Confusi¨®n y prop¨®sitos de enmienda
En el momento presente reina en Espa?a no s¨®lo don Juan Carlos I, sino otro monarca que no tiene rostro ni figura y que se llama confusi¨®n. La confusi¨®n produce indiscutiblemente inquietud, porque escapa a toda racionalidad, necesaria como premisa para cualquier proyecto de futuro y sin proyecto de futuro el porvenir se presenta azaroso. La angustia, un mal de nuestro tiempo, reside en un sentimiento de impotencia para abordar ese futuro. Cuando tenemos la seguridad de que poseemos los instrumentos, f¨®rmulas, expedientes, o, en suma, las capacidades para poder enfrentarnos con las situaciones que m¨¢s o menos se anuncian, la angustia deja paso a la serenidad. Luego podr¨¢ suceder que estos instrumentos nos fallen y que las cosas no se desenvuelvan como nosotros esper¨¢bamos o preve¨ªamos. Pero esto es menos grave que esa angustia indeterminada que antes de tiempo paraliza nuestras facultades.
En el a?o 1963 las cosas no estaban confusas, estaban por el contrario y, por desgracia, demasiado claras. Era clara como la luz del d¨ªa la divisi¨®n de dos Espa?as en conflicto radical, en violenta tensi¨®n, capaz de desencadenarse en cat¨¢strofe, como as¨ª fue. La diferencia de potencial entre el polo positivo y el negativo lleg¨® al punto de que saltara la chispa que provoc¨® el incendio.
Ni un espa?ol comedido
Ning¨²n espa?ol de entonces —en la medida que esto se puede asegurar sin excepciones— se sent¨ªa dubitativo y, en consecuencia, reservado y prudente. En aquellos a?os nuestro m¨¢s alto poeta dec¨ªa en un romance famoso, ?la luz del entendimiento me hace ser muy comedido?. Pero ese comedimiento guardado para la vida ¨ªntima brill¨® por su ausencia en la vida p¨²blica, donde no existi¨® ning¨²n espa?ol comedido y muy pocos espa?oles con entendimiento.
Nuestra hora presente es muy otra o, por lo menos, el que esto escribe lo piensa as¨ª. Por ninguna parte se percibe ese clima de violencia desaforada que lo anegaba todo en los a?os que preludiaron nuestra contienda civil. No es que hoy falten movimientos de rebeld¨ªa, manifestaciones, justa o injustamente, iracundas y, desgraciadamente, p¨¦rdidas irreparables de vidas humanas. Pero, incluso, aunque el conjunto de los hechos sangrientos sea, o pueda llegar ser, intranquilizador eso no obsta para que el clima general sea muy otro.
Contra la confusi¨®n
Confusi¨®n es una cosa, violencia es otra y un primer punto que no deja de ser alentador, es que la confusi¨®n no ha desembocado en desesperaci¨®n. Creo, por lo tanto, que es misi¨®n de los pol¨ªticos el luchar contra la confusi¨®n, aprovechando el relativo sosiego que todav¨ªa conserva nuestra sociedad, y no provocar el desajuste de un equilibrio que los extremistas de uno y otro signo no parecen estimar muy conveniente a sus fines.
Ya s¨¦ que las personas que no piensen de la misma manera opinar¨¢n que se trata de un falso equilibrio y de un sosiego aparente, basado, como antes se dec¨ªa, ?en la fuerza de las bayonetas?.
Pero lo importante es saber qu¨¦ hay de verdad en todo ello y no dejarnos llevar por el wishful thinking. Un intelectual como Juli¨¢n Mar¨ªas nos dec¨ªa en su ¨²ltimo Iibro, La Espa?a Real, que su misi¨®n durante m¨¢s de 35 a?os hab¨ªa consistido en conocer la realidad y, costase lo que costase, decirlo, Creo que la misi¨®n del pol¨ªtico por muy distintos cauces y con diversos objetivos no difiere mucho de aqu¨¦lla. Tambi¨¦n el pol¨ªtico debe saber en qu¨¦ realidad se mueve y no inventarla a su gusto. Puede que esa objetividad perjudique su estrategia y sus prop¨®sitos a corto plazo pero a la larga desconocerla puede llevarle a cometer errores profundos e irreversibles.
?Por qu¨¦ es distinto el clima de 1931 a 1936 del que hoy creemos algunos percibir? La respuesta f¨¢cil, que casi todos tienen, es la de la elevaci¨®n del nivel de vida. El que tiene autom¨®vil, casa c¨®moda y hasta casita fin de semana, por fuerza se hace prudente e, incluso, timorato. Yo creo que ¨¦sta es una respuesta demasiado simplista y que las motivaciones sociales hay que buscarlas en sentimientos m¨¢s profundos. En primer lugar, es posible que los menos comedidos sean los m¨¢s privilegiados, los que por guardar estos privilegios, muchas veces usurpados, pierden todo comedimiento.
Una evoluci¨®n contra el poder
Para m¨ª, una cierta explicaci¨®n reside en que se han borrado muchos antagonismos de una Espa?a bastante selv¨¢tica de otros tiempos, no muy lejanos, por el hecho mismo de una evoluci¨®n de la sociedad que se ha hecho al margen y m¨¢s que al margen, en contra del poder pol¨ªtico imperante. En pocas palabras, durante los a?os de Franco la sociedad espa?ola ha evolucionado precisamente como no le hubiera gustado a Franco que evolucionara, rompiendo todos los moldes que ¨¦l y los suyos hab¨ªan preparado sucesivamente, pues, rotos unos, preparaban otros que volv¨ªan a romperse. La Iglesia, el caso m¨¢s notorio, ha evolucionado como no estaba previsto; el Ej¨¦rcito sigue siendo, as¨ª lo esperamos, un pilar del orden, pero de otro orden; la familia no tiene los prejuicios de otro tiempo; la mujer se ha liberado; el campo pide su revoluci¨®n, no cruenta, pero s¨ª tecnol¨®gica, etc. Estas y otras cosas que, seria muy largo enumerar, creo que son las motivaciones profundas que han hecho tan diferente el panorama de hoy del que conocimos los que ya vamos para viejos.
No presumo que unas masas enfebrecidas se dedicaran hoy a quemar conventos, por muy asperamente que defiendan sus convenios colectivos, y si no fuera as¨ª me llevar¨ªa una gran decepci¨®n.
Hace pocos d¨ªas hemos visto retornar a su pa¨ªs a dos ilustres exiliados cuyas vidas honestas y limpias se han encontrado envueltas en los m¨¢s violentos torbellinos hist¨®ricos y no en situaci¨®n de espectadores, sino de protagonistas. Ambos han pedido con frases casi desgarradoras por lo emotivas la concordia entre los espa?oles.
Cuando yo o¨ªa a don Claudio S¨¢nchez Albornoz hablar ante la televisi¨®n con l¨¢grimas en los ojos, sus palabras agitaban mis fibras m¨¢s sensibles, pero a la vez me preguntaba si no sonaban a algo lejano, vac¨ªo, casi indiferente, como consejas de viejo, a los espa?oles de hoy y en el fondo pensaba que era lo mejor que pod¨ªa pasar, que aquella voz, casi de ultratumba, no fuera la voz de hoy.
Sepamos vivir nuestra hora, sepamos vivir nuestra realidad, que es muy confusa, peligrosamente confusa, pero que no es una hora de sangre ni de revancha que es una hora de construcci¨®n hacia la libertad frente a todo tipo de extremismos intolerables.
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