No discutan a dios
Nadie lleg¨® a la deidad del Pelusa. As¨ª lo quiso la gente, la albiceleste, la napolitana y la de Marte. Lo suyo exced¨ªa al espumoso mundo de las celebridades
Los inmortales no mueren. Lo mismo da que el Diego futbolista se empe?ara en devorar al Maradona callejero desde que emigrara de las penurias de Villa Fiorito. No importa que Maradona, no Diego, haya muerto de realidad, de esa irrealidad en la que vivi¨® fuera de la cancha y en la que nunca encontr¨® un subsidio de abandono m¨¢s all¨¢ del f¨²tbol.
Fue algo mucho m¨¢s que un futbolista can¨®nico. Trascendi¨® de largo a un palad¨ªn argentino ¨²nico [solo Gardel podr¨ªa osar regatearle]. Ni el tanguero tuvo que soportar tanta divinidad. El f¨²tbol cuenta mitos por doquier. Las hinchadas se desga?itan por discutir qui¨¦n es o fue el mejor. Pendejadas que no llevan a ning¨²n sitio cuando hay un dios por el medio. Di St¨¦fano, Pel¨¦, Messi... Ninguno lleg¨® a la deidad del Pelusa. As¨ª lo quiso la gente, la albiceleste, la napolitana y la de Marte. Lo suyo exced¨ªa al espumoso mundo de las celebridades. Era el divo que le diera la gana. As¨ª lo decidi¨® el pueblo, as¨ª se aprovecharon tantos rumiantes maledicentes que le escoltaban en beneficio propio. Diego jam¨¢s supo dejar de ser Maradona. Nadie se lo consinti¨®. Es un tonelaje insoportable ser Messi cada d¨ªa. ?Pero ser un dios cada minuto?
No era un dios cualquiera. Todo en Diego y en Maradona era asombroso. Cuando uno ve¨ªa la zurda con frac de Diego le resultaba sobrenatural que encima tuviera otra pierna. Siempre con el tremendismo a cuestas, Diego era tan recreativo como Maradona subversivo. En la pradera pod¨ªa hacer malabarismos con una mandarina durante horas. Cuentan, importa un bledo que sea o no leyenda ¡ªa los dioses no se les discute¡ª que hasta bajo la ducha acunaba con el empeine una escurridiza pastilla de jab¨®n. El arte de lo imprevisto. Este periodista jam¨¢s vio una pelota dormir la siesta como lo hac¨ªa en el pie zurdo de Diego. No hubo quien le hiciera tales caranto?as al bal¨®n. Por algo le obedec¨ªa como a nadie.
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Hazlo aqu¨ªTan insubordinado era que en una misma jornada se pon¨ªa el guante de dios para marcar el gol m¨¢s fullero entre los fulleros y poco despu¨¦s dejaba como portada del archivo del tesoro del f¨²tbol un testamento ¨²nico: un batall¨®n de ingleses desparramados a su paso por una cancha mexicana. Tan rebelde que le tiraba el f¨²tbol a la cara al opulento norte de los Berlusconi y Agnelli mientras el oprimido sur napolitano sacaba pecho como nunca con su gran cesarista por bandera.
A Maradona le molieron a patadas en aquel f¨²tbol matonista de los a?os ochenta y noventa. En Espa?a y en el Calcio. Pero solo Maradona marchit¨® a Diego. Dios hace lo que le da gana. Y m¨¢s el dios de los pobres, el capaz de enfrentarse a la nomenclatura de la FIFA y echarse en brazos de Fidel Castro (muerto tambi¨¦n, gui?os de la vida, un 25 de noviembre).
Descanse en paz el Maradona que nunca pudo embridar su vida. Y sigamos embriag¨¢ndonos con el Diego infinito que ya estar¨¢ ingeniando el pr¨®ximo gol sublime. De paso, dejemos a un lado el est¨¦ril debate sobre qui¨¦n demonios fue el mejor. A demonio nadie ganar¨¢ a Maradona. Y dios solo hubo uno: Diego.
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