Fue la Argentina
Lo que se ha muerto, parece claro, es un fragmento de nuestras historias. Maradona fue todos nosotros y todos fuimos Maradona. Al morirse nos mata esos momentos, nos desgarra
Fue la Argentina. Por mucho tiempo hubo millones y millones de chinos, rusos, indios, africanos que nunca hab¨ªan o¨ªdo de gauchos y de tangos, de Evita o de Gardel o de Guevara pero hab¨ªan visto a Maradona y sus pelotas ¨Cy era lo que sab¨ªan de ese pa¨ªs perdido. ¡°Alguna vez terminaremos de aceptar¡±, escrib¨ª hace a?os, ¡°que para dos o tres mil millones de personas la Argentina y los argentinos ¨Ctodos los argentinos, las vacas, las monta?as, los presidentes, los violadores fugitivos, el novio de tu hermana, aquel triciclo, los inmigrantes bajando de los barcos, el cielo de Humahuaca, el peronismo, la esquina de Carabobo y Cucha Cucha, la marcha de San Lorenzo, tu futuro, los ovejeros belgas y las rayas y los s¨¢nguches de miga, las pastillas refresco, tl?n uqbar orbis tertius, este papel manchado¨C no somos nada m¨¢s o nada menos que la confusa nube de pedos que aureola la pierna izquierda del Gran Diez. En el mundo ¨Cpara todos los que no son vecinos o europeos con parientes o tercermundistas m¨¢s o menos cultos¨C, la Argentina somos ¨¦l. Digo: para miles de millones de personas somos ¨¦l. Es un destino ¨Cpara ¨¦l, para nosotros. Supongo que podr¨ªa ser mejor. Y podr¨ªa ser, tambi¨¦n, mucho peor. Era un modelo complicado: peleador, simp¨¢tico, quejoso, drog¨®n, desaforado, ingenioso, cre¨ªdo, ilimitado, machista, popular, oportunista, c¨¢lido, cursi, inteligente. Fue dif¨ªcil adaptarnos a la idea de que los argentinos ¨¦ramos eso, pero hicimos todo lo que pudimos¡±.
* * *
A veces me irritaba que fuera un futbolista: que lo que se conoc¨ªa de la Argentina fuera un futbolista. O peor: que lo ¨²nico que un¨ªa a los argentinos fuera un futbolista. Entonces me consolaba pensando que en realidad era un artista ¨Cdel arte m¨¢s popular, del m¨¢s peque?o.
Jugaba como nadie: literalmente como nadie. Era puro talento extraordinario, capaz de la sorpresa permanente. Si el genio es hacer distinto eso que todos hacen parecido, Maradona lo ten¨ªa, lo era. Hizo dos o tres cosas memorables: hizo, sobre todo, cantidad de cosas imposibles. Y, m¨¢s que nada, emocionaba: sab¨ªa darles drama. Su juego era un concierto incierto de tacos, ca?os y rabonas, pases sin un pase, paseos por la cornisa. Emocionaba: siempre intentaba algo a punto de fracasar por inviable y, en el ¨²ltimo instante, lo lograba. Maradona parec¨ªa jugar como viv¨ªa: al borde del abismo.
La gambeta ¨Cla finta, la fingida¨C es convencer a alguien de que vas a hacer una cosa y hacer otra: la historia de su vida. Naci¨® para ser un chico pobre, marginal; se convirti¨® en el centro de un mundo, rico, famoso y adorado; lo amenaz¨® con sus audacias, lo arruin¨® con sus desasosiegos. Era contradicci¨®n pura: amagaba para la derecha y sal¨ªa para la izquierda, y viceversa. Nunca hac¨ªa lo que uno imaginaba, aunque terminaba haciendo lo que uno imaginaba: lo contrario.
Se opuso a todo: sobre todo a s¨ª mismo. Fue el rebelde mejor adaptado, el adaptado m¨¢s rebelde. Y fue, al mismo tiempo, el ¨²nico capaz de hacer llorar a millones a patadas. Fue un gran jugador pero fue, sin duda, mucho m¨¢s que eso ¨Cque tambi¨¦n era poco para Maradona. Pudo ser Maradona porque no ten¨ªa paz, porque quer¨ªa siempre m¨¢s: su vida, por eso mismo, fue un tormento.
* * *
Jugaba como nadie, y era la Argentina. No es f¨¢cil ser un pa¨ªs: ni f¨¢cil ni liviano. Y no era f¨¢cil ser Maradona. Saber que entonces era, tras el papa Juan Pablo II, la persona m¨¢s conocida de la Tierra ¨Cy era un chico de Villa Fiorito y fue a decirle al Papa que vendiera su oro y repartiera. Saber que veinte o treinta pa¨ªses emit¨ªan estampillas con su cara, que millones se disfrazaban de ¨¦l, que tantos se tatuaban su figura. Saber que era el nombre de los sue?os: que todos los chicos quer¨ªan ser Maradona. No era f¨¢cil pero crey¨® que le sobraba. Ten¨ªa tanto talento, tanta riqueza futbolera que imagin¨® que pod¨ªa despilfarrarla y no se acabar¨ªa: la Argentina.
No era f¨¢cil, y Maradona lo pag¨®. Fue muy duro ser Maradona cuando era todav¨ªa Maradona; fue insoportable cuando dej¨® de serlo. Ya retirado sigui¨® viajando por el borde, y se ca¨ªa. Los futbolistas son ef¨ªmeros: es una de sus condiciones. Un jugador se acaba, como todo el mundo, s¨®lo que el jugador lo tiene presente desde el primer momento: su futuro es escaso, obsolescencia programada. Maradona llev¨® ese modelo al l¨ªmite: el presente continuo, el futuro despreciado, los tiempos de la coca¨ªna ¨Cy de la cortisona. El mejor jugador busc¨® m¨¢s formas de quedarse sin futuro. Y lo perdi¨® y se perdi¨® y en un momento ya no supo qui¨¦n era. O por lo menos no estuvo seguro, porque todos quer¨ªan verlo como lo que ya no era. Despu¨¦s supo contarlo: que en una cl¨ªnica donde trataba de desintoxicarse lo miraban como a un farsante de caricatura:
¨CAc¨¢ uno dice que es Napole¨®n, otro piensa que es San Mart¨ªn... ?Y yo les digo que soy Maradona y nadie me lo cree!
* * *
Se ca¨ªa, se levantaba, se ca¨ªa. Se regodeaba en sus glorias pasadas por falta de futuras; la Argentina, si acaso. Se prendaba de alg¨²n l¨ªder de ocasi¨®n y lo jaleaba hasta el cansancio y despu¨¦s lo cambiaba por otro; la Argentina, qui¨¦n sabe. Dedicaba tanto esfuerzo y cuidado a destruirse; la Argentina, digamos. Por eso la Argentina dedic¨® tantos esfuerzos a quererlo y odiarlo. Lo quisimos porque fue, en los momentos se?alados, el salvador de esa entidad menor que llaman patria, su versi¨®n m¨¢s redonda, esos raros arrestos de gozo compartido. Lo odiamos porque hizo demasiado l¨ªo: defendi¨® a pol¨ªticos odiosos, maltrat¨® a periodistas y parientes, se maltrat¨® tan obstinado. Lo odiamos, creo, sobre todo, porque nos oblig¨® a sufrir por ¨¦l: por sus desgracias y por sus desplantes. Lo odiamos porque nos hizo tan dif¨ªcil el vicio de quererlo.
Aun as¨ª, nunca lo dejamos. ?Por qu¨¦ el f¨²tbol sabe crear estos amores? ?Por qu¨¦, estas cercan¨ªas? ?Por qu¨¦, hoy, millones que nunca lo conocimos lo lloramos? ?Por qu¨¦ un pa¨ªs se para y grita y canta para despedirlo? ?Qu¨¦ dice sobre ¨¦l pero, sobre todo, qu¨¦ sobre nosotros? ?Sobre nuestra orfandad, nuestras urgencias? ?Por qu¨¦ nos duele como duele, como si hubiera muerto alguien cercano? Lo que se ha muerto, parece claro, es un fragmento de nuestras historias. La muerte no es un¨¢nime: te llega de a pedazos, se te va apoderando. Te muerde cuando se muere quien te importa. Maradona fue todos nosotros y todos fuimos Maradona. Al morirse nos mata esos momentos, nos desgarra.
* * *
?l fue, durante a?os, la Argentina, y hac¨ªa a?os que ya no era ¨¦l, pero al morirse volvi¨® a ser: la muerte borra tanto. Hoy la Argentina es ¨¦l, su duelo tan temprano; hoy la Argentina solo dice Maradona. Por eso esta noche recuerdo aquella en que se me volvi¨® un idioma. Fue hace casi tres d¨¦cadas; en esa fonda de Pek¨ªn, repleta, tres chinos j¨®venes, bien vestidos y bien bebidos, me vieron despistado. Por se?as me preguntaron de d¨®nde era, les dije que argentino y me dijeron Maradona; por se?as me invitaron a sentarme. No sab¨ªan palabra de ingl¨¦s ni yo de chino; me convidaron copas y m¨¢s copas de un licor meloso. Est¨¢bamos borrachos y felices: nos sonre¨ªamos, nos palme¨¢bamos los hombros y nos dec¨ªamos, en muchos tonos, la ¨²nica palabra compartida:
¨CMaladona, Maladona.
¨CMaaaradona.
¨CMaladon¨¢aaaa.
Fue un di¨¢logo largo; al fin nos despedimos con abrazos. Cuando volvamos a encontrarnos seguiremos hablando el mismo idioma: Maradona nunca ser¨¢ una lengua muerta.
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