El clasismo sin clase de Piqu¨¦
El central del Bar?a viene a decirnos que el Espanyol no supera un test de pureza, porque ha anidado en Cornell¨¢; no son dignos, se deduce
La aton¨ªa del futbolista correcto e inexpresivo en la cultura del carisma comercial convierte a Gerard Piqu¨¦ en un personaje tan necesario como incendiario. Se posiciona. Adopta riesgos. Acierta. Y se equivoca. La demostraci¨®n de este ¨²ltimo extremo consiste en sus declaraciones despectivas sobre el Espanyol. El central del Bar?a viene a decirnos que los periquitos no superan un test de pureza. Porque se han anidado en el extrarradio de Cornell¨¢. Y porque el accionariado chino ha pervertido la idiosincrasia del club en la ignominia de la otra orilla del Llobregat. No es digno el Espanyol, se deduce. Y por la misma raz¨®n, el Barcelona representa la dimensi¨®n exquisita del f¨²tbol en su inmaculada concepci¨®n. Impresiona la conclusi¨®n clasista de Piqu¨¦, no ya por la discriminaci¨®n jer¨¢rquica, sino porque se antoja demasiado indulgente con las corrupciones del Barcelona. Corrupciones en sentido judicial y en sentido conceptual, pues no puede decirse que el patrocinio catar¨ª durante tantas temporadas de fervor petrol¨ªfero constituya un s¨ªntoma de transparencia financiera ni de autoridad ¨¦tica, aunque al compadre Xavi le enternezca la veneraci¨®n que profesan los s¨²bditos a los s¨¢trapas del Golfo, un r¨¦gimen feudal que ejecuta a los homosexuales y que degrada a la mujer a una categor¨ªa tan inferior como el Espanyol debe de parec¨¦rselo a Piqu¨¦ en su escala de valores y en su ventaja aristocr¨¢tica.
El p¨²blico no tiene raz¨®n ni es sagrado. Y hace bien el futbolista en liberarse del corporativismo gregario en que incurren sus compa?eros de profesi¨®n, sometidos al voto de silencio y a la obediencia militar, pero la profesionalidad de Piqu¨¦, demostrada incontestablemente con la camiseta del Bar?a y con el uniforme de la selecci¨®n, deber¨ªa abstraerle de los insultos a su madre, a su mujer y a su hijo, no porque sean leg¨ªtimos, sino porque forman parte de la asumible y asumida ferocidad de la turba. Mucho m¨¢s amorfa y arbitraria de cuanto demuestra Piqu¨¦ al catalogar al Espanyol homog¨¦nea, inequ¨ªvocamente, como un equipo degenerado, una franquicia del expansionismo chino, una instituci¨®n exiliada de Barcelona, cuando no pr¨®fuga.
Piqu¨¦ se ha convertido en el futbolista m¨¢s vituperado del escalaf¨®n. Y en uno de los pocos que se atreve a decir lo que piensa. Semejante valent¨ªa le ha procurado una terapia de escarmiento all¨ª donde juega. Ni siquiera se le respeta cuando viste de rojo, como si fuera ¨¦l indigno de representar a Espa?a. Y como si a un jugador, en tiempos del deporte mercenario, se le exigiera no ya proteger la porter¨ªa con criterio y categor¨ªa ¡ªsiempre lo ha hecho¡ª sino sentir los colores a semejanza de un patriota. Puede comprenderse la exposici¨®n de Piqu¨¦. Y hasta valorarse la capacidad resiliente de convertir los insultos en energ¨ªa goleadora ¡ªlo hizo Cornell¨¢¡ª, pero desconcierta y decepciona que el gesto de llevarse el dedo ¨ªndice a la boca sea precursor no del silencio, sino de una indecorosa reacci¨®n clasista.
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