Los victorinos
Pasado ma?ana es la corrida de la Prensa -de la que ya les hablar¨¦ a ustedes, si voy, que a lo mejor tengo yo mi particular corrida a la misma hora-, y los protagonistas de la tarde no van a ser los toreros ni el p¨²blico, ni siquiera la turista gloriosa y pernifornida que ahora va a la plaza. Los protagonistas, van a ser los toros, los victorinos, como ya lo fueron en los pasados sanisidros.Andaba la fiesta languideciendo desde a?os ha, que la decadencia de los toros es como la decadencia del teatro, la decadencia de Espa?a y la decadencia de Sara Montiel mi querida Antonia, una cosa que dura toda la vida y toda la historia. Yo creo que una decadencia que dura siempre no es una decadencia, sino una elegante forma de ser, de durar. Pero bueno, parece que a los toros hac¨ªa falta meterles morbo, trilita, vitriolo, algo. Y se hab¨ªa probado con todo: con la rana del Cordob¨¦s, con el surrealismo del Platanito, con la cadera deraso y riesgo de las se?oritas toreras, tan gentilmente historiadas por Ferin¨ªn Cebolla y Emilia, su mujer.
Se hab¨ªa probado con todo, y nada, que la fiesta se ven¨ªa abajo. A nadie se le hab¨ªa ocurrido que la salvaci¨®n de la fiesta ya no estaba en los toreros, sino en los toros.
Hasta que sele ocurri¨® a don Victorino. El huevo de Col¨®n pasado por agua. Don Victorino Mart¨ªn, el Galileo Galilei de la fiesta, el Col¨®n de un continente de ganader¨ªas, donde pastaban los toros terribles y tot¨¦micos, el Newton de la nueva ley de la gravedad taurina (porque la cosa estaba realmente grave), se limit¨® a cambiar de tercio la historia. Como Marx Dice Carlos Marx: ?Llevamos siglos tratando de'interpretar el mundo. Ya es hora de cambiarlo? Llev¨¢bamos lustros tratando de entender el mundo redondo y caliente de la fiesta, el planeta de los toros, para aclaramos sobre su decadencia sin remedio. Todo era acu?ar toreros de naipe y millones, muchachos de plata y enga?o, para encandilar a la afici¨®n por una temporada. Pero los semidioses mor¨ªan en Extremadura, al contrario de lo que sostiene mi admirado y temido Garc¨ªa Serrano. Mor¨ªan en Extremadura cuando la temporada iba vencida y ellos ya no pod¨ªan con m¨¢s arrobas de toro, m¨¢s almagre de sangre ni m¨¢s alainares de sol.
Y entonces llega don Victorino y dice,como uno de esos raros guardagujas que de pronto, cada cinco siglos, le cambian las agujas al tren de la historia: ?Aqu¨ª lo que llay que revolucionar no son los toreros, sino los toros?. Pues claro, naturalmente, pero c¨®mo no liab¨ªaimos ca¨ªdo antes, mecachis, si estaba tirado, no te digo lo que hay, la leche en polvo. Bueno, pues es el mismo giro que hay que pegarle a la politica espa?ola.
Desde los tiempos hambrientos e ¨ªntegros de Manolete, la plol¨ªtica espa?ola viene mimando al espada, afpol¨ªtico, al n¨²mero uno de su promoci¨®n. V¨¦ase ?Los noventa ministros de Franco?, libro que esluvo muy de moda antes de que lo estuviera el ?Diccionario de Coll?. Aqu¨ª, ya digo, se ha cuidado al espada, se ha mimado la figura pinturera del Gir¨®n juvenil, todo de azul y plata; el perfil austero y ron(le?o de Fern¨¢ndez Cuesta, vestido (te negro y oro, o el pase¨ªllo azul pur¨ªsima de los tecn¨®cratas, el saber estar en el ruedo de L¨®pez Rod¨® o la esbeltez perfilera de L¨®pez Bravo, que mete un poco el pie izquierdo para adentro, como un novillero chul¨ªn de los Carabancheles. Aqu¨ª hemos ido quemando figuras de la fiesta, pol¨ªticos de cartel, o se han traspasado unos a otros con el estoque de madera de la mu?eca lesionada. En el caf¨¦ de Chinitas dijo Paquiro a su hermano, soy m¨¢s valiente que t¨², m¨¢s torero y m¨¢s gitano. El caf¨¦ de Chinitas eran las Cortes, y ya estaba armada. .
Bueno, pues no, pasaban las figuras y la pol¨ªtica nacional no se enderezaba. Han sido cuarenta a?os de culto a la personalidad ex-. cepcional. Y ahora resulta que el protagonista de la pol¨ªtica de un pa¨ªs debe ser el pueblo, como el protagonista de la fiesta es el toro, con perd¨®n. Bien sencillo, bien f¨¢cil. Un hallazgo democr¨¢tico el de don Victorino. Un hallazgo de ahora mismo, de este momento hist¨®rico. Quien puede salvar la fiesta democr¨¢tica es el pueblo,no los viejos espadas de azul y muerte que se aculan en el burladero como en un esca?o de las Cortes
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