Sergio Garc¨ªa y el ruido
Lleva tantos a?os haciendo lo mismo que en alguna ocasi¨®n se podr¨ªa pensar que estar¨ªa dispuesto a vender su alma al diablo con tal de estar en otro lugar
Sergio Garc¨ªa lleva tantos a?os haciendo lo mismo que en alguna ocasi¨®n, vi¨¦ndolo jugar, se podr¨ªa pensar que estar¨ªa dispuesto a vender su alma al diablo con tal de estar en otro lugar, haciendo cualquier otra cosa que no fuese golpear una bola con la precisi¨®n de un cart¨®grafo. Y es que al Ni?o, cuyo apodo dej¨® de hacerle justicia hace mucho tiempo, se le atraganta de vez en cuando la profesi¨®n hasta el punto de que uno se lo imagina con formas de futbolista, tratando de sacar la pelota del estadio al patad¨®n, o como un ciclista que tira su bicicleta por un barranco, convencido como los malos m¨²sicos de que la culpa es siempre del instrumento.
Como a otros tantos j¨®venes prodigios del deporte mundial, a Sergio se le ha exigido siempre lo que, por l¨®gica, no se le debe exigir a ning¨²n ser humano por muy excepcional que este sea: la infalibilidad. Sus victorias siempre nos han parecido pocas, cuando no caducas, como si ganar un Masters de Augusta con 37 a?os fuese motivo de alivio y no de celebraci¨®n. Sus tropiezos, por contra, siempre han sido tomados como la confirmaci¨®n de que no era Sergio tan campe¨®n como nos lo pintaban, un "yo ya lo dije" de manual. Cuesta imaginar una injusticia mayor que dibujar una carrera imposible para luego laminarla por fasc¨ªculos, que es lo que tantas veces se ha querido hacer con Garc¨ªa.
En Royal Portrush se encontrar¨¢ con un campo que le viene como anillo al dedo, de los que penalizan con sangre los grandes errores y favorecen a los jugadores que, como Sergio Garc¨ªa, construyen su juego en base a una gran fiabilidad de tee a green. Esto no quiere decir gran cosa, salvo que el espa?ol merece ser tenido en cuenta -y por pleno derecho- como uno de los grandes candidatos a levantar la famosa Jarra de clarete el pr¨®ximo domingo en Irlanda. Es algo que saben todos sus rivales, los primeros y verdaderos expertos en reconocer talento y posibilidades entre comunes. Ahora falta por saber si as¨ª lo cree el propio Sergio, a menudo el cr¨ªtico m¨¢s encarnizado consigo mismo.?
Con el de Borriol cobra sentido aquella expresi¨®n de Frank Sobotzka, el gran protagonista de la segunda temporada de The Wire: "cuatro polacos, seis opiniones". As¨ª se me antoja Sergio desde la distancia, capaz de desdoblarse en tantos Garc¨ªa que uno nunca sabe cu¨¢l saltar¨¢ al campo porque, y esto es pura especulaci¨®n, ni ¨¦l mismo parece saberlo hasta que su juego se lo indica. Quiz¨¢s sea ese el gran h¨¢ndicap de Sergio: tener la capacidad de amoldarse a s¨ª mismo, a sus propios fantasmas; reconocer al campe¨®n consciente que habita dentro de ¨¦l y alejar a los otros tres polacos con sus cinco opiniones. Nunca ha sido bienvenido el ruido dentro de un campo de golf y Sergio Garc¨ªa debe ser el primero en expulsarlo de su cabeza: el de los aficionados vibrando con su juego -ser¨¢ inevitable- le recordar¨¢ c¨®mo se regresa al lugar del que nunca se ha ido.
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