?xtasis marroqu¨ª en los bares espa?oles
El padre de Achraf Hakimi, nacido en Getafe y verdugo de la Roja, es uno m¨¢s de los migrantes que vibra en la capital del pa¨ªs y sus alrededores con el ¨¦xito de su selecci¨®n
La estampa era recurrente. Bares espa?oles repletos de aficionados marroqu¨ªes. Cientos y cientos de inmigrantes y nacionales reunidos en casi todos los pueblos del pa¨ªs. Con el coraz¨®n en un pu?o. Jugaban los Leones del Atlas contra la Roja por un puesto en los cuartos de final del Mundial de Qatar. Y gan¨® David contra Goliat. Marruecos elimin¨® a Espa?a en la tanda de penaltis y el j¨²bilo se desat¨® en terreno ajeno. La imagen vivida en localidades como Parla, en Madrid, o N¨ªjar, en Almer¨ªa, es extrapolable a las que se vieron en L¡¯Hospitalet de Llobregat (Barcelona) o Algeciras (C¨¢diz). Espa?a...
La estampa era recurrente. Bares espa?oles repletos de aficionados marroqu¨ªes. Cientos y cientos de inmigrantes y nacionales reunidos en casi todos los pueblos del pa¨ªs. Con el coraz¨®n en un pu?o. Jugaban los Leones del Atlas contra la Roja por un puesto en los cuartos de final del Mundial de Qatar. Y gan¨® David contra Goliat. Marruecos elimin¨® a Espa?a en la tanda de penaltis y el j¨²bilo se desat¨® en terreno ajeno. La imagen vivida en localidades como Parla, en Madrid, o N¨ªjar, en Almer¨ªa, es extrapolable a las que se vieron en L¡¯Hospitalet de Llobregat (Barcelona) o Algeciras (C¨¢diz). Espa?a lament¨® su adi¨®s temprano, pero tambi¨¦n vibr¨® con los de Regragui.
PARLA (MADRID)
Marruecos convierte la periferia de Madrid en una fiesta
JACOBO GARC?A
Faltan 30 minutos para que comience el partido entre Marruecos y Espa?a y 250 comensales del restaurante Argana de Parla se ponen de pie al mismo tiempo que truena la megafon¨ªa y todos unen sus voces para cantar el himno nacional con una intensidad que pone los pelos de punta: ¡°Mis hermanos, vayamos a lo m¨¢s alto aspiremos. Proclamemos al mundo que aqu¨ª es donde vivimos. Con el lema dios, patria y rey¡±, entonan. El restaurante elegante de la comunidad marroqu¨ª en Espa?a tiene una bandera de Espa?a y otra de Marruecos colgada de la fachada y un Carrefour enfrente.
Aunque la televisi¨®n a¨²n no conecta con Qatar y las selecciones ni siquiera est¨¢n formadas sobre el c¨¦sped, el motivo de tanto entusiasmo patri¨®tico es que la embajadora de Marruecos en Espa?a, Karima Benyaich, acaba de entrar en el restaurante y uno a uno saluda a todos los comensales mientras los tajines y cuscuses van de lado a lado de la sala.
M¨¢s que un partido empieza una fiesta donde todos visten camisetas rojas y banderas del mismo color con la estrella verde en el centro. Nunca Marruecos hab¨ªa llegado tan lejos gracias a la generaci¨®n m¨¢s talentosa que ha dado el pa¨ªs magreb¨ª. Una generaci¨®n que creci¨® viendo los partidos de la Liga espa?ola api?ados frente a un televisor a las puertas de cualquier caf¨¦ con acceso a canales internacionales. La generaci¨®n que pertenece a un pa¨ªs que se paraliza cada vez que juegan el Real Madrid y el Barcelona. Precisamente las televisiones ¡°deber¨ªan ayudar a calmar la tensi¨®n y no ayudar a que salten las chispas¡±, se queja al periodista un hombre que cree que la imagen de los marroqu¨ªes en Espa?a est¨¢ distorsionada por los medios de comunicaci¨®n que hablan demasiado de posibles disturbios tras el partido. ¡°Puede que haya dos idiotas, ?pero t¨² ves aqu¨ª tensi¨®n o ¨¢nimo de enfrentamiento?¡±, dice se?alando un restaurante lleno de familias y ni?os disfrutando.
Cuando el bal¨®n empieza a rodar, el n¨²mero de comensales se desborda y decenas de j¨®venes siguen el partido en la escalera, pegados al ba?o o agazapados entre las mesas. Unos conectan con radios que transmiten el partido en franc¨¦s y la mesa que repite brochetas de pollo recibe las fotos de unos familiares en las calles de Casablanca desde donde siguen el partido en pantallas gigantes. Los casi 300 marroqu¨ªes aplauden el lanzamiento de una falta, una jugada de ataque o una tarjeta amarilla. Cualquier cosa. Los gritos de ¨¢nimo se convierten en un aplauso atronador de hermanamiento cuando las im¨¢genes proyectan la grada de Qatar, donde miles de marroqu¨ªes siguen el partido en el campo.
En medio de una sala atiborrada de gente, un hombre sigue en silencio el partido. Se trata de un vendedor ambulante nacido en el Atlas y que vive desde hace 34 a?os en Getafe. Se trata de Hassan, el padre de Achraf Hakimi, el jugador del Paris Saint Germain nacido en Madrid y referente africano del ¨¦xito y el glamur. Hakimi jug¨® algunos partidos con la selecci¨®n espa?ola hasta que se decant¨® por Marruecos, donde encontr¨® la oportunidad de brillar. Pero Hakimi no solo es un referente futbol¨ªstico, sino el Ronaldo marroqu¨ª al que los j¨®venes imitan dentro y fuera: se cortan el pelo igual, usan las mismas zapatillas, las mismas pulseras de oro y el mismo ch¨¢ndal que su estrella.
Casado con la popular actriz Hiba Abouk, la pareja fue portada de Vogue Arabia confirmando su ¨¦xito tanto dentro como fuera del terreno de juego. Cuando este a?o las marcas Adidas y Balenciaga lanzaron un ch¨¢ndal de 5.000 euros, Hakimi fue el rostro elegido para posicionarlo en el mercado. Pocas semanas despu¨¦s de aquello, ya hab¨ªa una versi¨®n pirata en las calles de Marruecos accesible para todo el mundo. Su biograf¨ªa resume la trayectoria que aspiran a copiar miles de j¨®venes de los suburbios de las grandes ciudades europeas: llegar al escal¨®n m¨¢s bajo, triunfar en el mundo del f¨²tbol y acceder por la puerta grande a la c¨²spide de la pir¨¢mide.
El padre est¨¢ nervioso, mira la pantalla, bebe t¨¦, cierra los ojos y cuando vuelve a abrirlos, su hijo acaba de marcar el penalti definitivo que derrota a Espa?a y clasifica a Marruecos para cuartos de final. Cuando termina el partido, el vendedor de fruta que negoci¨® con muchos de los clubes por los que pas¨® su hijo, est¨¢ subido en una silla agitando una bandera de su pa¨ªs.
N?JAR (ALMER?A)
?xtasis en el mar de pl¨¢stico
NACHO S?NCHEZ
No hace falta entender ¨¢rabe, ni saber de f¨²tbol, para sentir la tensi¨®n de un partido que enfrenta a la selecci¨®n de Marruecos con la de Espa?a. Hay gestos tan universales como futboleros. La mano que pide tarjeta amarilla, el aplauso tras un regate, los gritos ante una ocasi¨®n en contra, los lamentos ante la propia fallada. Incluso la ovaci¨®n de los aficionados que abarrotaban la terraza del restaurante La Plaza, en la localidad almeriense de Campohermoso (N¨ªjar, 31.458 habitantes) cuando las c¨¢maras apuntaban a las seguidoras en las gradas de Qatar. Entre los asistentes hab¨ªa mayor¨ªa abrumadora de hombres. Cada vez que Marruecos cruzaba el mediocampo, arrancaban los gritos, ¡°Sir, Sir (vamos, vamos)¡±, que transportaban a los asistentes hasta los caf¨¦s de cualquier ciudad marroqu¨ª.
Esta localidad almeriense es una de las poblaciones construidas a mediados del siglo pasado por el Instituto Nacional de Colonizaci¨®n en los a?os cincuenta y sesenta. Campohermoso, como San Isidro, es de las que m¨¢s ha crecido desde entonces. Lo ha hecho al mismo ritmo que los invernaderos, que ocupan 6.000 hect¨¢reas en esta zona. La mano de obra migrante sostiene un negocio que el ¨²ltimo a?o factur¨® 3.700 millones de euros en la provincia. Gran parte de esa fuerza laboral es marroqu¨ª: en N¨ªjar suponen un tercio de su poblaci¨®n. La mayor¨ªa vive en estas aldeas, lejos del paradis¨ªaco perfil blanco del pueblo que da nombre al municipio y cerca del oc¨¦ano de invernaderos que los turistas sortean para llegar a las playas de Cabo de Gata.
Entre pl¨¢sticos trabaja Mohamed Zhanda, de 29 a?os, que minutos antes del partido pactaba por tel¨¦fono con su jefe mientras mojaba pan en un taj¨ªn. ¡°Hoy paramos un rato, que hay partido. As¨ª lo puedes ver t¨² tambi¨¦n. Pero te aviso: ganamos nosotros¡±, le dec¨ªa entre risas el joven. Naci¨® cerca de Nador hace 29 a?os y lleg¨® hace cuatro a Espa?a en patera. No hay festivos bajo los invernaderos de Almer¨ªa. Pero s¨ª un celebrado par¨¦ntesis de tres horas en el que cerca de 400 de sus compatriotas han vivido un ¨¦xtasis en forma de partido de f¨²tbol. Su alegr¨ªa se desmadraba tras el gol de Hakimi.
Lo llevaban esperando toda la tarde Mansouri Bouazza y Mohamed Ezpazza, treinta?eros que hab¨ªan tomado asiento dos horas antes.
De pie, Mamadou, senegal¨¦s de 22 a?os, present¨ªa que ganar¨ªa Marruecos. Hassan, Redouan y sus amigos veintea?eros, estaban convencidos. Todos aplaudieron el empate tras los primeros 90 minutos y celebraron la pr¨®rroga. Se encomendaron entonces a la religi¨®n y a Ziyech. Festejaron cada penalti marcado como si hubieran ganado el Mundial. El gol de Hakimi desat¨® despu¨¦s una celebraci¨®n que se extendi¨® a la avenida principal que une Campohermoso y San Isidro donde, como en el resto de Almer¨ªa, Polic¨ªa Nacional y Guardia Civil manten¨ªan un dispositivo ante posibles incidentes. ¡°Hay que festejar, pero solo un rato, que ma?ana volvemos al invernadero¡±, dec¨ªa Mohammed Zhanda, feliz por la victoria de su equipo, pero m¨¢s a¨²n por tener un trabajo. ¡°Esto es f¨²tbol, nada m¨¢s¡±, completaba Hakim Hamsa antes de salir corriendo con una bandera marroqu¨ª colgada a la espalda.
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