Racismo: la furia y el fango
Lo ocurrido el pasado fin de semana con Vinicius no es m¨¢s que la ¨²ltima expresi¨®n del consentimiento que el f¨²tbol practica con las muestras de racismo que se dan en los estadios
Tristemente, el futbol espa?ol sigue siendo una frase resbaladiza en boca de Joan Gaspart. ¡°Han venido a nuestra casa a provocarnos y eso es algo que no estamos dispuestos a consentir¡±, dijo nada m¨¢s finalizar aquel espect¨¢culo dantesco que supuso el regreso de Luis Figo al Camp Nou. Justificaba, el entonces presidente, una serie de tropel¨ªas que el resto del pa¨ªs admiti¨® como parte del folclore futbol¨ªstico, a saber: un peri¨®dico public¨® un p¨®ster con la cara del portugu¨¦s dentro de un billete de diez mil pesetas, las radios y televisiones anunciaban la presencia de son¨®metros para medir la intensidad de la bronca, algunos tertulianos se debat¨ªan entre pitar al antiguo capit¨¢n o quemarle el restaurante, e incluso hubo padres que se atrevieron a salir en las noticias presumiendo de las ofensivas pancartas que sus hijos hab¨ªan garabateado, para la ocasi¨®n, en clase de manualidades. Ni que decir tiene que una parte de la opini¨®n p¨²blica se aline¨® con el intr¨¦pido an¨¢lisis de Joan Gaspart: aquello que hab¨ªan hecho Figo y el Madrid, fuera lo que fuese, no se pod¨ªa consentir.
Por el camino han ido quedando hechos igual de bochornosos en los que el agraviado casi siempre ha tenido que lidiar con una parte de la culpa. A Samuel Eto¡¯o, en La Romareda, lo abandonaron hasta sus propios compa?eros, incapaces de solidarizarse con ¨¦l cuando desde la grada arreciaban los insultos racistas. ¡°Todos sabemos c¨®mo es Samu¡±, dijo uno de ellos al ser cuestionado por la pol¨¦mica en las horas posteriores al partido. Y lo que sab¨ªamos, b¨¢sicamente, es que a Eto¡¯o lo acosaban con el grito del macaco por ser negro, m¨¢s all¨¢ del car¨¢cter ind¨®mito al que, seguramente, se refer¨ªan quienes trataron de asociar su intento de espantada a un calent¨®n: una reacci¨®n impropia -esto tambi¨¦n se dijo- en quien deber¨ªa saberse un privilegiado. Como en abril del a?o pasado -cuando Diakhaby denunci¨® insultos racistas de un futbolista del C¨¢diz- y en otras tantas ocasiones, el asunto se sald¨® con un breve par¨®n en el que se aprovech¨® para explicar al ofendido que la cosa no era para tanto.
Lo ocurrido el pasado fin de semana con Vinicius Jr. no es m¨¢s que la ¨²ltima expresi¨®n del consentimiento, m¨¢s o menos expl¨ªcito, que el f¨²tbol y la sociedad espa?ola en su conjunto practican con las muestras de racismo que, cada cierto tiempo, se dan en los estadios de nuestro pa¨ªs, ya sea desde las gradas o en el mism¨ªsimo terreno de juego. ¡°Son cosas del f¨²tbol¡±, se dice para aligerar la carga de las pruebas y aliviar las conciencias de quienes est¨¢n dispuestos a transigir con una pizca de racismo en funci¨®n de la camiseta que vista el lesionado. Tambi¨¦n de quienes saben, lo reconozcan o no, que sus actitudes ayudan a normalizar el acoso por las razones que sean. Y llegados a este punto me estoy refiriendo, claro est¨¢, a un cierto tipo de periodismo que ha encontrado en la furia y el fango su verdadera raz¨®n de ser. ?De verdad se ha cre¨ªdo alguien que todo lo visto, le¨ªdo o escuchado la pasada semana, iba de si Vinicius Jr. tiene o no tiene derecho a bailar en sus celebraciones? Acab¨¢ramos.
¡°La historia del racismo es la historia de la injusticia. Y las instituciones, muchas veces, no quieren ver esa realidad porque implica cambiar las cosas, porque implica decir que las cosas no est¨¢n bien, y eso atenta contra el negocio¡±, razonaba hace un tiempo Liliam Thuram. ¡°Nadie va a comprar un producto que no funciona bien. Entonces, los que lo venden, prefieren mirar para otro lado¡±. Y en esas estamos, incapaces de alterar lo que parece estipulado: soltando la mano a Eto¡¯o, o a Vinicius Jr., mientras discutimos si Gaspart ten¨ªa o no raz¨®n en aquello de que, lo verdaderamente grave, es que venga alguien de fuera a provocarnos.
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