El ajedrez debe cambiar algo ya
Adem¨¢s de las tablas r¨¢pidas, el exceso de empates luchados pero aburridos amenaza los torneos de ¨¦lite
Los recientes torneos de Palma de Mallorca (Gran Premio de la FIDE; 27% de victorias y 42% de empates r¨¢pidos) y Londres (Grand Chess Tour; el 78% de las partidas termin¨® en tablas) incitan a un debate urgente. La mentalidad conservadora que domina entre profesionales y aficionados debe cambiar con urgencia si se pretende que el ajedrez sea un deporte profesional con patrocinadores s¨®lidos y apoyo medi¨¢tico. Hay muchas opciones, pero poca voluntad.
El sentido com¨²n indica que las tablas sin lucha tendr¨ªan que haber sido eliminadas o duramente castigadas hace muchos a?os, porque atentan contra el esp¨ªritu intr¨ªnseco de cualquier deporte profesional: es impensable que no se luche por la victoria, o por no perder en los deportes donde se puede empatar. Todos los deportes de combate -y tambi¨¦n otros, como el balonmano- capacitan al ¨¢rbitro para que amoneste o sancione por falta de combatividad durante la competici¨®n, con la obligaci¨®n del amonestado de atacar inmediatamente.
Solo el ajedrez es distinto. No es raro que los patrocinadores de un torneo abierto paseen por la sala 30 minutos despu¨¦s del inicio de la ¨²ltima ronda y pregunten por qu¨¦ no hay nadie en las dos o tres primeras mesas. El organizador debe pasar el bochorno de explicar que esos jugadores -casi siempre profesionales- no han querido jugar las partidas supuestamente m¨¢s emocionantes de todo el torneo. Y los periodistas que hab¨ªan levantado expectaci¨®n sobre ellas deben contar que no hubo emoci¨®n alguna. ?Qu¨¦ aporta eso a los potenciales patrocinadores de las pr¨®ximas ediciones? ?C¨®mo se puede pretender que esos torneos tengan mejores premios y que los jugadores profesionales vivan dignamente si quien pone el dinero no recibe a cambio lo que espera?
Dimitri Jakovenko, 21? del mundo en este momento, gan¨® el Gran Premio de Mallorca jugando de verdad solo tres partidas de las nueve (y gan¨® una de ellas, la ¨²ltima, porque el franc¨¦s Maxime Vachier-Lagrave se suicid¨® en su porf¨ªa por una victoria que necesitaba desesperadamente); las otras seis fueron empates cortos, en su l¨ªnea habitual de este a?o: siete tablas en menos de 30 jugadas en Sharjah (Emiratos ?rabes Unidos), cuatro en Ginebra (Suiza), tres en Poikovsky (Rusia) y tres en el Europeo Individual. Por fortuna, el campe¨®n del mundo (el noruego Magnus Carlsen) pertenece al grupo de los jugadores m¨¢s combativos. Pero si los organizadores de torneos privados acordasen no invitar a jugadores como Jakovenko mientras se comporten as¨ª (aunque sean compatriotas), los afectados tendr¨ªan que elegir entre cambiar de actitud o de profesi¨®n.
De todas las medidas contra los empates sin lucha que se barajan o se han probado, esa ser¨ªa sin duda la m¨¢s eficaz, aunque el concepto de listas negras pueda tener ciertas connotaciones negativas. Las dem¨¢s tienen serios inconvenientes: dar tres puntos por victoria, como en el f¨²tbol, castiga los empates muy luchados; la Regla Sof¨ªa (prohibido acordar tablas sin permiso del ¨¢rbitro) o similares permiten que si ambos jugadores quieren empatar hagan un parip¨¦ de varias horas hasta que la posici¨®n sea de tablas muertas. El n¨²mero de partidas que terminan en tablas en la jugada 31 cuando est¨¢ prohibido acordarlas antes de la 30 (como en Londres) es muy significativo.
Pero el verdadero problema, que subyace en todo ello, es que la mayor¨ªa de los jugadores profesionales y muchos aficionados est¨¢n en contra o miran con recelo esas medidas. Tienen raz¨®n en que los principales culpables no son los jugadores sino los legisladores, pero no es menos cierto que el primer paso deber¨ªa ser un reconocimiento general de que la situaci¨®n es inaceptable, por lo que tiene que cambiarse de manera urgente y radical.
Seamos optimistas, y supongamos que ese vergonzoso problema se arregla en un plazo razonable. A¨²n quedar¨ªa otro, muy importante, que va a seguir creciendo si no hay cambios porque la gran influencia de las computadoras en el entrenamiento de los jugadores ha mejorado mucho los niveles t¨¦cnicos en aperturas, finales y recursos defensivos. Cada vez es m¨¢s dif¨ªcil ganar a un rival inferior en teor¨ªa. Adem¨¢s, un porcentaje considerable de los empates largos (e incluso de algunas victorias) solo tienen cierto inter¨¦s t¨¦cnico para expertos de alto nivel, y resultan muy aburridos para la inmensa mayor¨ªa de los aficionados.
Solo el 22% de las partidas del Cl¨¢sico de Londres termin¨® en victoria. La media no llega al 33% si se contabilizan los once torneos de ¨¦lite m¨¢s importantes de 2017. Pero debe tenerse en cuenta que las dos competiciones privadas con mayor porcentaje de partidas decisivas incluyeron varios jugadores claramente inferiores a los favoritos, lo que estimul¨® mucho la combatividad: Tata Steel en Wijk aan Zee (Holanda; 38% de victorias) y Grenke en Baden-Baden (Alemania; 46%). De ah¨ª se deduce que una de las medidas ¨²tiles ser¨ªa eliminar los torneos donde solo se enfrentan las grandes estrellas entre s¨ª, sin invitados que desequilibren el nivel medio. O se puede ir m¨¢s all¨¢: que desaparezcan los torneos cerrados; todos ser¨ªan abiertos (o limitados a quienes sobrepasen un determinado nivel de Elo, como el de Gibraltar), obligando a las estrellas a jugar a ganar contra adversarios claramente inferiores.
Pero todo indica que se necesitan cambios mucho m¨¢s radicales. Una propuesta que surge con frecuencia es que toda partida en tablas sea inmediatamente seguida por una o varias r¨¢pidas hasta que haya un ganador; la partida inicial, a ritmo cl¨¢sico, ser¨ªa valedera para el escalaf¨®n de puntos Elo, pero no para la clasificaci¨®n del torneo. Es decir, todo enfrentamiento en ajedrez deber¨ªa terminar con un ganador, como en el tenis. El principal inconveniente es que algunas jornadas durar¨ªan m¨¢s de siete horas, lo que parece poco adecuado al mundo del siglo XXI.
La mejor soluci¨®n quiz¨¢ nazca de una paradoja: en ajedrez, la belleza y la emoci¨®n son hijas del error; cuantos m¨¢s errores se den, m¨¢s victorias, menos empates, m¨¢s combinaciones brillantes, menos alardes de maniobras t¨¦cnicas tan depuradas como aburridas. Y eso se puede lograr con una combinaci¨®n de dos factores: 1) Acelerar el ritmo de juego, de tal modo que ninguna partida se prolongue m¨¢s de dos horas (lo que duran la mayor¨ªa de los espect¨¢culos deportivos o el cine, el teatro o los conciertos); 2) Implantar masivamente la Regla Sof¨ªa u otras similares, y castigar de un modo u otro a los reincidentes en la falta de combatividad. El ¨²nico inconveniente de jugar m¨¢s r¨¢pido es que se pierde calidad t¨¦cnica. Pero cabe preguntarse hasta qu¨¦ punto eso sigue siendo importante cuando un tel¨¦fono m¨®vil juega mejor que el campe¨®n del mundo, y pronto tendremos m¨¢quinas cuya calidad t¨¦cnica estar¨¢ muy cercana a la perfecci¨®n.
Pero, en realidad, los factores son tres, no dos, y el tercero quiz¨¢ sea el m¨¢s dif¨ªcil de gestionar: los ajedrecistas convencidos de que el ajedrez debe cambiar sus normas y organizaci¨®n para adaptarse al siglo XXI son una minor¨ªa. Es muy probable que, en los 188 pa¨ªses afiliados a la Federaci¨®n Internacional (FIDE), no lleguen a cinco las federaciones entre cuyos directivos hay al menos uno que se dedique exclusivamente a mirar hacia fuera: mercadotecnia, imagen, comunicaci¨®n, relaciones con la prensa, potenciales patrocinadores y directores de colegios¡ No son pocos quienes ven como enemigos o competidores a los promotores del ajedrez educativo en horario lectivo, utilizado por los maestros de escuela como herramienta transversal e interdisciplinar, en lugar de comprender algo tan obvio como que la nieve es blanca: si el 100% de los ni?os es alfabetizado en ajedrez de ese modo, bastar¨¢ con que el 5% quiera competir para que se dispare el n¨²mero de jugadores (y de alumnos de ajedrez extraescolar) en pocos a?os.
Ese enorme poder educativo del ajedrez y que sea el ¨²nico deporte practicable por Internet son las dos grandes bazas para compensar su principal inconveniente para ser popular: sus reglas requieren un cierto esfuerzo de comprensi¨®n, contrariamente al golf, por ejemplo, donde todo el mundo entiende que el concepto b¨¢sico es meter la bola en el hoyo. Pero las tablas sin lucha, el gran n¨²mero de empates de todo tipo, las jornadas de m¨¢s de cinco horas, la p¨¦sima pol¨ªtica de imagen y comunicaci¨®n (salvo excepciones) y la abundante actitud ultraconservadora tambi¨¦n constituyen problemas graves, que exigen una soluci¨®n urgente.
Toda persona con alguna influencia en el futuro del ajedrez, desde el campe¨®n del mundo y el presidente de la FIDE hasta los aficionados de base, debe plantearse un dilema: si quiere que los grandes torneos terminen disput¨¢ndose en monasterios, sin premios en met¨¢lico ni periodistas ni Internet ni est¨ªmulos a la combatividad, con un purismo fundamentalista; o desea que, como ocurri¨® hace medio siglo con el tenis y el golf, el ajedrez se convierta en un deporte profesional y universal de econom¨ªa s¨®lida y eco razonable en los medios de comunicaci¨®n, cuyos jugadores de ¨¦lite disfruten de un nivel de vida medio o alto. Incluso los deportes de mentalidad general m¨¢s conservadora, como el f¨²tbol, han introducido novedades sustanciales importantes. ?Por qu¨¦ no el ajedrez? ?Qu¨¦ deseamos conservar? ?Las partidas que no se juegan? ?Las que duran siete horas sin belleza alguna?
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