Phil Mickelson, atrapado en el tiempo
El estadounidense ha terminado seis veces segundo en el US Open, que este verano se disputa en Pebble Beach, donde acaba de ganar un torneo
No deja de ser curioso que el golf, con toda su parafernalia elitista y demod¨¦ a cuestas, sea el deporte m¨¢s democr¨¢tico y modernizado de cuantos conforman la escena ol¨ªmpica y profesional en la actualidad. Ning¨²n otro arroja tantos ganadores diferentes a lo largo de una temporada, muy pocos discriminan menos por f¨ªsico y por edad. Lo acaba de demostrar Phil Mickelson una vez m¨¢s, ganador del AT&T de Pebble Beach a los 48 a?os, 27 despu¨¦s de haber debutado como profesional en ese mismo campo al que, en Galicia, y como dato curioso, se lo conoce como ¡°La Toja de Monterrey, California¡±.
Ocurri¨® a finales de junio, en 1992. El U.S. Open celebraba su edici¨®n n¨²mero 92 en el majestuoso links de Carmel Bay y Mickelson se convert¨ªa en la sensaci¨®n de la primera jornada al entregar una tarjeta de 68 golpes, a solo dos del l¨ªder, el tambi¨¦n estadounidense Gil Morgan. Lo verdaderamente excepcional de su actuaci¨®n es que no resultara una sorpresa para casi nadie. Aquel zurdo voluminoso, con aspecto de funcionario de correos acomodado, hab¨ªa ganado ya un torneo del circuito profesional americano como amateur, una proeza al alcance de un pu?ado de elegidos, y sus tres campeonatos universitarios le confer¨ªan categor¨ªa de leyenda entre los Sun Devils de Arizona State. Muchos a?os despu¨¦s, un joven estudiante de la misma universidad lo derrotar¨ªa en duelo singular. ¡°Acept¨¦ su apuesta de 60 d¨®lares a pesar de que solo ten¨ªa 40 en la cartera y le gan¨¦¡±, explicaba aquel zagal de formas redondeadas, estrepitoso como un buey sagrado: se llamaba Jon Rahm.
Pebble Beach y U.S. Open forman parte de la historia personal de Mickelson por derecho propio, para lo bueno y para lo malo. El del pasado fin de semana era el quinto trofeo que levantaba en el para¨ªso californiano, el mismo en que su abuelo trabaj¨® como caddie desde su inauguraci¨®n, en 1919. Lo hizo, adem¨¢s, utilizando como marcador un d¨®lar de plata que el viejo Al Santos hab¨ªa conseguido como propina: prometi¨® conservarlo para dar suerte a la familia. En los dem¨¢s torneos, Mickelson utiliza una r¨¦plica del mismo; el original lo reserva para la hierba que tantas veces recorri¨®, con una bolsa a cuestas, el abuelo Al. Qui¨¦n sabe si la superstici¨®n podr¨ªa ser su gran aliada para poner fin, de una vez por todas, a la maldici¨®n que acompa?a sus m¨²ltiples desencuentros con el U.S. Open.
Seis veces ha terminado como segundo un torneo que este mismo verano regresa a La Toja de Monterrey: Pebble Beach. All¨ª reside ¡ªentre otras muchas celebridades¡ª Bill Murray, el protagonista de la pel¨ªcula que mejor resume el tortuoso idilio de Mickelson con su particular d¨ªa de la marmota: Atrapado en el tiempo. La derrota ante Henrik Stenson, en el Open de 2017, pasar¨¢ a la historia como uno de los duelos m¨¢s ¨¦picos en la historia de este deporte pero durante meses se consider¨® el canto del cisne de una leyenda que comenzaba ¡ªo eso parec¨ªa¡ª a languidecer. Su victoria del pasado fin de semana parece justificar las ilusiones de quienes todav¨ªa sue?an con ver a Phil Mickelson completando el Grand Slam. Tiene de su parte la experiencia, la ilusi¨®n del renacido y el d¨®lar de plata que hered¨® de su abuelo: bien har¨ªa en no apostarlo contra el pupilo predilecto de su hermano Tim.
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