Roma no quiere ser la capital de Italia (del f¨²tbol)
Las aficiones de la Lazio y la Roma rechazan que su estadio pase a llamarse Paolo Rossi, h¨¦roe del Mundial del 82, pero jugador de la Juventus y sin v¨ªnculos con la ciudad
Una selecci¨®n de f¨²tbol es un cuerpo extra?o dif¨ªcil de etiquetar geogr¨¢fica y culturalmente dentro de un mismo pa¨ªs. Siempre alguien intenta amarrarla a alguna corriente ideol¨®gica, a menudo nacionalista, o a alg¨²n club: ah¨ª est¨¢ el caso Piqu¨¦ y los silbidos. Pero cunde tambi¨¦n el error de atribuir sus esencias a una determinada ciudad o a asociarla a alg¨²n estadio concreto. Una manera de razonar provinciana que ha llevado a la C¨¢mara de Diputados de Italia a aprobar una moci¨®n para bautizar al Estadio Ol¨ªmpico de Roma con el nombre de Paolo Rossi, mito del calcio y h¨¦roe transalpino del Mundial del 82 en Espa?a. Pero claro, ?qu¨¦ tiene que ver el pobre Pablito con la Roma o la Lazio, los equipos que juegan ah¨ª cada semana desde hace siete d¨¦cadas? Nada. Y el cabreo es monumental a orillas del T¨ªber. Muy pocos eventos ponen de acuerdo a dos aficiones fratricidas. Esta vez, sin embargo, la respuesta ha sido un¨¢nime: ni en broma.
El razonamiento de los diputados, promovido por la Federaci¨®n de F¨²tbol Italiana y la FIFA, condujo al est¨²pido silogismo. Si Roma es la capital de Italia y la Nazionale es el equipo del pa¨ªs, el Ol¨ªmpico deb¨ªa ser la sede oficial de la selecci¨®n. Pero ni Italia es Inglaterra, ni el Ol¨ªmpico es Wembley, quiz¨¢ el ¨²nico estadio asociado de una forma tan n¨ªtida al equipo patrio y al f¨²tbol en may¨²sculas. Roma es la ciudad que ha acogido m¨¢s veces a la selecci¨®n con 63 encuentros oficiales. Pero est¨¢ muy repartido: Mil¨¢n viene justo despu¨¦s con 59 y Tur¨ªn con 40. La iniciativa, firmada por el diputado Pierantonio Zanettin, de la conservadora Forza Italia, que lidera Silvio Berlusconi, obtuvo 387 votos a favor, cinco en contra y dos abstenciones. Pero hay pocas cosas m¨¢s alejadas entre s¨ª que las leyes de un parlamento y los sentimientos de una afici¨®n (aunque a veces parezcan emanar de un instinto parecido).
La viuda de Rossi, fallecido en 2020, celebr¨® leg¨ªtimamente la moci¨®n: ¡°Estoy conmovida, es una noticia que me hace feliz¡±. Tambi¨¦n su hijo. No est¨¢ claro, sin embargo, lo que pensar¨ªa el propio futbolista, cuya carrera no tiene nada que ver con el Ol¨ªmpico y que, encima, era toscano (de Prato, la ciudad textil convertida hoy en una provincia china). En Roma fue silbado y odiado a partes iguales cada vez que ven¨ªa vistiendo la camiseta de la Juventus, uno de los principales enemigos de los giallorossi. Este estadio, pese a su molesta pista de atletismo, a conservar todav¨ªa a la entrada un obelisco dedicado a Mussolini y a plantear recurrentemente la mudanza de sus inquilinos, sigue siendo un monumento a la romanidad y a los dos clubes de la ciudad, que juegan aqu¨ª desde hace 70 a?os.
Cuando todos los estadios se llaman ahora como aseguradoras o aerol¨ªneas de estados petrol¨ªferos, es de agradecer que se busque el nombre de un h¨¦roe del f¨²tbol para el Ol¨ªmpico. Pero, en todo caso, exclaman ahora los aficionados de ambos equipos, habr¨ªa que buscar una bisagra entre el odio de ambas curvas. ?Quiz¨¢ Fulvio Bernardini o Silvio Piola, que vistieron las dos camisetas? El caso ha tenido respuesta tambi¨¦n en el Ayuntamiento capitolino, donde el concejal de Deportes ha dicho que el intento de rebautizar el Ol¨ªmpico con el nombre de Rossi ¡°es un acto de colonialismo¡±. Como siempre pasa con estos asuntos, vuelve a emerger la brecha entre las dos Italias, sus j¨®venes ra¨ªces y la cuesti¨®n meridional.
La selecci¨®n italiana ha tenido siempre m¨¢s acogida en el sur que en el norte. A menos clubes en Serie A, m¨¢s afici¨®n ha habido por la Azzurra. A Matteo Salvini, por ejemplo, ex vicepresidente del Consejo de Ministros, le encant¨® durante sus a?os de independentista ir con quien jugase contra la Nazionale. Para hurgar en la herida, para separar. Y la gracia, justamente, era que a Paolo Rossi se le atribu¨ªa haber unido a todo el pa¨ªs durante el verano de 1982. Un hombre que, despu¨¦s de haber penado en el infierno de dos a?os de descalificaci¨®n por un asunto de apuestas ilegales, logr¨® zurcir las costuras de una resquebrajada Italia con tres goles como soles en la final de la segunda liguilla del Mundial contra Brasil en el viejo Sarri¨¤. Ahora, gracias al Parlamento, est¨¢n a punto de convertirlo en todo lo contrario.
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