Ganar y perder en oto?o
Contemplar el derrumbe del Real Madrid en la tierra prometida tiene algo de experiencia religiosa incluso para quienes nos declaramos cruyffistas, materialistas y ateos
Nos estamos acostumbrando algunos aficionados cul¨¦s a festejar Ligas de Campeones antes de tiempo, como si el camino a la final resultase tan fastidioso e impredecible que la raz¨®n aconseja declarar la victoria de manera unilateral a la primera oportunidad. As¨ª nos autoproclamamos campeones de Europa el a?o pasado, tras la ¨¦pica remontada frente al PSG en octavos final, y as¨ª nos hemos superado a nosotros mismos en este inicio de campa?a, revalidando el t¨ªtulo sin esperar siquiera a la llegada invierno, arengados por el descalabro del eterno rival en nuestra segunda residencia oficial: el m¨ªtico estadio de Wembley.
Contemplar el derrumbe del Real Madrid en la tierra prometida tiene algo de experiencia religiosa incluso para quienes nos declaramos cruyffistas, materialistas y ateos; un gozo interior que reconforta sin necesidad de practicar el arrepentimiento, que es lo primero que se exige a cualquier buen cristiano antes de enviarle la ubicaci¨®n exacta del para¨ªso a su tel¨¦fono. Si del viejo Wembley compramos porter¨ªas, filas enteras de asientos, banquillos o los banderines de c¨®rner, del nuevo podr¨ªamos pujar hasta por la camisa de Mauricio Pochettino, hasta ayer enemigo p¨²blico por su pasado perico y hoy rebautizado como hijo predilecto, h¨¦roe de guerra y santo var¨®n. Adem¨¢s de mucha imaginaci¨®n, estas victorias prematuras necesitan cierta dosis de ambig¨¹edad, de ah¨ª que nos est¨¦ permitido aplaudir con efusividad al argentino y se consienta recibir con frialdad las visitas de Pep Guardiola.
Luchar a pecho descubierto con la realidad exige pasi¨®n y sacrificio, un reto ideal para este Bar?a sentimental que vuelve a celebrar derrotas ajenas mientras vende a sus mejores activos para sacar lustre a la cuenta de resultados. No falta, sin embargo, quien entienda estos tropiezos tempranos del eterno rival como un negocio peligroso, acostumbrado en los ¨²ltimos tiempos a cimentar sus grandes victorias sobre los escombros propios de una guerra civil. El madridismo se divide, a esta misma hora, entre los que vaticinan el cataclismo definitivo y los que ya piensan en qu¨¦ ponerse para celebrar la Decimotercera, tan polarizada la afici¨®n merengue que parece debatirse entre la confianza absoluta en Zidane y un gusto creciente por los juguetes depurativos de Robespierre.
Apenas inaugurado el mes de noviembre, los dos grandes del f¨²tbol espa?ol muestran sus cartas sin tapujos y se enfrentan a un mismo punto cr¨ªtico que amenaza con determinar el destino final de la temporada. El barcelonismo burgu¨¦s alimenta el optimismo mientras desempolva las vitrinas por si la realidad, all¨¢ por primavera, se empe?a en concordar con la ilusi¨®n. El madridismo aristocr¨¢tico, en cambio, se afana en cultivar ese pesimismo tan natural que amenaza con quemarlo todo al primer resbal¨®n y termina considerando las conquistas un verdadero problema de espacio. A la espera del resultado definitivo, toda hay que decirlo, reconforta constatar que ambas aficiones son capaces de vivir su pasi¨®n desde universos tan dispares y de un modo tan ordenado: no anda el mundo sobrado de ejemplos en materia de convivencia y el f¨²tbol moderno, a menudo caprichoso y desagradecido, le deb¨ªa un favor a la globalizaci¨®n.
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