?Podr¨¢ el Mundial salvar la democracia en Brasil?
Cooptados los colores de la bandera por el bolsonarismo, la Copa del Mundo es una oportunidad para que los brasile?os los recuperen para todos
No puedo calificarme hombre de f¨²tbol, aunque con m¨¢s de medio siglo de trabajo period¨ªstico a mis espaldas ser¨ªa un necio si dejara de subrayar lo que la joven Fl¨¢via Oliveira ha escrito en el diario O Globo: ¡°El f¨²tbol es, muchas veces, m¨¢s que un juego. La Copa del Mundo es m¨¢s que una competici¨®n deportiva¡±. Es lo que est¨¢ aconteciendo hoy, quiz¨¢s con mayor intensidad que otras veces en un mundo desgarrado y con dolores de parto.
El Mundial ha apenas iniciado y ya aparece como mucho m¨¢s que un juego del bal¨®n. En ¨¦l se est¨¢ concentrando de repente la ansiedad de un mundo cargado de inc¨®gnitas sobre su presente y su futuro. La Copa del Mundo se ha presentado del brazo de la pol¨ªtica, de las zozobras existenciales actuales y con la inc¨®gnita de una guerra aun sin descifrar.
Escribo desde Brasil, el pentacampe¨®n del Mundial, donde como en pocos otros pa¨ªses ¡ªquiz¨¢s solo Argentina¡ª el acontecimiento supone siempre m¨¢s que un deporte. El f¨²tbol tambi¨¦n est¨¢ ligado a la idiosincrasia, a los amores y desamores, a las crisis econ¨®micas, a los mitos, pol¨ªticas y al destino del pa¨ªs.
Brasil ha llegado al Mundial como su mayor campe¨®n, en uno de los momentos m¨¢s cr¨ªticos y dolorosos de su historia, con la democracia amenazada por un r¨¦gimen extremista de una derecha golpista y machista que una vez m¨¢s ha hecho del deporte nacional un trampol¨ªn para saltar a no se sabe d¨®nde.
Quiz¨¢s nunca como hoy, ni siquiera en los tiempos de las dictaduras militares, Brasil ha aparecido ante el mundo en busca de soluciones autoritarias tan estrafalarias y peligrosas que han dividido amargamente al pa¨ªs, creando un clima de guerra civil, con su democracia gravemente amenazada sea pol¨ªtica que psicol¨®gicamente.
Ha quedado claro todo ello a la hora de prepararse para vivir, disfrutar y sufrir de un acontecimiento nacional que abraza a grandes y peque?os, ricos y pobres, izquierdas y derechas, ilustrados y analfabetos. Si algo es de todos y para todos en Brasil, sin distinciones pol¨ªticas, es el f¨²tbol, term¨®metro de la temperatura emocional y de la felicidad de un pueblo.
Este a?o, adem¨¢s, con la agravante de una democracia amenazada. Con sus s¨ªmbolos m¨¢s sagrados, como los colores verde amarillo de su bandera, desgarrados y ensuciados por los vientos malignos que preconizan la p¨¦rdida de la democracia. Vientos malignos que han engendrado el monstruo de un autoritarismo trasnochado y de una desfasada nostalgia de orden y de valores rancios del pasado, en el que se iba a vivir el Mundial con m¨¢s inc¨®gnitas que nunca.
Una pregunta tan obvia como ¡°?qu¨¦ ponerse para ver el partido?¡± se ha convertido en un problema existencial y pol¨ªtico, ya que los colores cl¨¢sicos de la libertad y de la bandera se est¨¢n convirtiendo en los ogros del negro bolsonarismo nost¨¢lgico de dictaduras, torturas y dictaduras trasnochadas en un mundo que se presenta dispuesto a superar al viejo Homo sapiens para dar vida a un salto de ¨¦poca que espanta y exalta al mismo tiempo.
Y es ese el milagro que quiz¨¢s haya iniciado a hacer un Mundial que Brasil sue?a con ganar envuelto en los colores amables de su verde amarillo. De repente, tirios y troyanos, defensores de los valores de la libertad y nost¨¢lgicos de viejos desgarros existenciales, se dieron cuenta de que estaban perdiendo su identidad porque estaban poniendo en crisis su libertad arrastrados por los vientos trasnochados de antiguas dictaduras militares. Y se sintieron desnudos de democracia, enemigos hasta en familia, con viejas amistades envenenadas.
El Mundial hab¨ªa empezado mal para el Brasil antidemocr¨¢tico en el debut contra Serbia. Su estrella cada vez m¨¢s desgastada, Neymar, el rey y favorito de Jair Bolsonaro, y la ascensi¨®n del democr¨¢tico Richarlison, cuyos dos goles tocaron el cielo y recorrieron el mundo, empezaban a aparecer como s¨ªmbolos de que algo estaba cambiando.
De repente, hasta los m¨¢s dudosos volvieron a usar los colores madre de Brasil, los de la democracia, porque son de todos. Lo entendi¨® hasta el nuevo presidente, el antiguo sindicalista Lula da Silva, que apareci¨® enfundado en verde y amarillo, dejando en sus viejos ba¨²les el rojo de una izquierda que los vientos de la modernidad se est¨¢ llevando.
Es pronto para decirlo, pero este inicio del Mundial, para Brasil, lo gane o lo pierda, empieza a estar marcado por un cambio m¨¢s profundo de lo que pod¨ªa aparecer en superficie. Parec¨ªa un Mundial sin sal, con un mundo amenazado de nuevo por los viejos y temibles tambores de guerra.
Y, sin embargo, los fuertes vientos pol¨ªticos de protesta con los que ha nacido parecen indicar, por lo menos para el Brasil del f¨²tbol, que estamos ante algo que una vez m¨¢s significa m¨¢s que un simple deporte, ya que envuelve en su esencia los vientos benignos de la libertad y de la democracia que estaban de nuevo ensombreciendo al pa¨ªs.
Brasil est¨¢ de nuevo en marcha. Ojal¨¢ el Mundial vuelva a ser s¨ªmbolo y bandera de un pueblo que no se resigna, a pesar de todas sus penas, sus tr¨¢gicas desigualdades y sus ancestrales crueldades con los diferentes y con el medio ambiente, a seguir luchando por los valores, esos s¨ª sagrados, de la libertad. S¨ª, para todos y de todos, si pretende que no sea solo farsa.
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