Diego y el periodista pesado
Con Maradona no hab¨ªa que tener prisas. Ni antes ni despu¨¦s de ser campe¨®n del mundo. No val¨ªan los conductos reglamentarios de los clubes. Una vez que te ten¨ªa identificado, solo hab¨ªa que tener paciencia
Todo lo monumental que es ¡ªcomo futbolista nunca jam¨¢s morir¨¢¡ª est¨¢ dicho y redicho con ese acento suyo ¨²nico e intransferible, escrito en prosa y verso por los trovadores del periodismo universal, recogido en im¨¢genes y fotos imperecederas para la historia del f¨²tbol. Expandido con altavoces de ¨²ltima generaci¨®n y comparado con los otros grandes de la historia del f¨²tbol que se pueden contar con los dedos de una mano. No m¨¢s.
Aunque haya que regatear libros de estilo y caer en el imprudente personalismo period¨ªstico siempre criticable, estas l¨ªneas tienen que acercarse al Diego m¨¢s ¨ªntimo que tuve la fortuna de conocer lo que ¨¦l me dej¨® a partir de la d¨¦cada de los ochenta. Hablamos del Diego del Barcelona, pero sobre todo del Diego del N¨¢poles, del Mundial de M¨¦xico 86 y sus consiguientes etapas. El Diego n¨²mero uno por excelencia. El Diego que termin¨® aceptando, entonces, la insistencia de un reportero espa?ol como animal de compa?¨ªa y a quien termin¨® acogiendo en su seno de confianza por pura pesadez.
Como periodista, en los tiempos que no hab¨ªa tel¨¦fonos m¨®viles, con Diego no hab¨ªa que tener prisas. Ni antes ni despu¨¦s de ser campe¨®n del mundo. No val¨ªan los conductos reglamentarios de los clubes. Una vez que te ten¨ªa identificado, simplemente hab¨ªa que tener paciencia. Si te aseguraba una entrevista, tarde o temprano te la conced¨ªa. Y si te promet¨ªa que visitar¨ªa la redacci¨®n de tu peri¨®dico dos meses despu¨¦s de ser campe¨®n del mundo, con la magnitud que eso significaba, lo hac¨ªa aunque fuera con cinco interminables horas de retraso.
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Hazlo aqu¨ªEl Diego que te invitaba a cenar con su familia o sus compa?eros del N¨¢poles en La Sacrist¨ªa de Posilipo, su barrio napolitano, o te sub¨ªa en su coche para dar una vuelta de madrugada por la costa partenopea era un Diego entra?able a quien le daba el alba hablando de f¨²tbol, de an¨¦cdotas, de vivencias. La hora del entrenamiento del d¨ªa siguiente era lo de menos. ¡°Ya me infiltrar¨¦ el domingo para jugar, que es lo importante¡±, te susurraba olvidando que esos pinchazos de cortisona que le met¨ªan en el cuerpo eran pan para el d¨ªa y veneno para el ma?ana.
Su f¨²tbol era como su vida. O su vida era como su juego. Puro riesgo. Improvisaci¨®n. Alevos¨ªa. Irreverencia. Magia. Encanto. Hechizo. Seducci¨®n. Paredes, ca?os, sombreros, amagos, fintas, regates, remates, pases con el pecho, controles de tac¨®n¡ Enga?os. Al contrario y a su salud. Juraba y perjuraba que disfrut¨® con un bal¨®n entre los pies hasta el ¨²ltimo d¨ªa que se visti¨® de corto. En la final del Mundial y en un asado de solteros contra casados. Su ¨²ltimo deseo publicado el d¨ªa de su 60 cumplea?os era ins¨®lito: ¡°Sue?o poder marcar otro gol a los ingleses con la mano derecha¡±. Ese era Diego, zurdo de pie y diestro de mano.
Dice adi¨®s cuando parec¨ªa que ten¨ªa el bal¨®n controlado despu¨¦s de que la salud le diera su en¨¦simo susto. Se le ha parado su ¨®rgano m¨¢s preciado, el coraz¨®n.
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