Memorable concierto de la Royal Philarmonic Orchestra
Memorable, bajo todos los aspectos, fue el concierto organizado por la Comisar¨ªa de la M¨²sica, el pasado lunes, en el Teatro Real, tal como lo auguraba la triple presencia de una gran orquesta, bajo uno de los m¨¢s distinguidos directores j¨®venes del momento y con un solista de la categor¨ªa de Weissenberg.Abri¨® el programa la breve -no m¨¢s de cinco minutos- e intrascendente obertura ?Santiago di Espada? (??), del compositor australiano Malcolm Williamson. Nacido en Sidney en 1931, y afincado en Inglaterra desde 1952, es uno de los m¨¢s destacados representantes de la joven escuela brit¨¢nica; su obra, muy numerosa, abarca desde la sinfon¨ªa a la ¨®pera, pasando por el concierto, el motete, la ¨®pera de c¨¢mara o la ¨®pera para ni?os. Es autor de dos grandes ¨®peras: ?Our Man in Havana? y ?The Violins of St. Jacques?. Su obra re¨²ne influencias muy dispares: desde la de su formaci¨®n dodecaf¨®nica, a la de la m¨²sica pop; del influjo de Messiaen al de los modos medievales.
Royal Philarmonic Orchestra
Solista: Aleix Wissenberg, piano. Director: Colin Davis ?Santiago di Espa?a? (obertura), M. Williamson. ?Cuarto concierto para piano?, L. van Beethoven. ?Cuarta sinfon¨ªa? P. I. Tchaikowsky. Teatro Real.
La obertura ?Santiago di Espada? es p¨¢gina brillante, bien construida, de atractiva instrumentaci¨®n, acaso semejante en exceso a la m¨²sica cinematogr¨¢fica, a la que Williamson ha dedicado numerosas partituras. La estructura recuerda, curiosamente, salvando, claro est¨¢, muchas distancias, a la de la ?obertura francesa? del per¨ªodo barroco, que consist¨ªa en una forma A-B-A (largo-vivace-largo): En la partitura de Williamson cabe distinguir una primera secci¨®n que conduce a la exposici¨®n -a cargo de flauta, oboe y trompeta, sucesivamente- de una hermosa melod¨ªa, a la que sigue una segunda secci¨®n de car¨¢cter vivo, r¨ªtmico, sincopado, que no lleva a una coda que puede conectar con el comienzo. Todo ello se desenvuelve dentro del campo tonal, lo que, como apunta Carlos Gomez Amat en las notas al programa, no es rara en la m¨²sica inglesa actual.
Beethoven
Lo mejor de la tarde estuvo en el ?Cuarto Concierto? para piano, de Beethoven. Acabado en 1806, es obra de particular madurez, en la que un romanticismo prematuro, pero firme ya, se une a un perfecto clasicismo formal. Wissenberg cre¨® un clima de especial serenidad desde el comienzo del concierto: esa extraordinaria exposici¨®n del primer tema, encomendada de modo tan rom¨¢ntico al piano. (Cabe recordar que Mozart nunca comenz¨® ninguno de sus conciertos para piano de este modo; el ¨²nico caso semejante -el del concierto ?Jeunehomme?- es absolutamente distinto en el car¨¢cter y en la intenci¨®n.)
Recordemos alg¨²n p¨¢rrafo del ensayo del propio Weisseriberg, ?Glotoner¨ªa musical?, publicado en 1965: ?...peligrosa si escapa al control, y material extraordinario si est¨¢ bajo su dominio, la facilidad es, con todo, una bendici¨®n, cuando se manifiesta en el embri¨®n de un gran talento.? En efecto, y Weissenberg lo sabe muy bien, la facilidad es un arma de doble filo, pero un gran don cuando est¨¢ puesta al servicio de una aut¨¦ntica musicalidad; y la facilidad de Weissenberg es asombrosa. No me refiero ya a su facilidad mec¨¢nica, que, desde luego, lo es, sino a su facilidad t¨¦cnica, teniendo en cuenta que ?la t¨¦cnica es... una capacidad cerebral..., es el ¨²nico medio de expresar concretamente una sensaci¨®n o una intenci¨®n art¨ªstica..., es lo ¨²nico que revela el talento, lo ¨²nico que traduce el sentimiento frente al mundo exterior?.
El Beethoven de Weissenberg fue sorprendentemente sereno -casi cl¨¢sico-, equilibrado, con las tensiones internas de la obra poco acusadas, pero bien presentes, sobrio en todo momento, alejado de cualquier efectismo. Las cadencias fueron tocadas de modo especial¨ªsimo, resaltando sus aspectos contrapunt¨ªsticos y con una austeridad bachiana. Toda esta mesura no fue en detrimento del romanticismo de la obra, que result¨® contenido, pero expl¨ªcito. Entre todos los momentos del concierto, querr¨ªa destacar el de la preparaci¨®n -aut¨¦ntico climax- del comienzo del rond¨®.
El sonido del piano de Weissenberg es vivo, espont¨¢neo, sensible, magn¨ªfico en el mezzoforte. El equilibrio piano-orquesta, y dentro de esta cuerda-viento, fue perfecto. El concierto fue muy bien acompa?ado por orquesta y director, si bien la concepci¨®n de la obra de Colin Davis es de mayor dinamismo que la del pianista.
Para finalizar, una bella versi¨®n de la Cuarta Sinfon¨ªa de Tchaikowsky. Colin Davis, que dirigi¨® en todo momento con partitura, es director de t¨¦cnica firme, di¨¢fana y directa. Su planteamiento de la sinfon¨ªa es de una gran claridad. La orquesta en sus manos se convierte en un instrumento tan preciso como flexible. La interpretaci¨®n de Davis es protot¨ªpica, dentro de los int¨¦rpretes j¨®venes, con todas sus caracter¨ªsticas: perfecci¨®n t¨¦cnica, concepto serio y claro y quiz¨¢ un punto de standardizaci¨®n que acusa el influjo de la m¨²sica grabada. Ya queda dicho que la Royal Philarmonic es una orquesta espl¨¦ndida. La cuerda es magn¨ªfica.
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