Franco y don Juan se entrevistan en el "Azor"
Viernes, 27 de agosto de 1948. Grandes y poco gratas novedades. A eso del mediod¨ªa me llama por tel¨¦fono Mr. Pinniey, secretario de la Embajada inglesa en Lisboa, para preguntarme si es cierto que el rey y Franco se han encontrado uno de estos d¨ªas en el mar. Con la mayor buena fe, le contesto rotundamente que, a mi juicio, la noticia es absurda. A las siete de la tarde me telefonea el director de la agencia France-Presse, para darme la misma noticia. Comienzo por poner en duda su exactitud, pero tales datos me proporciona que acabo por vacilar. Llamo a Rocamora, quien me dice que la. cosa es exacta y que ¨¦l lo sabe desde la noche anterior. Parece que el duque de Sotomayor fue a Arcachon, mont¨® con el rey en el Saltillo, asisti¨® a la conferencia que, en el Azor, mantuvo con Franco y se volvi¨® con ¨¦ste, muy satisfecho. En el transcurso de, la noche, Vegas y Bravo me telefonean desde Santander, desorientados y alarmados. Lo ¨²nico que puedo decirles es que ignoraba totalmente lo ocurrido. Es muy pronto para formar juicio cabal y sereno del suceso; pero, sin peligro de interpretaciones precipitadas y apasionadas, puede sentarse lo siguiente: 1?. El rey ha dado un paso de esta gravedad sin contar con sus habituales consejeros. 2?. Ha asistido a la entrevista no un elemento cualquiera de su Consejo privado, sino el jefe de su Casa; es decir, un palatino, sin criterio pol¨ªtico y muy partidario de la colaboraci¨®n franquista. 3.? Ha habido un especial empe?o en que yo ignorase lo ocurrido. Calculo que los medios pol¨ªticos de Espa?a se apresurar¨¢n a poner en circulaci¨®n las noticias que m¨¢s comprometan al rey. Me temo que todo esto sea de consecuencias funestas.S¨¢bado, 28 de agosto de 1948. Como era de suponer, los telegramas de Madrid y San Sebasti¨¢n sobre la entrevista del mi¨¦rcoles, publicados hoy con todos los honores por la prensa portuguesa, no pueden ser m¨¢s escandalosos: que la entrevista fue solicitada por don Juan, que Franco no piensa marcharse, que se acord¨® que el pr¨ªncipe de Asturias vaya a educarse a Espa?a, que se trat¨® de la posible abdicaci¨®n de don Juan en su hijo, etc., etc., ?Que todo esto es absurdo? Desde1uego; pero hasta que el rey llegue A tierra y puntualice lo ocurrido, hay tiempo de que tales enormidades sean, para muchos, art¨ªculo de fe. Dentro de unos d¨ªas, el episodio habr¨¢ perdido actualidad y cualquier comunicado oficial ser¨¢ acogido con, incredulidad y escepticismo. Durante todo el d¨ªa se suceden las llamadas, incluso desde Londres. Nada digo, pues nada s¨¦. Lo ¨²nico que pongo en claro es que el rey recibi¨®, un aviso, antes de llegar a Arcach¨®n, para entrevistarse con Franco; que en Arcachon subi¨® al Saltillo el duque de Sotomayor; que la entrevista entre el rey y Franco, a solas, dur¨® tres horas; que ambos parecieron satisfechos y que, al regresar a tierra, en el Azor, Sotomayor s¨®lo pudo sacar a Franco est¨¢s palabras: ?Me ha causado una impresi¨®n personal inmejorable?.
Nada de esto permite formar un juicio. Habr¨¢ que esperar la llegada del rey, anunciada para ma?ana por la noche. Lo que est¨¢ cada vez m¨¢s claro es el prop¨®sito de tenerme totalmente al margen del asunto.
Domingo, 29 de agosto de 1948. A las ocho de la noche, llega el rey a Cascaes a bordo del Saltillo. No lo veo, pues por multitud de razones prefiero que ¨¦l me llame. Entre tanto, los telegramas procedentes de Espa?a siguen dando las referencias que interesan a Franco. De un modo especial insisten en que se trat¨® de la educaci¨®n del pr¨ªncipe de Asturias y en que la entrevista fue pedida por el rey. Este, ni da nota o comunicado alguno, ni parece percatarse de las enormes repercusiones que el caso ha tenido.
La sustituci¨®n pac¨ªfica del r¨¦gimen espa?ol
LUNES, 30 de agosto de 1948. Transcurre el d¨ªa entero sin tener la menor noticia del rey. Mientras tanto, embajadores y periodistas no dejan de llamar, pidiendo detalles y preguntando si el rey no va a decir nada. Como la situaci¨®n se me hace a cada momento m¨¢s dif¨ªcil y me encuentro, realmente bastante, resfriado, resuelvo contestar a todos que estoy en cama, don gripe.
El problema se complica como consecuencia de una noticia que a media tarde me transmite la France-Presse: la comisi¨®n ejecutiva del Partido Socialista Obrero Espa?ol, reunida, en San Juan de Luz, ha hecho p¨²blico un comunicado en el que dice haber llegado a un acuerdo con determinadas fuerzas pol¨ªticas -no dice cu¨¢les, pero se deduce que son las mon¨¢rquicas-, para la sustituci¨®n pac¨ªfica del actual r¨¦gimen espa?ol. Es f¨¢cil imaginarse la confusi¨®n creada por las contradictorias noticias de estos d¨ªas.
?jY, entre tanto, el rey sin decir una palabra, sin informar de lo que ha ocurrido, dan do la sensaci¨®n de que no percibe la trascendencia del momento! En Espa?a, los amigos se hallan desorientados e inquietos. No hay modo de decirles nada. Personalmente, me encuentro en una situaci¨®n desairad¨ªsima.
Martes, 31 de agosto de 1948. El rey me ha citado para ma?ana. Me produce la impresi¨®n de que no se ha penetrado bien ole la trascendencia del paso que ha dado. Hoy est¨¢ entretenid¨ªsimo con las regatas internacionales de balandros en Cascaes.
Mi¨¦rcoles, 1 de septiembre de 1948. En una conversaci¨®n de cerca de tres horas, el rey me informa detalladamente de su entrevista con Franco, el pasado d¨ªa 25 as¨ª como de sus antecedentes. He aqu¨ª el relato en sus extremos esenciales y en sus detalles m¨¢s significativos.
Un mes antes de salir don Juan para Inglaterra recibi¨® la visita de Julio Danvila, quien le plante¨® de nuevo el problema de las relaciones con Franco, ponderando la necesidad de una entrevista. Respondi¨®le el rey que no cre¨ªa en esa posibilidad, que ¨¦l no dar¨ªa, paso alguno para que se celebrase, y que Danvila, por su cuenta, hiciera lo que estin¨ªase conveniente. A. los pocos, d¨ªas de llegar a Inglaterra, recibi¨® don Juan una carta de Danvila insistiendo en la idea; Esta carta no fue contestada.
El 15 de agosto, en plenas regatas de los Juegos, Ol¨ªmpicos, la se?ora de Gal¨ªndez telefone¨® al rey, desde Bilbao, para decirle, que Danvila hab¨ªa arreglado la entrevista y que el rey deber¨ªa salir inmediatamente para aguas de La Coru?a, donde recibir¨ªa, el 18, un aviso del mayor inter¨¦s. No accedi¨® don Juan a esta sugerencia, y anunci¨® su prop¨®sito de salir al d¨ªa siguiente para Belle-Ille, de donde partir¨ªa el 20, una vez repostado de combustible el barca.
As¨ª lo hizo; pero cuando, ¨¦l d¨ªa indicado, se dispon¨ªa a zarpar del puerto franc¨¦s, la mujer que llevaba las provisiones a bordo, y que era la esposa del encargado de Correos, dijo en el Saltillo que la noche anterior hab¨ªan llamado con urgencia al conde de Barcelona desde San Sebasti¨¢n. Salt¨® el rey a tierra, y al cabo de dos horas logr¨® hablar con el duque de Sotomayor. Este le hizo saber que la entrevista con Franco estaba preparada, que no pod¨ªa faltar a ella y que le rogaba que se dirigiera a Arcachon, a donde ir¨ªa ¨¦l con Padilla y Danvila. Accedi¨® ¨¢ ello el rey y, despu¨¦s de una traves¨ªa algo molesta, lleg¨®, el 21, a Arcachon.
El 22 se presentaron los anunciados viajeros. Danvila. expuso el desarrollo de sus negociaciones. Al principio hab¨ªa dicho que no le interesaba la conversaci¨®n, pues consideraba ?perdido a Estoril?. Luego lo pens¨® mejor y acab¨® por decir que el encuentro ser¨ªa muy conveniente; fij¨® la cita para el d¨ªa 25, a las doce de la ma?ana y a cinco millas al norte de Igueldo. Al preguntar don Juan sobre los puntos que se iban a tratar en la entrevista, Danvila repuso que se tratar¨ªa del problema pol¨ªtico general y de la educaci¨®n del pr¨ªncipe de Asturias en particular, Examinada la situaci¨®n, se convino en que Danvila y Padilla volvieran por tierra a San Sebasti¨¢n, para darla conformidad al proyecto, y que Sotomayor se embarcara con el rey para acompa?arle a la entrevista. Don Juan indic¨® a Danvila su deseo de que, al encontrarse los dos barcos, pasara primero Franco al Saltillo, despu¨¦s de lo cual se trasladar¨ªan al Azor para conversar.
Zarp¨® el rey para el punto de cita y, a pesar de una fuerte marejada, lleg¨® con varios minutos de antelaci¨®n a cinco millas al norte de Igueldo. Mientras desde all¨ª, con la natural emoci¨®n, ve¨ªa con los prism¨¢ticos la torre del Buen Pastor y el palacio de Miramar, divis¨® a un cazaminas que se dirig¨ªa al lugar convenido. Era el Tambre, que acompa?aba siempre a Franco en sus excursiones de pesca. Esta circunstancia facilit¨® al rey la cuesti¨®n protocolaria de los saludos. Como el Tambre navegaba adelantado, el rey se apresur¨® a izar en el Saltillo la bandera de saludo al buque de guerra, que se precipit¨® a, contestar. Cuando el Azor lleg¨® a su altura, la bandera del Saltillo estaba ya en el tope.
O porque Danvila no cumpliera el encargo, o -lo m¨¢s probable- porque Franco no quisiera hacer el rid¨ªculo, subiendo y bajando por la escala con la fuerte marejada que hab¨ªa, el ?aso es que no se cumpli¨® en. todos sus detalles el programa de la entrevista. El cazaminas destac¨® un bote, y en ¨¦l se traslad¨® el rey al Azor con Sotomayor, mientras quedaban en el Saltillo don Jaime y los dem¨¢s acompa?antes de don Juan. A Sotomayor, totalmente maread5, hubo que trasladarle poco menos que en brazos. Al poner el pie el rey en la cubierta del Azor, el contramaestre dio las pitadas de almirante y Franco se adelant¨® a darle la mano, estrech¨¢ndosela con efusi¨®n, ponderando los deseos que ten¨ªa de la entrevista y derramando abundantes l¨¢grimas. Antes, al saludar don Juan desde el Saltillo con su gorra, Franco le hab¨ªa contestado con los brazos en alto, en verdadero saludo de boxeador. Acompa?aban a Franco el general Mart¨ªn Alonso, su ayudante de Marina -Nieto-, que actuaba como comandante del Azor, y Julio Danvila.
Conversaron a solas tres horas
Intercambiadas unas frases banales sobre el tiempo y la traves¨ªa, el rey y Franco pasaron a la c¨¢mara, donde conversaron sin testigo alguno durante cerca de tres horas, mientras el barco navegaba lentamente a lo largo de la costa, llegaba a la altura de Zarauz y volv¨ªa frente a San Sebasti¨¢n. Me dec¨ªa con toda ingenuidad el rey que hab¨ªa ido a la entrevista con alguna emoci¨®n; pero que bien pronto se hab¨ªa serenado, por encontrarse muy superior, incluso dial¨¦cticamente, a su interlocutor, quien hab¨ªa acudido a la cita -le constaba muy de ciencia cierta- creyendo que don Juan era punto menos que un imb¨¦cil, entregado a consejeros amargados y totalmente ignorante de los problemas de Espa?a.
Llevando la conversaci¨®n hacia el pasado, el rey se apresur¨® a decir que manten¨ªa ¨ªntegramente su actitud y su posici¨®n doctrinal y pr¨¢ctica, adoptadas sin m¨¢s pensamiento que el bien de la patria. Franco no le replic¨®, aunque no dejara de apuntar m¨¢s tarde la idea de que tambi¨¦n ¨¦l practicaba una pol¨ªtica de conciliaci¨®n, como lo probaba el hecho de que hoy ocuparan puestos en la Falange incluso quienes hab¨ªan estado condenados a muerte. Todo el af¨¢n del ?Caudillo? durante la conversaci¨®n fue derivar la charla hacia el futuro. El rey, por su parte, procuraba traerla al presente.
Franco se mostr¨® muy fuerte y bien de salud; habl¨® de permanecer en el poder otros veinte a?os. No se explicaba la impaciencia del rey, a lo que ¨¦ste respondi¨® que esa impaciencia suya no era de tipo personal, sino atendiendo a la situaci¨®n de la patria. Reconoci¨® Franco que no era muy buena en el orden econ¨®mico, aunque con las medidas tomadas y el desarrollo del plan econ¨®mico del Gobierno pronto llegar¨ªa Espa?a a ser uno de los pa¨ªses m¨¢s ricos. A este prop¨®sito ( ... ) afirm¨® que el problema del carb¨®n estaba pr¨¢cticamente. resuelto y que en la construcci¨®n naval se hab¨ªan hecho inmensos progresos. Pudo el rey, perfectamente documentado, rebatirle con cifras sus asertos, demostr¨¢ndole que el d¨¦ficit de carb¨®n era muy grande y que no podr¨ªamos cumplir el programa de construcciones navales hasta el punto de que los argentinos sab¨ªan perfectamente que nos ser¨ªa imposible entregar los buques a que nos hab¨ªamos comprome
Franco y Don Juan se entrevistan en el "Azor"
t¨ªdo en el, Tratado. La actitud, y las palabras del rey contrariaron extraordinariamente ( ... a Franco), que no estaba habituado a la menor contradicci¨®n.Al referirse al problema de la Restauraci¨®n, afirm¨® que ¨¦l era mon¨¢rquico. fervoroso, record¨® con las palabras m¨¢s emocionadas a don Alfonso XIII y de nuevo derram¨® las l¨¢grimas que con. tanta facilidad tiene siempre dispuestas. Pero a?adi¨® que en Espa?a no hab¨ªa ambiente mon¨¢rquico ni republicano, si bien le ser¨ªa a ¨¦l muy f¨¢cil hacer popular en menos de quince d¨ªas la figura de don Juan. Muy certeramente, ¨¦ste le record¨® que, en varias cartas, se hab¨ªa excusado de caminar hacia la Restauraci¨®n, alegando que en Espa?a no hab¨ªa opini¨®n mon¨¢rqu¨ªca. ?Si tan f¨¢cil le: es a usted crearla, le dijo, ?por qu¨¦ alega su falta como pretexto para diferir la ¨²nica soluci¨®n estable?? Franco, muy violento, balbuce¨® algunas excusas, adquiriendo la conversaci¨®n en este punto un tono bastante tirante. Sali¨® Franco del apuro -o pretendi¨® salir, al menos- con una de sus habituales declamaciones, en la que . sac¨® a relucir la Santa Hermandad, las Comunidades de Castilla, etc., etc.
Uno de los motivos de preocupaci¨®n suya -dijo- era que la Monarqu¨ªa no podr¨ªa tener la firmeza de ?mando? necesaria. ?Yo -a?adi¨®- no admito que los ministros me discutan. Los mando y obedecen.? Insistiendo en que el rey no deb¨ªa tener prisa, aleg¨® la delicada situaci¨®n internacional, que conducir¨ªa a la guerra dentro de pocos a?os. ?Espa?a entonces -apunt¨®- ser¨¢ un su mando en la contienda. Yo puedo dar infanter¨ªa y pilotos, que ahora no pueden volar porque no hay gasolina, pero que, en la guerra, utilizar¨¢n los aparatos americanos.? Al llegar aqu¨ª, habl¨® despectivamente de los generales" calificando de pobre hombre a Pablito Mart¨ªn Alonso, de loco a Yag¨¹e y de tonto a Solchaga. Tambi¨¦n motej¨® desde?osamente a Rodezno de ?fantasm¨®n liberal?..
Como el rey insistiera en que tiene deberes hist¨®ricos que cumplir y responsabilidades que siente muy hondas, Franco se atrevi¨® a sostener que tales responsabilidades s¨®lo existen cuando se ocupa el poder, por lo cual el rey pod¨ªa estar ahora tranquilo. Deriv¨® don Juan la conversaci¨®n hacia la ley de sucesi¨®n, y le dijo que deb¨ªa haberle consultado el texto, por correcci¨®n, antes de publicarlo. ?No lo hice -fueron palabras textuales de Franco- porque quer¨ªa tener a Vuestra Alteza como un gallo tapado.? La frase no puede ser m¨¢s feliz.
Despu¨¦s de varios esfuerzos, la conversaci¨®n deriv¨® hacia el tema de la educaci¨®n del pr¨ªncipe de Astur¨ªas. Ponder¨® Franco la importancia del problema, se extendi¨® en consideraciones acerca de los peligros de los pr¨ªncipes extranjerizados y defendi¨® la necesidad de que don Juanito se educara en Espa?a, donde tendr¨ªa todos los honores necesarios. Replic¨® el rey que la educaci¨®n del pr¨ªncipe a ¨¦l s¨®lo compet¨ªa, Por supuesto, no se opon¨ªa a que pasara temporadas en Espa?a; pero no entregado a Franco, sino a las personas que ¨¦l, como padre designara.
??C¨®mo voy a mandar a mi hijo a Espa?a, mientras sea un delito..??.
Ahora bien, antes de que el pr¨ªncipe pudiera ir a Espa?a, habr¨ªan de cambiar muchas cosas. ??C¨®mo voy a mandar a mi hijo a Espa?a, mientras sea un delito gritar viva el rey, se multe a quienes se re¨²nen para hablar de la Monarqu¨ªa, se proh¨ªba, toda clase de propaganda y se persiga a los que me son fieles?? ?Todo eso puede arreglarse?, respondi¨® Franco. Y la cosa no pas¨® de ah¨ª.
En el transcurso de la larga conversaci¨®n, Franco (...) habl¨® ( ... ) sin la menor consideraci¨®n de delicadeza hacia su interlocutor, quien sali¨® de la entrevista profundamente molesto. Un episodio revela de modo bien elocuente el trato que da Franco a sus ministros. Momentos antes de salir para Arcach¨®n, cuando ya la entrevista hab¨ªa sido convenida, habl¨® Sotomayor con Artajo. Este se lament¨® de la imposibilidad de acercar al rey y a Franco, aunque, decidido a hacer un esfuerzo, anunci¨® a Sotomayor su prop¨®sito de aprovechar el proyectado viaje de Franco a Portugal, en octubre pr¨®ximo, para intentar una conferencia reservada entre el pr¨ªncipe y el ?Caudillo?. i Qu¨¦ pill¨ªn! El mismo Franco, hablando con don Juan, se re¨ªa de la cara de sorpresa que iban a poner sus ministros cuando se enteraran del acontecimiento. Incidentalmente, habl¨® de m¨ª en t¨¦rminos elogiosos, pero lament¨¢ndose de mi apasionamiento.
Con esto y con referencias a la caza y a la pesca, as¨ª como . a la construcci¨®n de un nuevo yate, llen¨® Franco los huecos de las tres horas de entrevista, que finaliz¨® sin haberse llegado a resultado alguno. ?Seguiremos en contacto -dijo-, pues quedan muchas cosas pendientes. Vuestra Alteza puede utilizar cerca de m¨ª al duque de Sotomayor. Yo no tengo de qui¨¦n fiarme, ya que todos mis colaboradores son muy indiscretos?. Todo esto (.. ) produjo en su regio interlocutor una impresi¨®n deplorable. ?S¨®lo los ojos -me dec¨ªa el rey- revelan vida y astucia. ? En toda la conversaci¨®n, don Juan dio tratamiento de Excelencia a Franco, y ¨¦ste al rey el de Alteza Real. Explic¨® que no le daba el de Majestad por no estar a¨²n coronado.
Acabada la reuni¨®n a solas, cuando iban a dar las cuatro de la tarde, despu¨¦s de haber pasado al Azor los acompa?antes en el Saltillo de don Juan, aprovech¨® ¨¦ste la oportunidad para que don Jaime hablara unos instantes con ¨¦l y con Franco, para que, con su presencia y acatamiento al hermano, demostrara una vez m¨¢s la renuncia al trono. Al servirse el c¨®ctel, Pablito Mart¨ªn Alonso s¨¦ deshizo en servilismo ante Franco, ofreci¨¦ndoselo, bandeja en mano, como un criado. Su ascenso a general y su puesto de jefe de la Casa Militar de Franco le han hecho llegar a extremos ( ... ) que nadie le pidi¨® cuando era ayudante de don Alfonso XIII.
Durante la comida, en la que se imit¨® todo lo posible la etiqueta de palacio, ocuparon el rey y Franco las dos presidencias ( ... ). El ?Caudillo?, tocando de nuevo el tema de la caza, tuvo la indelicadeza de hablar de sus haza?as cineg¨¦ticas en Gredos. El rey no se mordi¨® la lengua, y le dijo: ?Creo que en la ¨²ltima cacer¨ªa se tir¨® a las cabras con ametralladora?. ?Es verdad -repuso Franco algo desconcertado-, pero fue a las que hu¨ªan heridas.? ?De todos modos -replic¨® el rey-, eso es muy poco deportivo.? Una espont¨¢nea carcajada de Real de As¨²a, acompa?ante del rey en el Saltillo, subray¨® la violencia de la escena. Sin escarmentar por lo ocurrido, Franco se puso a dar lecciones sobre la pesca del salm¨®n, alegando las ense?anzas de los ¨²ltimos libros sobre la materia. Real de As¨²a, que desde hac¨ªa veinte, a?os se dedicaba a ese deporte, le dijo que, precisamente, el ¨²ltimo libro publicado en Inglaterra, acerca de la pesca del salm¨®n dec¨ªa todo lo contrario de lo que afirmaba el ?Caudillo?.
Se tomaron el caf¨¦ y los licores, y tras una breve tertulia se despidi¨® el rey, dejando en el Azor a Sotomayor, a¨²n no repuesto del mareo. Llegado al Saltillo, don Juan salud¨®, se puso al tim¨®n y dio las ¨®rdenes oportunas a la tripulaci¨®n, mientras Franco, sentado en una silla, aguantaba como pod¨ªa los bandazos del Azor, sacudido por la marejada. En tres minutos y medio -tiempo r¨¦cord- estaban izadas todas las velas del Saltillo, que se alej¨® a toda marcha. En el palo del Azor apareci¨® la se?al internacional de ?Buen viaje?, contestada, en el acto, por la de ?Muchas gracias? desde el barco del rey. Minutos despu¨¦s, ambos interlocutores se hab¨ªan perdido de vista. Don Juan se volvi¨® a los tripulantes del Saltillo y les felicit¨®: ?Buena maniobra la vuestra. ?Bravo, muchachos! ? ?Para que aprendan esos gallegos?, fue la respuesta lac¨®nica de los marineros vascos del Saltillo.
Conocido al detalle lo ocurrido, no puedo menos de felicitarme. Como era de esperar, nada concreto se ha obtenido. Pero de ahora en adelante, los eternos partidarios de la inteligencia con Franco no podr¨¢n echar en cara al rey su intransigencia y la de sus consejeros. En lo que la m¨ª se refiere, esta experiencia, a la que he sido enteramente ajeno, me libra de preocupaciones e incluso de responsabilidad. Por otra parte, el rey ha estado muy bien: firme, h¨¢bil, enterado. Para Franco, la sorpresa no ha debido de ser agradable. Adem¨¢s, estoy seguro de que grandes sectores del pueblo espa?ol habr¨¢n visto con gusto la entrevista, adivinando un paso hacia la normalizaci¨®n de la vida de Espa?a. Cuando la decepci¨®n llegue, al verse que todo contin¨²a igual, quien perder¨¢ ser¨¢ Franco.
Acordamos mantener un silencio absoluto. El efecto que haya podido causar en el exterior se desvanecer¨¢ con actuaciones discretas. Las. embajadas ser¨¢n enteradas de lo que nos convenga. El tiempo debe ser nuestro auxiliar...
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