Bajo una gran nevada, los ciclistas obligan a suspender la primera etapa de O Gran Cami?o
Jonas Vingegaard y el resto del pelot¨®n se detienen en la ascensi¨®n al alto de Mont¨¢n, a 20 kil¨®metros de la meta, cuyo descenso se hac¨ªa imposible con las manos heladas
Bajo la nevada, casi, Jonas Vingegaard sube hasta la boca, protegiendo la barbilla sensible, la braga de colores que le protege el cuello, se ajusta las gafas de sol y pedalea. Lleva la mano enguantada al manillar y pone en marcha el ordenador de su bicicleta. Comienza la temporada, el camino hacia el Tour del ¨²ltimo ganador en Par¨ªs, un dan¨¦s de 26 a?os que, sobre todo, pide calma, y no quiere agobiarse. Es el antiPogacar, el ciclista tranquilo. ¡°Ser¨¢ una carrera dura. Y fr¨ªa. A ver c¨®mo nos va¡±, dice, antes de partir, el dan¨¦s, erizados sobre sus labios los pelillos de un m¨ªnimo bigote, que ha elegido O Gran Cami?o para empezar la temporada porque le vendr¨¢n bien su dureza y su contrarreloj para llegar pleno a la Par¨ªs-Niza, en 10 d¨ªas, donde le espera Tadej Pogacar, su segundo en el Tour, el esloveno que se exhibe all¨¢ por donde va. ¡°Me encantar¨ªa exhibirme aqu¨ª, pero si no lo consigo no me voy a estresar. S¨¦ de lo que soy capaz cuando estoy bien¡±.
Cero grados en Lugo, en su muralla romana. No mucho m¨¢s calor cinco horas m¨¢s tarde, y nieve que cae en copos espesos en el ¨²ltimo puerto, el alto de Mont¨¢n, a 750 metros, y una m¨¢quina quitanieves abriendo paso al pelot¨®n, y las c¨¢maras de televisi¨®n se recrean jugando con sus juegos en el aire que tapan al pelot¨®n, y ponen a prueba la calidad de las propiedades t¨¦rmicas de los chubasqueros cicl¨ªsticos, la habilidad de los directores y mec¨¢nicos que desde los coches ayudan a los corredores a cambiarse los guantes empapados, y la paciencia de quienes los visten, que no es mucha. Nieve congelada en los cristales de las gafas. Cegatos. Todos hablan cuando comienza el descenso. Los hermanos Herrada, Jes¨²s y Jos¨¦, del Cofidis, lideran al grupo. El pelot¨®n se para. ¡°No podemos seguir as¨ª¡±, le explica Vingegaard a la presidenta del jurado, la francesa Catherine Gastou. En su primer d¨ªa de carrera, el dan¨¦s se convierte en el portavoz de todos, y antes estuvo combativo en la carrera, y en la primera meta volante ha esprintado y tomado 3s de bonificaci¨®n. El esfuerzo es simb¨®lico. Anulada la etapa ning¨²n tiempo es v¨¢lido, solo contar¨¢n los puntos de la monta?a (maillot azul para Francesco Gavazzi) y los de las metas volantes (Vingegaard, maillot verde), y las bonificaciones, que se computar¨¢n en la segunda etapa. El viernes, desde Tui, inicio del Cami?o de Pontevedra hasta el monte Trega, todos comienzan de cero, salvo Vingegaard, que lo har¨¢ con -3 segundos, los de la bonificaci¨®n.
Detenido en la carretera, largas mangas amarillas, negras perneras, Vingegaard habla con la presidenta, que le escucha desde su coche. ¡°Con la manos heladas no tenemos sensibilidad para manejar los frenos. Es mejor parar¡±. Minutos despu¨¦s, los comisarios lo anuncian. La etapa se suspende. 168 kil¨®metros recorridos, 20 por recorrer. Muchos ciclistas, Vingegaard entre ellos, se suben a sus coches de equipo. Otros contin¨²an pedaleando hasta la meta. S¨²bitamente, el sol vuelve a salir. Deja de nevar. ¡°Ha sido una decisi¨®n colectiva del pelot¨®n¡±, dice Frans Maassen, el director del Jumbo, el equipo de Vingegaard. ¡°Todos nuestros ciclistas estaban de acuerdo¡±. El director, Kiko Mart¨ªnez, los entiende, y lamenta la labilidad del tiempo, un minuto, sol, e iluminados bordean O cabo do Mundo, el gran meandro del Mi?o en la Ribeira Sacra; al minuto siguiente, agua, luego nieve. ¡°Podr¨ªamos haber habilitado un atajo para evitar el monte, pero cinco minutos antes brillaba el sol, y no pensamos que ser¨ªa necesario¡±, dice.
El temporal avanza y se detiene en Sarria, donde la meta, y cuando llegan los ciclistas en coche para subirse a los autobuses, calefacciones a tope, duchas de agua caliente, arrecia. ¡°No se pod¨ªa seguir¡±, dice Xabier Muriel, director del Movistar, y ense?a unas fotos que tom¨® en el monte, la carretera blanca por la nevada. ¡°Aparte, no pod¨ªan ver. Si se pon¨ªan las gafas, se helaban los cristales, una capa de hielo. Si se las quitaban, se les helaban los ojos¡±. Azotados por el fr¨ªo, los ciclistas son chavalillos desvalidos, tan flaquitos, ni un gramo de grasa en invierno cubriendo sus m¨²sculos ya afinados, tan poca cosa de repente, que despiertan compasi¨®n, y algunos acaban en ambulancias, temblequeando por la hipotermia, cubiertos con mantas met¨¢licas que brillan como el sol.
Los gallegos en las aceras de Sarria, dan patadas en la acera, heladitos, para entrar en calor y les dicen a los forasteros, no os pens¨¦is que esto es normal, ?eh?, y, sopl¨¢ndose en las manos, entran en la pulper¨ªa de la l¨ªnea de llegada, una raci¨®n y un Ribeiro, donde comparten mesas con los comisarios de carrera, reunidos en el ¨²nico sitio plenamente acogedor. Al menos han podido ver una vez, en su primer paso por meta, al pelot¨®n de los deportistas desafiando al fr¨ªo y al mal humor. Una fuga con Gianni Moscon al frente. El pelot¨®n lanzado a por ellos a menos de un minuto.
Comienza o Gran Cami?o.
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