no exist¨ªa¡±, y se enfrentaba a la atomizaci¨®n. Hay instantes en los que todos perdemos la noci¨®n de la realidad y creemos que la vida se desmorona. Pasa tambi¨¦n con el f¨²tbol, afectado por demasiadas tormentas. De pronto, dejamos de saber qu¨¦ va primero: ?el negocio, el juego, la pol¨ªtica, la fama? Tiene que pasar algo absolutamente sencillo y casi milagroso para tener de nuevo claro de d¨®nde viene todo, y por qu¨¦ al final siempre hay una explicaci¨®n clara para las cosas que amamos. Yo me volv¨ª a encontrar con esa luz durante la lectura de Hijos del f¨²tbol, de Galder Reguera, cuando el autor narra c¨®mo una ma?ana, en el patio de la escuela, durante el recreo, su bal¨®n de pl¨¢stico se perdi¨® por encima de una valla que daba a un jard¨ªn abandonado. En el momento que se dispon¨ªa a subirla y rescatarlo, son¨® el timbre. La vida lo situ¨® ante una encrucijada: volver a clase o recuperar su bal¨®n. No soportaba la idea de perderlo, pero entre l¨¢grimas, al final cruz¨® el patio y regres¨® al aula. Tres horas despu¨¦s, cuando sali¨®, corri¨® a buscar la pelota, pero ya no estaba. Fue la primera desolaci¨®n de su vida. Y solo era un ni?o. Se encerr¨® en el ba?o de casa a llorar durante horas. Cuando al fin abri¨® la puerta y explic¨® el motivo de su llanto, su padre exclam¨®: ¡°??Todo este drama por un puto bal¨®n de pl¨¢stico!?¡±. S¨ª, por supuesto.
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