Las ra¨ªces del volc¨¢n
?Felices los tiempos en que se pod¨ªa a¨²n escoger entre la bolsa y la vida?, escrib¨ªa a mediados de 1975 el editorialista de Beirut Edouard Saab. Los libaneses ya no tienen opci¨®n; se muere cada hora, se pierde la bolsa y la vida. Edouard Saab es, desde hace unos d¨ªas, uno de tantos miles ca¨ªdos sin saber de d¨®nde proced¨ªa la bala fatal.M¨¢s de veinte mil personas murieron; unas cien mil recibieron heridas de gravedad. Los da?os materiales superan los diez mil miIlones de d¨®lares; los perjuicios invisibles para una econom¨ªa basada en el servicio y el comercio intermediario son mucho m¨¢s significativos. ?Qu¨¦ ha ocurrido en L¨ªbano? ?Por qu¨¦ dos sectores de la poblaci¨®n se enfrentan como si aniquilarse mutuamente fuera su objetivo principal? ?Por qu¨¦ una experiencia de convivencia multiconfesional parece fracasar? ?Qu¨¦ lleva a los monopolizadores del poder pol¨ªtico, beneficiarios del poder econ¨®mico, a comportarse como si fuesen ellos los que nada tienen que perder? No hay explicaciones f¨¢ciles ni recursos t¨®picos para esclarecer las motivaciones aparentes y subyacentes de la inacabable guerra del L¨ªbano. El enfrentamiento civil liban¨¦s es la consecuencia, a la vez, de la insoluci¨®n del conflicto general ¨¢rabe-israel¨ª; de la atacada presencia armada palestina en el ¨²nico pa¨ªs que le queda a ¨¦sta como refugio en Oriente Medio; de la emergencia de fuerzas reivindicativas propiciada por la crisis econ¨®mica mundial que afect¨® sensiblemente a la econom¨ªa libanesa, subsidiaria de la occidental; del coyuntural planteamiento de reivindicaciones confesionales por los musulmanes, favorecidos por el incremento demogr¨¢fico de sus sectas en los ¨²ltimos veinticinco a?os. La evoluci¨®n concreta de la guerra, su aparente car¨¢cter de enfrentamiento confesional, las atrocidades y crueldades totalmente desproporcionadas con las exigencias de un lado y de otro, est¨¢ tambi¨¦n en funci¨®n de varias personalidades fuertes del pa¨ªs, entre ellas el presidente Soleim¨¢n Frangieh, cuyo lamentable protagonismo depende, a su vez, no s¨®lo de intereses privados y de grupo, sino de una actitud sectaria que recuerda la de los jud¨ªos ?azkhenazis? con respecto a, los jud¨ªos ?sabras? en Israel.
Conviene, ante todo, desmitificar los innumerables t¨®picos dentro de los cuales se ha querido encerrar una realidad multiforme.
?L¨ªbano, territorio de leche y de miel?, ?Suiza de Oriente?, con resepecto al pa¨ªs. ?Islamo-progresistas? o ?Islamo-palestinos? contra lo ?cristiano-derechistas?, ?izquierdas? contra ?derechas?, en lo que a la guerra civil concierne.
En 1975, cuando estalla la guerra, en Beirut tienen su sede m¨¢s de 400 sociedades extranjeras y los bancos m¨¢s importantes del mundo occidental y oriental. Se editan 300 publicaciones peri¨®dicas, de ellas, 40 diarios, casi tantos ?boletines confidenciales? como en Londres o Par¨ªs. La mayor parte de los 60.000 millones de d¨®lares que perciben en ?royalties? los productores de petr¨®leo del golfo transitan, de una manera o de otra, por Beirut. Este atractivo ?boom? econ¨®mico, sin embargo, s¨®lo favorece al sector intermediario y de servicios. Las regiones siguen tan subdesarrolladas y descuidadas como siempre.
Un "modus vivendi"
La convivencia social es el resultado de un delicado ?modus vivendi? institucionalizado en 1943 en el llamado pacto nacional entre cristianos y musulmanes, por simplificar as¨ª una complicada arquitectura de 19 confesiones religiosas. En virtud de un censo de poblaci¨®n realizado en 1932 bajo el mandato franc¨¦s y, por lo tanto, sospechoso para los musulmanes, se distribuyen las m¨¢s altas magistraturas y cargos del aparato pol¨ªtico administrativo entre las confesiones, atendiendo a su proporcionalidad demogr¨¢fica.
El pa¨ªs vive permanentemente en una pr¨¢ctica ?desintegraci¨®n? ben¨¦vola, bien es cierto, hasta 1975. Los cristianos, mayoritarios y en el monte L¨ªbano; los druzos, en el Chouf y Aley; los chi¨ªtas, en el Sur. Los sunitas revolotean alrededor de dos polos de atracci¨®n del sunismo liban¨¦s: el de Tr¨ªpoli, al Norte, feudal, y el de Beirut, burgu¨¦s y comercial.
La misma Beirut est¨¢ dividida geogr¨¢ficamente por confesiones. Los maronitas en los barrios de Achrafie, Dekuanel Sin el Fil y Ain Reffiane; los sunitas, en Basta y Mussaytbe; los chiitas, en Chiahlos extranjeros, en Rauche; los marginados libaneses, palestinos, refugiados turcos y kurdos y obreros sirios estacionales, en lo que el obispo de Beirut, Gregoire Haddad, llam¨® ?impresionante cintur¨®n de miseria?Constituido por los campos de refugiados de ?abaa Cuarentena, Dbaye, Chat¨ªla, Sabra, Tel Zaatar, Pir Hassan, etc.
En el interior del pa¨ªs y en la capital, las sectas minoritarias se injertan en los sectores donde las comunidades afines son mayoritarias. Existe una cierta promiscuidad confesional en todo el territorio nacional estimulada por la relativa paz vivida desde la ¨²ltima guerra civil de 1958. Durante el a?o de 1975, los grupos que viv¨ªan en promiscuidad fueron exterminados cuando no pudieron emigrar r¨¢pidamente a las regiones de sus confesiones.
Partido pol¨ªtico, escrib¨ªa Sigmund Neumann, es la ?agrupaci¨®n articulada de agentes activos de la sociedad, relacionados con el control del Gobierno y el poder y que compiten por el apoyo popular con otros de opini¨®n diferente?. Si nos atenemos a esta definici¨®n de circunstancias, puede afirmarse que en 1974, en el L¨ªbano, con la excepci¨®n de marxistas y comunistas, no hay ninguna agrupaci¨®n pol¨ªtica de esas caracter¨ªsticas.
La atomizaci¨®n es la constante del universo pol¨ªtico liban¨¦s. El poder real y los ?partidos? estaban -y por estarlo a¨²n en gran medida la crisis libanesa se encuentra en un callej¨®n sin salida- en manos de las grandes familias feudales, los clanes, los,?zainis?, ?beys? y ?effendis? y las sectas. Liberalismo doctrinal y culto a la personalidad del jefe son los denominadores comunes. Hasta 1.975, las ideolog¨ªas no eran particularmente importantes. El Gobierno gobierna sin partidos y sin otras presiones que no sean las de las familias para equilibrar los intereses contrapuestos.
Kamal Jumblatt, l¨ªder y abanderado de la izquierda ?islamo progresista?, jefe del Partido Socialista Progresista, importante terrateniente druzo, varias veces ministro, buscaba su filosof¨ªa pol¨ªtica en la ense?anza de Mahatma Ghandi. Su ?socialismo? no era m¨¢s que una casu¨ªstica operacional adaptada a las circunstancias cambiantes. A principios de 1976 estaba a punto, no obstante, de encabezar una revoluci¨®n social que no por la moderaci¨®n de las reivindicaciones de la izquierda dejaba de ser trascendente para el L¨ªbano.
El nasserismo liban¨¦s
El nasserismo liban¨¦s est¨¢ en 1974 dividido en siete partidos: unos se proclaman aut¨¦nticos otros, sadatistas, khadafistas, independientes, etc. El baasismo se divide en tres corrientes: partidarios del presidente sirio, Hafez el Assad, seguidores de Bagdad y un n¨²cleo reducido que conserva la ilusi¨®n del anterior r¨¦gimen sirio de Nuredin el Atassi y el general Salah Jedid. La guerra les une a todos, fundamentalmente en defensa de la resistencia palestina. En la paz, las pugnas inter¨¢rabes por la influencia podr¨ªan dividirles de nuevo. Aun as¨ª, afines de 1974 no pod¨ªa decirse que estos partidos de izquierdas fuesen predominantes dentro de las comunidades musulmanas. Tiene gran fuerza el ?Movimiento de los Desheredados?, creado por el im¨¢n Massa al Sadr, jefe espiritual de los chiitas, con la intenci¨®n de limitar las reivindicaciones de su secta, la m¨¢s relegada a lo econ¨®mico. Los jefes musulmanes tradicionales constituyen una poderosa burgues¨ªa feudal cuya principal exigencia es la reforma del sistema electoral y parlamentario, esto ¨²ltimo aceptado por los cristianos, que les otorgue un mayor acceso al poder pol¨ªtico en funci¨®n a su supremac¨ªa demogr¨¢fica real en tanto que conjunto de sectas.
La cultura pol¨ªtica tampoco es una virtud de la derecha cristiana. Medran por la fuerza del monopolio pol¨ªtico que ejercen, por el predominio en el Ej¨¦rcito, por sus milicias armadas. Su ideolog¨ªa se reduce a solicitar la partida de la resistencia palestina, acusada de ser el motor del despertar de las masas libanesas, y a reivindicar una trasnochada ascendencia ?fenicia? para contraponerla al ?car¨¢cter ¨¢rabe? del L¨ªbano reivindicado por los musulmanes.
Las derechas
?La ignorancia pol¨ªtica de las derechas ?, reconoc¨ªa en julio de 1975 el propio Kamal Jumblatt, ?les lleva a veces a situarse en el centro, a veces a la izquierda, por su incapacidad de distinguir estas posturas?. No toda la comunidad cristiana en 1974 puede aglutinarse como ?derechas?. Monse?or Gregoire Haddad, obispo griego ortodoxo de Beirut, perdi¨® su obispado por criticar al Gobierno y tratar de sensibilizar a la juventud cristiana. En 1975 escrib¨ªa: ?Hemos creado una sociedad injusta, inconsciente, irresponsable; la ¨²nica seguridad positiva posible es que todos los ciudadanos tengan trabajo, alimentaci¨®n suficiente y vivienda digna y estable. ?
El Partido Democr¨¢tico (cristiano) del doctor Moughayrzel, Emile Bitar y Bassem el Jisr, aunque de poca influencia, no deja de expresar un estado de ¨¢nim¨® muy generalizado entre los cristianos. ?No queremos ser?, - proclaman en su acta constitutoria, ?los pieds noirs de Argelia, y sobre todo tampoco los jud¨ªos de Israel. Somos total mente ¨¢rabes y tenemos inter¨¦s en seguir si¨¦ndolo?.
La presencia de la resistencia palestina en L¨ªbano, los continuados ataques de Israel para reprimirla, las ?soluciones? del conflicto ¨¢rabe-israel¨ª que se proponen despu¨¦s de la guerra de octubre de 1973, y que parecen exigir la destrucci¨®n previa de la capacidad militar palestina y la aparici¨®n de una ¨¦lite de moderados, interlocutores v¨¢lidos, para Israel y Norteam¨¦rica, la polarizaci¨®n de musulmanes y cristianos a favor o en contra de la resistencia, le dan su configuraci¨®n final al enfrentamiento l¨ªban¨¦s. El chantaje del terror confesional, esgrimido desde el principio de la guerra por los caciques feudales, impide la consolidaci¨®n de intereses comunes entre la peque?a burgues¨ªa cristiana y las masas musulmanas progresistas
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.