El m¨¢s duro de los ¡®matadores¡¯
H¨¦ctor Horacio Scotta no era un artista. Ni siquiera era h¨¢bil. Ametrallar era lo suyo. Ese ca?onero feroz ostenta desde hace 45 a?os una marca casi insuperable: marc¨® 60 goles en una sola competici¨®n
No todos los grandes futbolistas saben jugar al f¨²tbol, si consideramos que jugar consiste en crear, combinar, ayudar y, en general, participar activamente en el movimiento del equipo. Algunos nunca se interesaron en hacer paredes o ceder balones a los compa?eros: cuando lo hicieron fue por casualidad. Lo suyo era estar ah¨ª, en una ¨®rbita completamente exc¨¦ntrica, y ejercer un efecto magn¨¦tico sobre el cuero. Que siempre acababa llegando. Un simple toque, dos como m¨¢ximo en fechas se?aladas, y hasta la pr¨®xima. Hablo de esa gente que no se dedica al f¨²tbol, sino al gol. Un tipo de ariete cada d¨ªa m¨¢s raro en un f¨²tbol que exige colaboraci¨®n y en el que el delantero est¨¢ obligado a trabajar tambi¨¦n como primera l¨ªnea de defensa.
Nadie esper¨® nunca que tipos como Hugo S¨¢nchez, Gerd M¨¹ller o Romario de Souza persiguieran a su marcador o bajaran a ayudar a los centrocampistas. Eran maestros en lo suyo, el remate y el gol. De lo otro se desentend¨ªan. Pero era maravilloso contemplar c¨®mo se despertaban esos gatos: pasaban en un segundo de la siesta al zarpazo. Y sus compa?eros viv¨ªan con la tranquilidad de saber que les bastaba con lanzar un bal¨®n ah¨ª lejos, al ¨¢rea rival, para atormentar al contrario y enardecer al p¨²blico. Porque ah¨ª lejos estaba el killer, listo para cumplir con su trabajo.
A Ferenc Pusk¨¢s, que da nombre al premio anual al mejor remate, le llamaban Ca?oncito Pum. A Mario Kempes le llamaban Matador. Ambos apodos ser¨ªan a¨²n m¨¢s id¨®neos para un tipo que ten¨ªa un ca?¨®n en la pierna y que no mataba, pero casi. Pocos habr¨¢n olvidado, en Buenos Aires y en Sevilla, el temor que provocaban sus tiros libres. Y el ambiente f¨²nebre con que se formaba ante ¨¦l la barrera, como si no se tratara de proteger la porter¨ªa sino de alienarse en un pared¨®n de fusilamiento. H¨¦ctor Horacio Scotta ten¨ªa un golpeo absolutamente violento.
No era un artista. Ni siquiera era h¨¢bil. Ametrallar era lo suyo. Hace unos a?os le cont¨® a la revista El ca?o que si le dejaban lanzar desde la esquina no miraba a sus compa?eros, sino al arco: ¡°Yo pateaba desde el c¨®rner para hacer un gol. No tiraba el centro, le pegaba de chanfle a ver si entraba¡±. Tampoco ten¨ªa una gran punter¨ªa: ¡°Una vez mand¨¦ un tiro libre al segundo piso de Racing¡±. El periodista Jos¨¦ Mar¨ªa Mu?oz le acusaba de romper a balonazos los carteles publicitarios del Gas¨®metro, el estadio de San Lorenzo.
Ese ca?onero feroz ostenta desde hace 45 a?os una marca casi insuperable. En 1975, jugando con San Lorenzo, marc¨® 60 goles en una sola temporada y en una sola competici¨®n, la nacional. ?Alguien imagina anotar 60 veces en una Liga? Cierto que por entonces la temporada argentina se divid¨ªa en dos torneos, el Metropolitano y el Nacional, pero es lo mismo. El gran Pel¨¦ lleg¨® a marcar 59 goles con el Santos en una Liga brasile?a. Messi, durante un a?o natural (2012), tambi¨¦n consigui¨® 59 goles con el Barcelona en la Liga espa?ola. En Argentina, nadie se ha acercado a Scotta.
En Espa?a, donde jug¨® con el Sevilla entre 1976 y 1980, dej¨® un reguero de conmociones. Un arquero tan curtido como Ir¨ªbar qued¨® en el suelo tras recibir un balonazo de Scotta. Asensi sufri¨® un impacto de Scotta en la boca del est¨®mago; mientras lo reanimaban, le levantaron la camiseta y vieron que sobre la piel ten¨ªa la marca del bal¨®n perfectamente impresa, incluyendo las costuras.
Dudo de que alguna vez vuelva a verse a un tipo tan rudimentario y tan espectacular como Scotta.
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