Cuando Par¨ªs fue Barcelona
En una simbiosis que recuerda a 1992, la capital francesa y los Juegos se transforman y se refuerzan mutuamente, creando un espacio en el que los deportistas, liderados por una Simone Biles liberada, trascienden su papel
Les hacen sentir de salida el peso de la historia, piedras manchadas de sangre, las del H?tel de Ville y Versalles, hasta la tumba de Napole¨®n. Y las c¨¢maras les empeque?ecen entre tanto monumento. Est¨²pidos. La historia son ellos.
La historia es Haile Gebrselassie, que nunca fue campe¨®n ol¨ªmpico pero llev¨® al siglo XXI la m¨ªstica de los pies descalzos de Abebe Bikila y da los tres bastonazos de salida del marat¨®n, la carrera s¨ªmbolo de los Juegos, el hombre contra sus l¨ªmites y miles de aficionados felices de fiesta en las aceras y tribunas. La historia es ...
Les hacen sentir de salida el peso de la historia, piedras manchadas de sangre, las del H?tel de Ville y Versalles, hasta la tumba de Napole¨®n. Y las c¨¢maras les empeque?ecen entre tanto monumento. Est¨²pidos. La historia son ellos.
La historia es Haile Gebrselassie, que nunca fue campe¨®n ol¨ªmpico pero llev¨® al siglo XXI la m¨ªstica de los pies descalzos de Abebe Bikila y da los tres bastonazos de salida del marat¨®n, la carrera s¨ªmbolo de los Juegos, el hombre contra sus l¨ªmites y miles de aficionados felices de fiesta en las aceras y tribunas. La historia es Eliud Kipchoge, que llega de la zona m¨¢s remota de Kenia y ha ganado ya dos maratones ol¨ªmpicos, y a los 38 a?os sale para bailar un ¨²ltimo tango, sabiendo que quiz¨¢s ni lo termine, y no lo termina, muerto en la cuesta hacia Versalles, donde los reyes y emperadores pierden la cabeza, y aunque en vez del saxo desgarrado de Gatto Barbieri suene un acorde¨®n junto al Sena, o el bandone¨®n de Astor Piazzola, Noche de Reyes. Y los chavales que le adelantan antes de que, nada m¨¢s pasar la cuesta asesina del kil¨®metro 28, le dan una palmada en la espalda y le gritan: C¡¯mon legend! Cubre parte de su cr¨¢neo privilegiado una diadema que de lejos brilla como una corona de platino, pero es un artilugio con placas de grafito que absorbe el sudor y lo evapora, y le enfr¨ªa. Y le empeque?ece.
Nada es lo que parece los ¨²ltimos 15 d¨ªas. Nada es como fue antes. Los Juegos dejaron de ser solo un showbusiness, una burbuja que guarda una falsa realidad de banderas y medallas, un festival de Eurovisi¨®n a lo grande, una nave espacial que aterriza, o atraca como un crucero gigantesco, en una ciudad y se va a los 15 d¨ªas sin dejar de su paso m¨¢s huella que basura y deudas impagables. En Par¨ªs, los Juegos se dejaron invadir por la realidad, que los ti?¨®, y por la vida. Y en simbiosis inesperada, devolvi¨® multiplicado lo que hab¨ªa recibido. Y los debates de las cosas que importan, como la de una mujer africana, una boxeadora argelina cuya determinaci¨®n sirvi¨® de term¨®metro para medir la amplitud de los discursos de odio transf¨®bicos de las fuerzas de ultraderecha de todo el mundo. Todo comenz¨® como un melodrama a la italiana. Un d¨ªa, toda la prensa transalpina publica que Imane Khalif es intersexual y tiene tanta testosterona en la sangre que golpea como un hombre. Al d¨ªa siguiente, la p¨²gil Angela Carini abandona despu¨¦s de recibir un pu?etazo. Se despoja del casco y llora. Nunca me hab¨ªan golpeado tan fuerte, gime. Nadie atiende a las explicaciones cient¨ªficas, al caso de, por ejemplo, la atleta espa?ola Mar¨ªa Jos¨¦ Mart¨ªnez Pati?o, tambi¨¦n intersexual, cuya testosterona en exceso no se traduc¨ªa en una superioridad f¨ªsica, porque sus efectos se reduc¨ªan a su poder androg¨¦nico, y no tocaban el anabolizante. El mundo se dividi¨® ante Imane Khalif, quien, con m¨¢s fuerza de car¨¢cter a¨²n que de m¨²sculos, resisti¨®, combati¨® y conquist¨® la medalla de oro finalmente. Y nadie le discute el poder que proclama.
El 26 de julio, bajo el diluvio en el Sena, se produjo un clic, un momento de ruptura como un aneurisma que revienta, en la historia y tradici¨®n de los Juegos Ol¨ªmpicos. Fue el desfile en bateaux mouches requisados a los turistas r¨ªo abajo de miles de deportistas, j¨®venes alegres, hijos de su tiempo, que se dejan contagiar felices por el esp¨ªritu transgresor de la ceremonia que espanta a las cavernas, por sus valores republicanos, que ya son cuatro, libert¨¦, egalit¨¦, fraternit¨¦, sororit¨¦, y todos los d¨ªas de la semana que empieza, Simone Biles se empe?a en seguir proclam¨¢ndolos en un pabell¨®n que por fuera parece una pir¨¢mide maya. La lucha puramente individual de la mejor gimnasta de la historia para superar con valor el trauma de Tokio ¡ªgran favorita para ganar cinco medallas de oro y proclamada antes de empezar a¨²n la reina de los Juegos de la pandemia, la norteamericana, de 24 a?os, sufri¨® una crisis de identidad, de voluntad, y una depresi¨®n que cristaliz¨® en unos twisties, una p¨¦rdida de orientaci¨®n en el aire en mitad de giros y mortales en un ejercicio peligroso: lo dej¨® a la mitad, aterriz¨® como pudo y abandon¨®¡ª simboliz¨® al principio, y abraz¨® despu¨¦s, la lucha colectiva de la mujer. Su paso por Par¨ªs se mide, paralelamente a las tres medallas de oro que consigui¨®, las m¨¢s importantes, el concurso general, la prueba por equipos, el salto de potro, en una proclamaci¨®n del poder de la mujer, del black power ¡ªcompartiendo el ¨²ltimo podio con otras dos gimnastas negras, su amiga Jordan Chiles y la fabulosa brasile?a Rebeca Andrade¡ª, de la capacidad casi revolucionaria del deporte. ¡°Esto es lo que somos¡±, resumi¨® Andrade transcendida. Si os gusta, aplaudid, si no, os lo trag¨¢is.
El pabell¨®n, aficionados de todo el mundo, se viene abajo de aplausos.
En el Stade de France, el escenario m¨¢s grande, los atletas franceses son los ¨²ltimos de la fila, y, sin embargo, desde las 10 de la ma?ana, cuando solo se disputan series de las especialidades menos atractivas, lo ocupan m¨¢s de 70.000 espectadores, y cuando, rondando la medianoche de un lunes, Mondo Duplantis, el dios del estadio bate el r¨¦cord del mundo de salto de p¨¦rtiga ¡ªocho saltos en cuatro horas hasta llegar a los 6,25m¡ª estalla con tal energ¨ªa que trastorna al atleta sueco de Nueva Orleans, que dice: ¡°En mi vida hab¨ªa saltado con un ambiente igual, qu¨¦ emoci¨®n, parec¨ªa un estadio de f¨²tbol americano¡±. Y la alegr¨ªa de los espectadores, su ¨¦xtasis, se dispara igual cuando Julien Alfred, una sprinter de Santa Luc¨ªa, remota desde la isla de las Antillas, derrota a la favorita de los medios, por su personalidad excesiva, la norteamericana Sha¡¯Carri Richardson, en la final de los 100m; o cuando Letsile Tebogo, un maravilloso velocista de Botsuana que ha renunciado al appeal de las universidades norteamericanas, derrota en la final de los 200m a Noah Lyles, el norteamericano que quer¨ªa ser Bolt, y solo llora y piensa en su madre muerta a los 43 a?os, y en las zapatillas que calza lleva escrita su fecha de nacimiento.
Nada en Par¨ªs es como cre¨ªan los parisinos que era la ciudad que sufren y que temen. Muchos huyeron de la ciudad como si en vez de una masa de turistas nunca vistos temieran que fuera invadida por el ej¨¦rcito de Hitler, otra vez. Tem¨ªan algo peor, casi, asustados antes de los Juegos por las informaciones alarmistas que avisaban de ruina inminente, atascos insoportables, transportes p¨²blicos desbordados, atentados, polic¨ªas everywhere, y los pobres, los sintecho, los feos, desplazados. Y ahora, desde su caba?a en las monta?as o desde el chiringuito de playa atestado y cervezas imposibles, lamentan haberse ido, porque las informaciones que les llegan hablan de una ciudad en la que sienten que nunca han estado. As¨ª los relatan Le Monde, Lib¨¦ration, la prensa que m¨¢s alertaba del horror de los Juegos, la m¨¢s rendida tres semanas despu¨¦s a la magia, no puede ser otra cosa, que en un plis ha transformado una ciudad agresiva, llena de parisinos cabreados, en un encanto. Y se sorprenden cuando entrevistan a turistas en las aceras, mochila, bermudas, deportivas, banderitas y bocadillos, y estos les dicen que qu¨¦ majos son los franceses, que pensaban que les iban a maltratar y enga?ar, y todo lo contrario. Orgullosos descubren los parisinos que pueden ser queridos. Y hasta recuperan la fe y creen que alg¨²n d¨ªa se ba?ar¨¢n en su Sena a¨²n sucio.
Par¨ªs es Barcelona, agosto de 1992, con un globo con una llama que se eleva en el horizonte sobre las Tuller¨ªas al atardecer, y emociona a quien lo contempla, y el mundo es ligero, y el mal no existe. Es la Barcelona que se descubre, un par¨¦ntesis a¨¦reo, de entusiasmo, de amor fraternal, en un mundo en el que hace mucho fr¨ªo, loco y cruel.
Solo lloran la hosteler¨ªa y los museos, porque el turismo ol¨ªmpico no tiene tiempo para llenar las terrazas junto al Sena ni para visitarlo.
Son los logros de los deportistas ol¨ªmpicos, la alegr¨ªa que proporcionan a los cientos de miles de aficionados en Par¨ªs y a los miles de millones de telespectadores de todo el mundo. La historia son ellos, los 80 maratonianos que a las ocho de la ma?ana de un s¨¢bado salen a correr 42,195 kil¨®metros y se encuentran con una ciudad viva, despierta, vibrante, sin resaca, a la que rinden tributo corriendo m¨¢s que nunca pese a sus cuestas que asustan. Tamirat Tola, un et¨ªope de la extirpe de Bikila, de Gebrselassie, acelera nada m¨¢s dar la vuelta en Versalles en el muro del kil¨®metro 28 y ya nadie le vuelve a ver, salvo las multitudes amontonadas en las aceras y en las gradas de los Inv¨¢lidos, cautivas del esfuerzo de los atletas y la belleza de la carrera a pie. Tola gana y regala un r¨¦cord ol¨ªmpico, 2h 6m 26s, y cuando entra en la recta final, los ¨²ltimos 195 metros, una alfombra azul, el realizador de televisi¨®n minimiza su figura para que le devore en un plano panor¨¢mico la inmensidad de la c¨²pula dorada del templo laico de los Inv¨¢lidos, y cuando cruza la l¨ªnea y quiere dedicarse unos segundos a s¨ª mismo, a su emoci¨®n, a su fatiga, un ayudante de realizaci¨®n le lleva, a gatas, una bandera de su Etiop¨ªa y, trat¨¢ndolo como a un actor de una ficci¨®n, y una ficci¨®n es el relato de la televisi¨®n ol¨ªmpica, le dirige los movimientos, le pide que se levante, que abrace al tercer clasificado, el keniano Benson Kipruto (2h 7m), al que tambi¨¦n han prove¨ªdo de bandera. El segundo, el belga de origen somal¨ª Bashir Abdi (2h 6m 47s), queda fuera del plano. El regidor no hab¨ªa previsto que necesitar¨ªa una ense?a belga.
Tampoco sale en el plano Tariku Novales, el maratoniano gallego que llega muy tarde y destrozado, cojeando y derrotado moralmente. ¡°Estoy triste y avergonzado de m¨ª mismo. Quer¨ªa esconderme de todos¡±, dice, las zapatillas en la mano, los calcetines blancos rojos de sangre. ¡°No s¨¦ por qu¨¦ he terminado. No me vale de nada¡±. Y ni siquiera le consuela que haya ganado su amigo Tamirat.
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