Bar?a, s¨¢lvese quien pueda
Si en tiempos de abundancia es entretenido hablar de estilos, cuando llega la escasez se impone la crudeza de la supervivencia
Guerra para todas las edades. Dec¨ªa Churchill que los italianos ¡°hacen la guerra como si fuera un partido de f¨²tbol y juegan al f¨²tbol como si fuera una guerra¡±. San Siro es un campo de batalla que siempre honr¨® la frase. El Madrid sali¨® indemne de un primer tiempo intenso, frente a un Inter de cemento armado con la ambici¨®n mordedora del que tiene prisa por ganar. El Madrid tir¨® de experiencia, se encomend¨® a Courtois, y esper¨® tiempos mejores. Luego, un Madrid m¨¢s homog¨¦neo y en¨¦rgico supo equilibrar las cosas. Finalmente, el cansancio, que tambi¨¦n decide batallas, puso el partido para cualquiera. Pero en Europa el Madrid no es cualquiera. Y as¨ª como en el primer tiempo la cosa era para veteranos de guerra, en el segundo le lleg¨® el turno a la joven artiller¨ªa que est¨¢bamos esperando. Valverde, Vinicius, Rodrygo y Camavinga se hicieron cargo del triunfo en un final a toda mecha. Veteranos y noveles, dice el himno.
Se va a hacer largo. Durante a?os, el Bar?a les pas¨® por encima a sus rivales con un f¨²tbol que chorreaba superioridad, pero despilfarr¨® talento y dinero y ahora, empeque?ecido, sufre las consecuencias hasta la humillaci¨®n. La distancia entre tanta gloria pasada y este incierto presente no hay optimismo ni discurso que lo llene. Mejor hacerlo corto: ¡°Esto es lo que hay¡±, dijeron al un¨ªsono Koeman y Piqu¨¦ para ponerle acento a lo que no hay. El f¨²tbol, con la camiseta del Bayern, le cont¨® la verdad demasiado pronto y al Bar?a le queda ahora una interminable temporada con responsables intercambiables. Ma?ana la culpa ser¨¢ de un jugador, pasado del entrenador, m¨¢s tarde del presidente¡ El caldo pasional del f¨²tbol no desaprovecha ninguna oportunidad de crear conflictos. Si en tiempos de abundancia es entretenido hablar de estilos, cuando llega la escasez se impone la crudeza de la supervivencia. S¨¢lvese quien pueda.
Iguales ante la ley. Uno ama a un club por una serie de cosas que ocurren en la infancia. Uno juega en un club por el inter¨¦s propio de un adulto. Es dif¨ªcil conciliar el desinteresado amor de un ni?o (un hincha siempre tiene siete a?os), con el inter¨¦s adulto de un profesional. Ese choque de expectativas divide a los atl¨¦ticos en el regreso de Griezmann: unos pitan al mercenario, y otros aplauden para abrazar al hijo que equivoc¨® el camino. El f¨²tbol post pand¨¦mico puso en valor la econom¨ªa de los clubes. El Bar?a es el ejemplo supremo de c¨®mo el dinero rige todas las decisiones pasando por encima de leyendas y canteranos. En tiempos de crisis, hasta la identidad ocupa un lugar secundario. Pero cuando Ilaix interpreta las nuevas reglas economicistas del f¨²tbol y deja el Bar?a para irse al Leipzig, le llaman ¡°materialista¡± aunque deje 15 millones en la caja. Recapitulemos: amor o inter¨¦s, pero para todos.
Una sorpresita, por favor. El gran patrimonio del jugador es toda la t¨¦cnica acumulada, pero algunas acciones son m¨¢s domesticables que otras. El control y el pase, por ejemplo. Lo hemos comprobado en esta jornada de Champions: cada vez se hace mejor y a nadie ha hecho m¨¢s feliz que a los entrenadores. Cada pase es un ladrillo que construye el edificio del juego, y las continuas repeticiones en los entrenamientos dan como resultado casas prefabricadas sin ninguna singularidad. Uno, vicioso de lo imprevisto, espera ansioso la llegada de algo impensado. A ese momento estoy m¨¢s atento que a todos los planes que dibujan los entrenadores. Mientras tanto, el central se la da al lateral, el lateral al central, el central al otro central y as¨ª, como si unieran una l¨ªnea entre puntos dibujados en una pizarra, va progresando un juego que yo, espectador, me s¨¦ tan de memoria como los jugadores.
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