Frenes¨ª de muerte y destrucci¨®n
Hasta entonces yo no hab¨ªa sentido necesidad de tomar partido en la guerra. Las emisiones sevillanas me hicieron cambiar de idea, inclin¨¢ndome considerablemente a la izquierda.El grado de ferocidad estaba en relaci¨®n inversa con el nivel de honradez y de civilizaci¨®n. Adem¨¢s, aunque de momento no le di demasiada importancia, la propaganda de los rebeldes se mostraba decididamente hostil con los pa¨ªses democr¨¢ticos. El liberalismo, proclamaban, constitu¨ªa un primer paso hacia el comunismo: Roosevelt e incluso Chamberlain eran rojos o estaban muy cerca de serlo. Se proclamaba a Hitler y Ntussolini dirigentes de la nueva Europa. Parec¨ªa claro que la Espa?a nacionalista se pondr¨ªa del lado de Alemania e Italia en la guerra que se avecinaba y estar¨ªa en condiciones de cerrar el Mediterr¨¢neo a nuestra nota. Sin embargo, no fueron ¨¦stas las consideraciones que me decidieron. Mis simpat¨ªas naturales van siempre hacia el m¨¢s d¨¦bil y no con los opresores. Mis sentimientos, aunque no siempre mi raz¨®n, se inclinaban sin duda hacia la izquierda. Esto significaba que yo deb¨ªa tomar partido por la clase obrera, tan cruelmente pisoteada, aunque me faltaba fe en sus planes futuros.
Esta decisi¨®n cre¨® inevitablemente unas tensiones muy penosas en mis relaciones con don Carlos Crooke Laries, un falangista que ten¨ªa alojado en mi casa. Era mi hu¨¦sped, su vida estaba en peligro y era un hombre muy valiente, pero exist¨ªa tambi¨¦n en su car¨¢cter una veta tan cruel y destructora que a menudo me resultaba dif¨ªcil controlarme al escuchar sus comentarios. Esto no se deb¨ªa a que fuera falangista. Yo sab¨ªa que Jos¨¦ Antonio, el fundador de la Falange, era un hombre humanitario con una preocupaci¨®n real por la situaci¨®n de la clase trabajadora y hab¨ªa le¨ªdo uno de sus libros con inter¨¦s. Si don Carlos hubiera sido un hombre de este tipo habr¨ªa simpatizado con sus ideas aunque disintiese de ellas, como me suced¨ªa con los anarquistas. Pero mi hu¨¦sped no ten¨ªa nada de idealista.
El caso de Juan Navaja
Hab¨ªa en Churriana un hombre al que conoc¨ªa bien y estimaba mucho llamado Juan Navaja. Era el panadero del pueblo, pero tambi¨¦n actuaba como corredor de fincas y en otras actividades. Era ¨¦l, por ejemplo, quien organizaba la romer¨ªa anual, compareciendo en ella con traje andaluz y una de sus sobrinas cabalgando con ¨¦l a la grupa. Hab¨ªa algo tradicional y anticuado en todo su aspecto: pod¨ªa ser un personaje de los Quintero o incluso de Lope de Vega. Discreto, mesurado, desinteresado en sus consejos, encarnaba todas las virtudes del hombre de bien de un pueblo andaluz. En tiempos normales hubiera sido el hombre m¨¢s respetado y querido del pueblo, pero aqu¨¦llos no eran tiempos normales. Se mantuvo firme contra las opiniones m¨¢s ex tendidas y como cat¨®lico practicante y conservador moderado, hab¨ªa actuado como agente del partido de Gil-Robles, la CEDA, aunque, como hombre prudente, se hab¨ªa negado a continuar y al encenderse los ¨¢nimos en las ¨²ltimas elecciones lleg¨® incluso a no votar, Este apoyo a la derecha le perjudicaba. Pero lo que en realidad le pon¨ªa en peligro era haber prestado dinero con bajo inter¨¦s a diferentes personas. Pocos d¨ªas despu¨¦s o¨ªmos que hab¨ªa sido capturado y fusilado. Al parecer se hab¨ªa escondido en una cueva no muy lejos del pueblo, donde su familia le tra¨ªa comida, pero que uno de los hombres a los que hab¨ªa prestado dinero le sigui¨®, denunci¨¢ndolo a continuaci¨®n.
Un amanecer hubo un ataque a¨¦reo contra M¨¢laga. Mi mujer y yo est¨¢bamos vi¨¦ndolo desde la ventana de nuestro dormitorio cuando una tremenda explosi¨®n en la zona del puerto hizo vibrar el aire y una densa columna de humo se alz¨® hasta el cielo. Una bomba hab¨ªa hecho impacto en los dep¨®sitos de gasolina y aceite que abastec¨ªan la ciudad.
Aquella noche la BBC nos dijo que ?probablemente M¨¢laga hab¨ªa sido destruida por completo?. Poco despu¨¦s del desayuno fui con mi bicicleta a ver los da?os. No todos los dep¨®sitos de gasolina se hab¨ªan incendiado. Algunos estaban todav¨ªa intactos porque eran subterr¨¢neos y cientos de obreros trataban de cubrirlos con arena h¨²meda corriendo un gran riesgo personal. El calor era terrible; se hab¨ªan desnudado y trabajaban en calzonzillos. Con el rugir de las llamas y las densas nubes de humo aquello parec¨ªa una escena infernal. Aunque se hab¨ªa salvado algo de la gasolina todo el aceite pesado estaba perdido y sigui¨®quem¨¢ndose con una prodigiosa columna de humo por espacio de dos o tres d¨ªas. Al volver a casa tuve que contemplar una penosa ecena. Unas familias de gitanos hab¨ªan estado acampadas muy cerca de la carretera general con sus mulas y sus carros. Pocos d¨ªas antes me hab¨ªa parado para hablar con ellos. Una bomba hizo explosi¨®n en el centro del campamento mientras com¨ªan. Sus cuerpos destrozados y manchados de sangre y los cad¨¢veres de las mulas yac¨ªan entre las ollas ennegrecidas, Eran m¨¢s de cuarenta y s¨®lo hab¨ªa sobrevivido una ni?ita.
En todas las revoluciones hay un momento de delirio y borrachera cuando se rompen las cadenas del pasado y hace su aparici¨®n un futuro dorado. Todos, hasta los enemigos del orden nuevo, son cama radas; todo el mundo ama a los dem¨¢s. Este instante hab¨ªa sido ejemplificado en M¨¢laga por las carreras desatadas de las patrullas motorizadas al d¨ªa siguiente del alzamiento, pero la ciudad misma no hab¨ªa hecho la menor manifestaci¨®n de j¨²bilo. Las calles vac¨ªas, las casas carbonizadas y humean tes y los rostro sombr¨ªos expresa ban la exasperaci¨®n de la gente ante el ataque del que hab¨ªan sido objeto. S¨®lo las banderas rojas y las colgaduras en la casas y en los veh¨ªculos hablaban de una revolu ci¨®n en marcha. Una revoluc¨ª¨®n triste en la que nadie parec¨ªa saber qu¨¦ hacer o ad¨®nde ir.
tambi¨¦n se opon¨ªan a estas ejecuciones no autorizadas, de manera que M¨¢laga se vio cubierta de carteles pidiendo en nombre de la CNT y de la FAI, as¨ª, como de los socialistas y comunistas, poner fin a estos cr¨ªmenes que, ?manchan el buen nombre de la revoluci¨®n?. La
Desaparecen las Banderas rojas
De repente se produjo un cambio por lo menos en las apariencias Casi en una noche desaparecieron las banderas rojas o fueron reemplazadas por otras de la rep¨²blica. Esto se.hizo por orden del Gobierno y estaba encaminado a impresionar favorablemente a las potencias democr¨¢ticas, de cuya actitud se pensaba, iba a depender el resultado del conflicto. Tambi¨¦n se hicieron algunos intentos para impedir los fusilamientos no autorizados que, a medida que la rebeli¨®n militar progresaba, iban en aumento. Se colocaron guardias a las puertas de los hoteles y se pudo circular por el centro de la ciudad incluso de noche. Pero las ejecuciones continuaban. Despu¨¦s de cada ataque a¨¦reo se sacaba de la c¨¢rcel a cierto n¨²mero de hombres y se les fusilaba como represalia. Esto lo exig¨ªa la opini¨®n p¨²blica y hab¨ªa que aceptarlo. Pero los asesinatos cometidos por los peque?os terroristas eran otra cosa. Estos ?incontrolados?, como empezaba a llam¨¢rseles, aunque se les manten¨ªa ¨¢lejados del centro de la ciudad, dominaban en los barrios extremos y en los pueblos de alrededor. El gobernador civil, que se hab¨ªa visto obligado a enviar al frente las reducidas fuerzas de la polic¨ªa, no pod¨ªa hacer otra cosa que un llamamiento a los comit¨¦ de los sindicatos, que eran los due?os de la ciudad. Estos respondieron afirmativamente, porque raz¨®n de que las ejecuciones continuaran era la naturaleza de la FAI No se trataba de un grupo organizado, sino que consist¨ªa en cierto n¨²mero de grupos sin cohesi¨®n y sin una autoridad central. Probablemente la mayor¨ªa de sus miembros desaprobaban por completo estas ejecuciones, pero el ¨²nico medio de controlar a los grupos que las instigaban hubiera sido el uso de la fuerza. Y esto les desagradaba extraordinariamente La primera v¨ªctima en todas las revoluciones es el valor mor¨¢l.
La matanza de Ronda
El m¨¢s terrible de los cr¨ªmenes cometidos por estos grupos ocurri¨® entonces. Tres camiones de las juventudes de la FAI, armados hasta los dientes, llegaron hasta Ronda e insistieron en que el comit¨¦ de aquella ciudad entregara a sus prisioneros. Tambi¨¦n hab¨ªan incluido, al parecer sin la menor comprobaci¨®n, los nombres de otras personas facilitados por delegados secretos. Una vez en su poder los arrojaron por el tajo desde los jardines p¨²blicos. Quinientas doce personas murieron de esta manera, entre el las algunas mujeres.
Otro terrible suceso fue la llegada de los refugiados de los populosos pueblos de la cuenca del Guadalquivir. Empujados por el ej¨¦rcito del general Varela, que avanzaba hacia el este desde Sevilla para abrir las comunicaciones con C¨®rdoba y Granada, hab¨ªan asesinado a los prisioneros de la derecha, a menudo de las formas m¨¢s terribles, antes de abandonar sus casas. En un sitio los hab¨ªan encerrado en la iglesia, prendi¨¦ndole fuego. El Gobierno n¨¢cionalista public¨® despu¨¦s un libro sobre las atrocidades de los rojos en Andaluc¨ªa del que hice una recensi¨®n para el Nen, Statesman. Tuve que admitir la autenticidad.de sus relatos porque yo hab¨ªa hablado con personas que estuvieron presentes. Estas matanzas se produclan de acuerdo con un r¨ªgido esquema. Les dominaba lo que los flamencos en el reino de Felipe II hab¨ªan calificado como furia espa?ola: Los espa?oles tan humanitarios ordinariamente, tienden en momentos de entusiasmo a un frenes¨ª hist¨¦rico de muerte y destrucci¨®n.
A primeros de agosto me tropec¨¦ un d¨ªa con sir Peter Chalmers-Mitchell cuando se apeaba del tranv¨ªa. Iba vestido con un inmaculado traje blanco de alpaca, sin que faltara el detalle de la corbata de lazo: el ¨²nico hombre en M¨¢laga, con la excepci¨®n de los c¨®nsules extranjeros, que se atrev¨ªa a ponerse un s¨ªmbolo tan burgu¨¦s. La ¨²ltima vez que lo vi no hab¨ªamos hablado de pol¨ªtica y me sorprendi¨® o¨ªr no s¨®lo que simpatizaba extraordinariamente con la revoluci¨®n de los trabajadores, sino que ten¨ªa varios amigos entre los anarquistas, incluidos algunos terroristas. Al mismo tiempo hab¨ªa escondido en su casa a una de las familias m¨¢s de derechas de la ciudad. Los Bol¨ªn eran unos nouveaux riches cuya fortuna proced¨ªa de minas de hierro en el norte. Uno de ellos, Luis Bol¨ªn, era el jefe de prensa de los nacionalistas. (Recientemente ha publicado un libro, traducido al ingl¨¦s, en el que pone de manifiesto que al cabo de treinta a?os sigue creyendo en su propia propaganda.) Otro hermano estaba en la c¨¢rcel de M¨¢laga y sir Peter le visitaba todos los d¨ªas, llev¨¢ndole jab¨®n, chocolate y calcetines limplos. Me invit¨® a tomar el t¨¦ con ¨¦l en su peque?a villa, en la colina sobre el elegante barrio de El Limonar. Para llegar all¨ª tuve que pasar por el Camino Nuevo donde vi los cad¨¢veres de una docena de sacerdotes aproximadamente, colocados en fila como los halcones y comadrejas que los guardabosques cuelgan de los ¨¢rboles. Los ricos y los beatos ten¨ªan que verlos y darse por enterados.
Los Bol¨ªn me dieron la impresi¨®n de ser t¨ªpicos representantes de su clase -ordinariamente lo peor en cualquier pa¨ªs- pero me compadec¨ª de ellos por las tensiones a las que se ve¨ªan sometidos. La se?ora de Bol¨ªn pod¨ªa enterarse cualquier d¨ªa del fusilamiento de su marido, y sin embargo sir Peter se dedicaba a instruirles sobre los peligros de la riqueza y la felicidad de no tener dinero. No se hac¨ªan idea, les aseguraba sir Peter, lo remunerador que resultaba guisar la propia comida y fregar los propios suelos. Sin embargo, quien cocinaba era la se?ora de Bol¨ªn y no el inmaculado sir Peter, que no cab¨ªa imaginar ensuci¨¢ndose las manos con cualquier tipo de trabajo dom¨¦stico.
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