Pogacar, a punto de reventar la primera llegada para los velocistas
Tim Merlier gana una etapa en la que el l¨ªder y Geraint Thomas atacan en la ¨²ltima cuesta y son alcanzados a 300 metros de la meta
El libro de ruta del Giro se llama Garibaldi, como la taberna de Pablo Iglesias en Lavapi¨¦s, porque el revolucionario italiano fue, adem¨¢s de muchas cosas m¨¢s, un viajero impenitente y la publicaci¨®n que edita cada a?o la carrera rosa no es sino un compendio de rutas actuales y de haza?as del pasado; datos, n¨²meros, ciudades y mitos de la bicicleta, como Eddy Merckx, que, en 1968, en su primera vez en el Giro, estren¨® su maglia rosa en Novara. Gan¨® la segunda jornada, que acababa all¨ª, y al d¨ªa siguiente sali¨® con la t¨²nica de l¨ªder, que cedi¨® dos d¨ªas despu¨¦s para recuperarla la ¨²ltima semana, en las Tres Cimas del Lavaredo y ganar en su primera participaci¨®n.
Tadej Pogacar tiene dos a?os m¨¢s que Merckx cuando consigui¨® su haza?a, pero tambi¨¦n el tercer d¨ªa del Giro sali¨® vestido de rosa en Novara, en una etapa prevista para los llegadores, o los cazadores de fugas, pero quiz¨¢s porque empezar con un final en alto el segundo d¨ªa atemper¨® los impulsos de los valientes, no se atrevieron a desgastar las fuerzas ya desgastadas el domingo.
No consent¨ªan los equipos de los principales, y as¨ª es muy dif¨ªcil. Solo a 78 kil¨®metros, muy lejos para la meta, hubo escaramuzas que rompieron la siesta del pelot¨®n, para pelear por los puntos que otorgan la maglia fucsia de la regularidad, ciclamino en el lenguaje del Giro con el que se escribe el Garibaldi, y se provoc¨® un corte leve, que lleg¨® al minuto, pero que enseguida se resta?¨® por las ganas de los de detr¨¢s y la desgana de los de delante.
Pogacar, vestido de rosa, circulaba siempre en la parte alta del grupo, como corresponde a sus galones, rodeado de su guardia de corps, y lo c¨®modo que se puede viajar en un pelot¨®n que iba adquiriendo velocidad seg¨²n disminu¨ªa las distancia a la meta. Pasaban mon¨®tonos los kil¨®metros, por los paisajes verdes del Piamonte, salpicados aqu¨ª y all¨¢ por torres y castillos de la guerrera Italia cuando no era el pa¨ªs que Garibaldi, entre otros, ayud¨® a unificar, sino una sucesi¨®n de estados en permanente estado de ebullici¨®n. Como Pogacar, incapaz de estarse quieto, y que, como dec¨ªan de Merckx, se activa cuando ve al fondo cualquier pancarta, sea de una meta volante ¨Cexpresi¨®n en desuso en los tiempos modernos del ciclismo¨C, del premio de la monta?a, de la meta, o de las fiestas del pueblo por las que transcurre la carrera.
?l le pone saz¨®n a una etapa sosa, primero en el esprint especial de Cherasco, donde se lanza a disputar la bonificaci¨®n de tres segundos, tal vez solo por comerles la moral a los pretendientes a su trono. Fue segundo, lim¨® dos. Era el aperitivo, quedaba el plato principal en Fossano, la ciudad de 25.000 habitantes y trece iglesias, instalada en una meseta, con las calles trazadas en cuadr¨ªcula, y desde la que, en d¨ªas claros, se pueden observar al fondo las cimas nevadas de los Alpes suizos.
Al pueblo se sube por una cuesta de kil¨®metro y medio, con una curva cerrada en la mitad. Los llegadores se relamen en un terreno no demasiado duro para sus piernas, y no demasiado largo para las sorpresas, pero resulta que al dan¨¦s Mikkel Honor¨¦, no se le ocurre otra cosa que clavarle el aguij¨®n a Pogacar, al que no le hace falta m¨¢s que sentir el pinchazo para lanzarse hacia la meta. Quedan tres kil¨®metros y solo el instigador y el siempre atento Geraint Thomas, le pueden seguir, mientras entre los chicos veloces que esperaban su momento, se extiende el desconcierto. Otra vez, Pogacar provoca el caos. Quedan dos kil¨®metros, Honor¨¦ claudica exhausto y los dos primeros de la general se relevan para llegar a la meta y dar la sorpresa, si es que se puede utilizar alguna vez esa palabra con Pogacar.
La caza por detr¨¢s adquiere tintes de desenfreno; en el pelot¨®n cada cual hace la guerra por su cuenta. Durante un tiempo, parece que la aventura expr¨¦s de Pogacar y Thomas va a acabar bien, pero por fin se organizan detr¨¢s, y a 300 metros, claudican los dos hombres m¨¢s fuertes del Giro, engullidos por la voracidad de los llegadores. En la meta gana el belga Tim Merlier, pero el MVP vuelve a ser Pogacar, ?qui¨¦n si no? ¡°Pensaba que no les alcanz¨¢bamos¡±, dice el ganador sobre el l¨ªder. Todos dudan cuando el fen¨®meno decide actuar como Eddy Merckx.
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