Pogacar gana en Peyragudes ante un Vingegaard indestructible en el Tour de Francia
El esloveno se impone al maillot amarillo en la rampa final, se lleva cuatro segundos de bonificaci¨®n, pero no es capaz de soltar al l¨ªder en los Pirineos
Jonas Vingegaard, como si se aburriera, se levanta del sill¨ªn y estira el cuerpo. Pogacar mira fijamente hacia adelante. La carretera es vertical. McNulty pedalea. Demolition man en acci¨®n desde mediada la subida a Val Louron, 20 kil¨®metros, ya, el amigo americano de Pogacar ha convertido en escombros al pelot¨®n, ciclistas duros, los mejores del mundo, grandes nombres que son moribundos pidiendo piedad, Geraint Thomas, Nairo Quintana, Enric Mas¡ A su rueda, el de blanco, el de amarillo.
El duelo es un juego de orgullo.
Un puerto seminuevo, ciclismo antiguo. Peyragudes, mitad el viejo Peyresourde, el primer puerto pirenaico que ascendi¨® el Tour, hace ya 112 a?os, y el pelot¨®n sali¨® a medianoche de Bagn¨¨res de Luchon, mitad la subida a una pista de aterrizaje de monta?a, 1.580 metros de altura, y un muro que se a?adi¨® hace 10 a?os e inaugur¨® Valverde. Vingegaard, el de amarillo, y cada vez m¨¢s cerca de Par¨ªs, juega al despiste. Se cuela entre Pogacar, el de blanco, tan joven a¨²n, 23 a?os, y la rueda que le hipnotiza. El esloveno ni se inmuta. Habla por el pinganillo. Quedan 500 metros. Espera su momento. El muro, el muro. El Koppenberg de Flandes, pero de asfalto liso y sol, en julio, no en abril, y en los Pirineos, donde ¨¦l le quiere demostrar al dan¨¦s que llega qui¨¦n es el mejor como en Flandes lo hizo con Van der Poel, el rey de los lugares. McNulty se consume acelerando m¨¢s a¨²n. 16% de pendiente. 300 metros. El orgullo lanza a Pogacar. Un muelle. Vingegaard se pega, adherido, su rueda es un im¨¢n. Espera su momento. El duelo es un juego de esperas. Faltan 175 metros cuando Vingegaard responde. La se?al que esperaba Pogacar, recompensado, dinamita que remonta a falta de 100. Gana la etapa como la gan¨®, igual igual en la Planche des Belles Filles, hace ya tanto que parece que ocurri¨® en otro Tour, y Pogacar era intocable, y lo parec¨ªa. El duelo.
En la meta, se dan la mano. Chicos guapos. J¨®venes sanos. Deportistas. Pogacar se tiende cuan largo es en el asfalto, se ducha sobre el casco, sus mechones que sobresalen, las aletas del tibur¨®n que se siente, con San Pellegrino, acqua gassata, que le sirve Joseba, su masajista. Vingegaard pedalea en el rodillo, se desengrasa. Habla por tel¨¦fono con Trine, su novia, que le recuerda lo que le recuerda todos los d¨ªas, sobre todo, no leas los peri¨®dicos, ?eh?, y responde lac¨®nico, sin dejar translucir ninguna emoci¨®n. El Tour es un juego mental
¡°?Orgullo? ?Mi orgullo? No, no, no el m¨ªo, el del equipo¡±, dice el esloveno, que prefiere buscar la emoci¨®n, la fuerza que moviliza a todos. ¡°He ganado por ellos. Y ma?ana, el gran d¨ªa, saldremos m¨¢s motivados que nunca¡±. La esperanza. Hautacam. Vingegaard, a 2m 18s, cuatro segundos m¨¢s cerca, la bonificaci¨®n. ¡°Y estoy seguro de que si hoy, en los Pirineos, hubieran estado Majka, Bennett, Soler... habr¨ªamos hecho ceder a Vingegaard¡±, a?ade el esloveno, en una muestra de debilidad y llanto in¨¦ditos. ¡°Hemos tenido muy mala suerte, pero aun as¨ª vamos a seguir d¨¢ndole¡±.
En el podio, cuando le revisten de amarillo, sobre la m¨¢scara del covid, los ojillos azules del dan¨¦s brillan m¨¢s felices que ning¨²n d¨ªa. ¡°No gan¨¦ la etapa, me qued¨¦ aislado, solo, sin equipo, pero pude seguirle¡±, dice. ¡°As¨ª que, s¨ª, fue un d¨ªa duro, pero perfecto para m¨ª¡±.
El equipo de Pogacar, el UAE, son cuatro, y uno de ellos, Hirschi, est¨¢ cojo. Por la ma?ana, en Saint Gaudens, est¨¢n hundidos. Dos se fueron por covid; Marc Soler, tambi¨¦n enfermo, lleg¨® la v¨ªspera fuera de control, un calvario voluntario, una penitencia por no haber resistido, y en el Muro de P¨¦gu¨¨re, su fetiche, Majka, el polaco que m¨¢s le anima y le divierte, se lesiona porque pedalea tan duro que rompe la cadena de su bici en la pendiente m¨¢s alta. Quedan cuatro y responden siendo mejor equipo que nunca, agarrando la etapa, convirti¨¦ndola en un tormento para los que esperan compasi¨®n. El contrarrelojista dan¨¦s Mikkel Bjerg, un rodador pesado, acelera en la Hourquette d¡¯Ancizan, el segundo puerto del d¨ªa, y el pelot¨®n, tan poblado hasta entonces, se queda en 20 poco despu¨¦s. Quedan 50 kil¨®metros. Un descenso, y Val Louron, donde entra McNulty, escalador de Phoenix, Arizona, donde comienza el viaje hacia Psicosis y su motel de Janet Leigh, que hace el resto. Uno a uno, todos se descuelgan. Quedan tres.
En el Aspin nublado y fresco por un d¨ªa del verano de horror, donde comienza el para¨ªso de los escaladores, el Tour es un juego de campeones de antes, sombra de lo que fueron. De Froome, que intenta, escaparse, de Pinot, de Bardet, de quienes no volver¨¢n a ser pero se niegan a aceptarlo. Buscan l¨¢grimas como garbanzos en los rostros de la afici¨®n. Emoci¨®n. Nairo tambi¨¦n es de su generaci¨®n, pero se ve m¨¢s joven que hace un a?o, que hace tres. Con m¨¢s vitalidad. Pelea por un puesto en el podio que, este a?o, cuando ya tiene 32, ser¨ªa una victoria, no tendr¨ªa el gusto amargo de los podios que lograba cuando su sue?o amarillo. 20 de julio. D¨ªa de Colombia. M¨¢s motivado que nunca, el le¨®n de Tunja tambi¨¦n cede, de los que forman el pelot¨®n de los que hacen del Tour un juego de resistencia. Y por delante, alma de contrarrelojista que calcula los latidos de su coraz¨®n para nunca pasarse y secarse, Geraint Thomas, otro que ya ha ganado el Tour, marcha solo.
Todos encuentran aplauso y olvido. El Tour, el mejor Tour de muchos a?os, es el duelo.
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