Garibaldi, Draghi y Mourinho: los intocables
La Roma del portugu¨¦s ha firmado una media temporada mediocre, pero la afici¨®n no osa cuestionar la continuidad del t¨¦cnico por temor a la falta de alternativas
La profanaci¨®n de determinados temas o los ataques a la reputaci¨®n de cierto tipo de personas con cr¨ªticas que no deber¨ªan nunca aflorar en p¨²blico se conoce en Italia como ¡°hablar mal de Garibaldi¡±. La expresi¨®n sirve tambi¨¦n para rereferirse a asuntos que se consideran sagrados y exentos del juicio mundano. Giuseppe Garibaldi, condottiero, general, revolucionario republicano y santo y se?a de la unificaci¨®n de la Italia a mediados del siglo XIX, es una de ellas. Se puede criticar al Papa, a un padre o al presidente, pero no a Garibaldi (al menos de Roma para arriba). Hay algunos personajes m¨¢s que comparten esa esfera de protecci¨®n. Uno podr¨ªa ser el actual presidente del Consejo de Ministros de Italia, Mario Draghi. Salvador de la moneda ¨²nica, ap¨®stol de la Uni¨®n Europea y poco menos que fundador del Risorgimento moderno. SuperMario se ha convertido en una suerte de sacerdote de quien nadie se atreve a apostillar ni una sola palabra. No sea que decida marcharse y dejar al pa¨ªs a merced del caos. El segundo, mucho m¨¢s insospechado, por su trayectoria y por las alturas del campeonato a las que estamos, es el t¨¦cnico de la Roma, Jos¨¦ Mourinho.
Era dif¨ªcil imaginar un arranque peor que el del portugu¨¦s en su regreso a la Serie A. El s¨¢bado la Roma empat¨® 2-2 en casa contra el Verona ¡ªsalvaron los muebles dos chavales de la cantera¡ª y ya es octavo. Las estad¨ªsticas lo hunden en el fondo del lodazal de la historia de los ¨²ltimos 15 a?os (tiene siete puntos menos que Fonseca el a?o pasado a estas alturas). Hoy el equipo se encuentra en pa?ales t¨¢cticos y de juego, no logra superar a la Lazio y est¨¢ muy lejos de la cabeza. En este momento ni siquiera jugar¨ªa ninguna competici¨®n europea el a?o que viene. Pero nadie osa cuestionarlo. Y mucho menos la propiedad del equipo, la familia Friedkin, cuyo patr¨®n apost¨® fuertemente por ¨¦l el verano pasado y ya ha anunciado que seguir¨¢ la temporada que viene. Veremos qu¨¦ pasa. Pero todo el mundo sabe que si se va, ser¨¢ porque ¨¦l lo decida. Porque le llame el Newcastle o alg¨²n fen¨®meno futbol¨ªstico paranormal de ese tipo. Pero no le echar¨¢n. Es ¨¦l o el caos. Como si Roma viera en ¨¦l a un nuevo Garibaldi, solo que incapaz por su propia naturaleza destructiva de coser o unificar nada.
Mourinho, sin embargo, es la figura m¨¢s importante que han tenido los giallorossi en el banquillo desde Fabio Capello (que precisamente firm¨® un arranque parecido en su primera temporada, terminando s¨¦ptimo antes de ganar el scudetto en la siguiente). El portugu¨¦s ha logrado que no quede una sola entrada para el Ol¨ªmpico los d¨ªas que la Roma juega en su estadio. Lo vende todo. Controla emocionalmente la grada y los despachos. Y, sobre todo, no tiene sustituto. Es Mourinho o muerte, como sol¨ªa decirse en la capital del Imperio romano. Crece el convencimiento de que si el de Set¨²bal se larga el a?o que viene a la Premier ¡ªo a Turqu¨ªa, quiz¨¢ m¨¢s cerca hoy de sus prestaciones en el banquillo¡ª, la Roma se sumir¨¢ en la melancol¨ªa definitiva despu¨¦s de a?os malgastando dinero, esfuerzos y proyectos que deb¨ªan revolucionar la historia del equipo como el de Luis Enrique o Monchi.
El club lleva ya algo m¨¢s de 5.000 d¨ªas sin levantar un solo trofeo. Y los tifosi, sobre todo los de la curva, se agarran a Mourinho como si fuese una estatua de piedra romana a caballo. Est¨¢n convencidos de que es imposible volver a ganar algo si ni siquiera ¨¦l lo consigue. Y es cierto que algunos aficionados m¨¢s cr¨ªticos piensan que Mr. Zero Tituli ¡ªtal y como ¨¦l se refiri¨® a la Roma cuando entrenaba al Inter para recordar su sequ¨ªa en la sala de trofeos¡ª no es el adecuado. Pero el miedo que recorre la grada es que el portugu¨¦s se canse de perder y se vaya, dejando al club todav¨ªa m¨¢s hundido. Una impresi¨®n parecida a la de muchos italianos con Draghi estos d¨ªas. A o al de cualquier Garibaldi moderno que se precie.
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