Samuel Gili Gaya, ausente
Don Samuel Gili Gaya nos ha abandonado. Se ha ido como fue su vivir, de puntillas, silencioso, y con el gesto tranquilo de quien acude a una cita con la costumbre. Al tener que escribir estas palabras premiosas, a¨²n caliente el hueco que deja a nuestro lado, es dif¨ªcil ordenar recuerdos y sentimientos. Los elogios funerales no suelen pasar de estruendo f¨¢cil, algo as¨ª como una terap¨¦utica urgente y pare usted de contar. Con Samuel Gili, gran maestro, hombre de adem¨¢n generoso, no puede ser as¨ª no le van los clarines, no le fueron nunca. Toda su vida ha sido un constante laboreo -¨¦l mismo se conceptuaba siempre inocente coqueter¨ªa del que se sabe bien instalado en su que hacer, como un obrero-. Durante varios a?os le he visto acudir a su cita en el Seminario de Lexicograf¨ªa de la Real Academia Espa?ola, sonrisa pronta, transformada la contidiana rutina en viva satisfacci¨®n. Llegaba, saludaba, tos¨ªa, ordenaba sus fichas, tos¨ªa, escrib¨ªa unas notas, verificaba una cita, volv¨ªa a toser procurando ahogar la tos, saludaba con una confiada deferencia a los que llegaban rezagados... Y se iba desangrando la tarde, larga, mon¨®tona,siempre repetida. Y el tajo de palabrejas para el Diccionario Hist¨®rico iba creciendo, creciendo, con esa lentitud de lo grande, de lo que, de pronto, es.algo nuevo, poderoso, abrumadoramente diferente.Son numerosas las generaciones de estudiantes que hoy recordar¨¢n a Samuel Gili, su profesor de lengua y literatura espa?olas en sus a?os mozos, especialmente receptivos. Le recordar¨¢n gentes que hoy, en sus distintos lugares de trabajo, en desparramadas geograf¨ªas, se api?ar¨¢n en un consenso un¨¢nime de afecto y gratitud por un hombre que, un d¨ªa ya lejano, supo describirles algo, algo importante, sin revestir de importanc¨ªa el descubrimiento. La calidad de maestro de Samuel Gili nos lleva a esos cuidadosos, certeros ensayos de educaci¨®n que la Junta para Amp Ilaci¨®n de Estudios coloc¨® sobre la haz de Espa?a, y cuyo ¨¦xito se basaba precisamente en la entrega y en la modestia de sus luchadores. Especialmente los alumnos, del Instituto Escuela madrile?o notar¨¢n, al desaparecer don Samuel, que algo muy cercano y verdadero tuvieron entre las manos. Y los de otros sitios m¨¢s. Algo impalpable, aliento, y consejo, y compa?¨ªa, una serie de virtudes que la azacaneada vida actual ha desterrado casi de la falaz convivencia. Todos hemos recordado, adem¨¢s, c¨®mo Samuel Gili supo enfrentarse a los a?os adversos con la misma sonrisa disculpadora. Aludo a cuando en la universal locura vengativa de los a?os subsiguientes a la guerra civil, Gill se vio injustamente postergado, sancionado... Acudi¨® a su impuesto trabajo con la misma serenidad e id¨¦ntico empe?o de las horas alegres, tomo siempre, gran testigo de una dignidad que por s¨ª sola se sostiene en pie. Le hemos visto trajinar en tierras hispanoamericanas, el gran viaje de tantos fil¨®sofos espa?oles en los tiempos en que la escuela de Men¨¦ndez Pidal segu¨ªa proporcionando al pa¨ªs un prestigio que fe era muy necesario. Don Samuel Gili Gaya iba dejando en el camino sus estudios fon¨¦ticos,su Curso de Sintaxis, que a tantos espa?oles ha guiado, sus ensayos sobre el habla infantil... En fin, esa larga letan¨ªa de un gui¨®n bibliogr¨¢fico en una vida que, desde muy temprano, se empe?¨® en no dejar pasar un d¨ªa sin dar fe de su existir.
En los ¨²ltimos a?os, la tarea de Gili Gaya en la Real Academia Espa?ola estuvo consagrada a la prepara ci¨®n de una parte del Esbozo de una nueva Gram¨¢tica, donde le toc¨® precisamente la parte relativa a la sintaxis. En la sociedad que nos ha tocado en suerte, estos estudios no disfrutan, por ahora y a pesar de la griter¨ªa variopinta que nos acosa, de un gran prestigio. Esta mos viviendo en creciente una cultura de signo muy opuesto. Y, sobre todo, totalmente enemiga. de la anonimia que la tarea acad¨¦mica conlleva, Samuel Gili Gaya sab¨ªa que su labor en el que, con el tiempo, ser¨¢ el manual normativo de la lengua, anulaba, en buena parte, su actividad privada, escond¨ªa el fruto y el brillo de sus propios libros. Y, sin embargo, no dud¨® en cumplir con el encargo. Es muy f¨¢cil ahora, sobre todo para la cr¨ªtica m¨¢s o menos ausente de la realidad de las cosas, detenerse en otros aspectos con intenciones negativas. Gili Gaya escribi¨® su colaboraci¨®n desde la cima de un m¨¦todo y de una doctrina, y nos importa hoy destacar m¨¢s la actitud humana ante el trabajo propio que cualquier otra cosa. Dicho de otro modo: m¨¢s que la ciencia, la decencia. Una virtud que no es precisamente la m¨¢s abundante en nuestro calendario...
Promesas
Para Gili Gaya, el cumplir una palabra empe?ada, o una vaga promesa, era Cuesti¨®n grav¨ªsima, a la que hab¨ªa que someterse sin la menor vacilaci¨®n. Y as¨ª, nunca se dej¨® plazo en blanco, ni p¨¢gina comprometida sin llenar. De sus aportaciones cient¨ªficas, as¨¦pticas (Gili pose¨ªa estudios cient¨ªficos, y quiz¨¢ de ah¨ª le viene su rigor, sus aparentes esquematicismo y asepsia). no se desprender¨¢ nunca, el recatado calor de su magisterio, magisterio llevado con humor, con eficacia, con esa maciza sencillez de lo espont¨¢neo y seguro. Nada m¨¢s lejano de la tradicional y hueca (y tendenciosa, perversamente tendenciosa) visi¨®n del acad¨¦mico, un buen hombre muy decorativo, que escribe cartas de recomendaci¨®n a favor de requeteacreditados pardillos y se pone una larga serie de may¨²sculas bajo su nombre en las tarjetas de visita... La vida de don Samuel Gilli Gaya es un excelente ejemplo perseguible en esta sociedad nuestra de las petulantes condecoraciones, de la charlataner¨ªa y de la incomprensi¨®n, ejemplo perseguible, digo, de algo tan olvidado como esto: de hombre laborioso y bueno, fundamentalment¨¦ bueno.
Ya no est¨¢. Su sitio en el rinc¨®n de trabajo est¨¢ vac¨ªo, y otros clamores, otras teor¨ªas, otros m¨¦todos vendr¨¢n a sustiturle, qu¨¦ duda cabe. La vida no se para, ni aguanta qui¨¦n la pare. Pero durante mucho tiempo. los que tuvimos la suerte de ir vi¨¦ndole llegar a la vejez, gradual tiran¨ªa creciente, oiremos, imprevista zozobra, su respirar acezante al llegar, su zambullirse -en qu¨¦ hondura, Se?or- ante unas p¨¢ginas que hoy relee despu¨¦s de muchos a?os, y le veremos encender ese cigarrillo furtivo, el que tiene prohibido, y le notaremos la ligera alegr¨ªa ni?a de saber,que est¨¢ escabull¨¦ndose de una norma que ¨¦l no ha hecho, y adivinamos c¨®mo lo comenta en su catal¨¢n de Lleida, all¨¢, donde ahora est¨¢, donde todas las lenguas coinciden en una ¨²ltima definitiva som¨¢ntica.
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