P¨¦rez Villalta en una posible generaci¨®n
Si en el panorama art¨ªstico espa?ol hay una pintura a la que se aplica la definici¨®n de Lacan un cuadro es una trampa para la mirada, ¨¦sta es la de Guillermo P¨¦rez Villalta: sus dispositivos adoptan una configuraci¨®n nada Un¨ªvoca, nada teorizada. Y sin embargo, corno toda trampa, adem¨¢s de fascinarnos, es objeto eventual de un an¨¢lisis que m¨¢s all¨¢ de los temas revelar¨¢ el por qu¨¦ y el c¨®mo de su paso, a la pintura. An¨¢lisis en el que corremos el riesgo de hacerle perder a la ficci¨®n su capacidad para seducirnos, pero al que no podemos resistirnos.Son insuficientes los repertorios tem¨¢ticos (muy brevemente, espejos, manierismo, anuncios luminosos, Edipo y la esfinge, las noches del Sur, terrazas sobre el mar, la Costa del Sol espacio mitificado como nuestra California, la arquitectura en que elegir una locura Particular, los ut¨®picos del XVIII, los neoimodernos a?os cincuenta, el laberinto de Horta, Sevilla y su Alc¨¢zar, etc.). Escribimos la pintura, y el teatro de la representaci¨®n, si tiene mucho de referencia, tampoco aqu¨ª puede ser entendido iruera de lo que tiene de espec¨ªfico el placer de la pintura; por tanto no hay lugar para esquivar ese an¨¢lisis mencionado, cuyo objeto aparentemente es tan difuso, tan rico.
Tras anteriores muestras mucho m¨¢s llenas de desparpajo -una herencia vanguardista- ahora el pintor exhibe su Juego con m¨¢s ocultaci¨®n, bajo una m¨¢scara m¨¢s seria. Sus montajes espectaculares no est¨¢n re?idos conjugar a ser natural -algo parecido a lo que son en m¨²sica las peripecias de lo natural para Brian Ferry y sus chicos de Roxy Music.
Magnificar la merhoria como lo hace P¨¦rez Villalta equivale a no establecer diferencias sustanciales entre lo que es bagaje cultural y lo que es experiencia directa de la realidad, porque para ¨¦l por encima de todo est¨¢ el logro del estilo de vida propagado, la capacidad que tiene una est¨¦tica para imprimir un sello a la ¨¦poca.
B¨²squeda del sue?o .
Tal v¨¦z estos lugares deseados, que a veces son los cuadros de P¨¦rez Villalta, obedezcan, bastante a menudo, a una b¨²squeda dema siado precisa del sue?o dorado. La Arcadia de los poemas, la utop¨ªa, la fiesta, los trabajos y los d¨ªas, donde percibimos su excesivo recargamiento es precisamente en el en chufarse de los estilos, en el enca denamiento iconogr¨¢fico y de pro cedimientos. A pesar de que el pintor se ha quitado de encima mucho de su tradicional acartonamiento, los mecanismos de la fascinaci¨®n no terminan siempre de producirnos el desgarro que cono cemos, en cambio, cuando en el arte trabaja una obsesi¨®n figurativa.
El debate generacional abierto por ?Grupo de personas en un atrio o alegor¨ªa del arte y la vida o del presente y el futuro? (cuadro en que figuramos veintitantos hipot¨¦ticos miembros de una generaci¨®n tal vez nuestra), aclara tambi¨¦n este desasosiego que nos invade tras el maravillamiento. Por mucho que construir una genera ci¨®n sea tarea de voluntarismo (como dec¨ªa D'Ors, conversi¨®n de la an¨¦cdota en categor¨ªa) y que P¨¦rez Villalta maneje desenvueltamente l¨¢ idea de generaci¨®n como si se tratara de un mambo de P¨¦rez Prado, no deja sin embargo de ser significativo que tal actitud surja ahora y por parte de un artista fascinante, pero demasiado cuerdo.Los retratados sin duda pertenecemos a un mismo territorio, recorrido por las mismas fallas y con algunos gu¨ªas comunes (Gordillo sobre todo). Mas varios de los retratados saben del fracaso a la hora de articular la dispersi¨®n: el hoy ecl¨¦ ctico y silencioso Juan Antonio Aguirre; Rafael P¨¦rez M¨ªnguez hoy fantasma de ese su otro yo batallador hist¨®rico; Carlos ?lcolea en fin el m¨¢s fuerte y l¨²cido tras una sonrisa crispada y una copa. Inquietante lo distinto y lo repetido de estos fr¨¢casos. Y aunque P¨¦rez Villalta va m¨¢s all¨¢ de caracterizaciones tibias, como la de Aguirre con ?su? generaci¨®n ir¨®nica, tampoco los disfraces y la felicidad de la memoria recubren todas nues-, tras derivas. Aquellas fuerzas que trabajan nuestra ¨¦poca, las encontramos, s¨ª, en Alcolea, Gordillo o Quejido, pero tambi¨¦n en Zaj, en Navarro Baldeweg, en Eva Lootz, en Torres, en Broto. No tiene sentido excluir a nadie en nombre del manierismo.
Lo maravilloso de un instante .
Volviendo a la pintura de la que no deb¨ªamos haber salido: las biograf¨ªas y los estrellatos donde muestran sus l¨ªmites es cuando un yo cultural forzado, que prueba la descomposici¨®n del yo, en lugar de encaramarse como figuraci¨®n y revelar como la Grecia de H¨®lderlin la superficie de una tormenta, se queda en la complacencia o admiraci¨®n (del pintor y del espectador que cae en su dispositivo) ante lo maravilloso de un instante. Todo no ha sido puesto en juego a¨²n en la pintura, y es tal desfase el que nos lleva a tal duda.Exposici¨®n Guillermo P¨¦rez Villalta.
Galer¨ªa Vendr¨¦s.
Don Ram¨®n de la Cruz, 26.
Hasta el 22 de mayo.
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