Las relaciones de Kissinger con el presidente fueron muy inseguras
?Creo que est¨¢s interpretando mal al presidente?, coment¨¦ con Kissinger una ma?ana de mayo de 1969, sentados en el porche de mi villa en el Hotel Cayo Vizca¨ªno.Kissinger, al que le gustaban como a m¨ª todos los deportes acu¨¢ticos, hab¨ªa llegado de su casa, situada en la misma playa unos minutos antes, y est¨¢bamos los dos discutiendo un tema que le preocupaba: c¨®mo tratar en su relaci¨®n con el presidente Nixon, los problemas de las ¨¢reas internacionales.
Kissinger, entonces consejero de Seguridad Nacional con Nixon, me consultaba a menudo, especialmente para los problemas intemos de la Casa Blanca, pero raramente lo hac¨ªa en cuestiones de pol¨ªtica exterior. Nuestra larga conversaci¨®n de aquella ma?ana no fue la ¨²nica. Un par de meses antes, en el mismo sitio, Henry me confes¨® que quiz¨¢ se habr¨ªa equivocado al entrar en la Administraci¨®n de Nix¨®n: ?Quiz¨¢ me debiera marchar, creo que no tenemos una relaci¨®n constructiva. No tengo los mismos puntos de vista que otros consejeros presidenciales y pienso que se inclina m¨¢s hacia ellos que hacia m¨ª, puesto que sigue prest¨¢ndoles atenci¨®n.?
Manten¨ªamos esta conversaci¨®n en un momento en el que el presidente iba a anunciar su m¨¢s importante proposici¨®n de paz para Vietnam. Kissinger estaba obsesionado por la idea de que el plan que ¨¦l y Nixon hab¨ªan establecido estaba.siendo modificado por otros, especialmente por el secretario de Estado, William Rogers. Kissinger estaba convencido de que el punto de vista de Rogers era bien visto por el presidente y que ¨¦ste no se lo comunicaba. Intent¨¦ varias veces, quitarle esta idea de la cabeza, pero creo que sin ¨¦xito.
Escuchas telef¨®nicas
Durante aquellos d¨ªas en Cayo Vizca¨ªno, del 8 al 15 de mayo de 1969, el New York Times public¨® con grandes titulares la noticia de que dentro de la Administraci¨®n exist¨ªan ciertas filtraciones. Kissinger, como jefe del Consejo de Seguridad Nacional, estaba particularmente afectado por este tema y durante nuestras conversaciones surgi¨® varias veces. Por aquel entonces yo no ten¨ªa noticias de que se estuviera poniendo en marcha una serie de intervenciones telef¨®nicas para acabar con tales filtraciones, ni de que Kissinger, seg¨²n una declaraci¨®n de J. Edgar Hoover, hubiera llamado al director del FBl para comunicarle su preocupaci¨®n. Lo descubri m¨¢s tarde, cuando Kissinger y el general Haig me iban trayendo informes de ciertos individuos cuyos tel¨¦fonos hab¨ªan sido intervenidos.
Justo antes de aquellas cortas vacaciones hab¨ªa habido una reuni¨®n entre el presidente; el fiscal general, Mitchell; J. Edgar Hoover y, por lo menos una vez, Kissinger, para discutir el problema de las filtraciones el d¨ªa 25 de abril. No tengo la menor duda acerca de que Kissinger estuviera al corriente de que el FBI, con la autorizaci¨®n de Mitchell y con pleno conocimiento y probable direcci¨®n del presidente; estuviera interviniendo tel¨¦fonos. Los tres estaban totalmente de acuerdo e involucrados en el tema. Nada de lo que yo observ¨¦ me puede hacerpensar que existiera el menor recelo por parte de Kissinger, en llevar adelante este plan.
Un car¨¢cter desafiante
Hay que reconocer que Kissinger era uno de los miembros m¨¢s pintorescos de la Administraci¨®n de Nixon. Ehrlichman y yo le consider¨¢bamos todo un car¨¢cter, una persona muy estimulante en el trabajo. Brome¨¢bamos muy a menudo, incluso con mi mujer. Nunca hubo el tipo de enfrentamientos internos que la prensa a lo largo de estos a?os ha intentado atribuirnos. Kissinger ten¨ªa total acceso al despacho ovalado y nunca se le puso el menor impedimento para ver al presidente. Incluso yo distribu¨ªa el tiempo del presidente de manera que pudiera tener m¨¢s tiempo para conversaciones personales con Kissinger. Muy pocas veces estuve presente en sus reuniones y nunca en las sesiones del Consejo de Seguridad Nacional. Nixon se sent¨ªa fascinado por las constantes alusiones hist¨®ricas de Kissinger, especialmente las relacionadas con la segunda guerra mundial.
Kissinger nunca se abstuvo de expresar sus ideas particulares y, aunque muchos de los obst¨¢culos, que ¨¦l percib¨ªa eran imaginarios, arremet¨ªa como una fiera contra la Casa Blanca. Se saltaba a mi secretar¨ªa e,irrump¨ªa en mi despacho para aclarar cualquier punto. Fue el ¨²nico miembro de la Casa Blanca que en alguna ocasi¨®n entr¨® directamente en el despacho ovalado, enfrent¨¢ndose con el propio presidente. No suced¨ªa esto muy a menudo, pero alguna vez pas¨®.
Muchas actividades de Kissinger en mi per¨ªodo como jefe de gabinete de la Casa Blanca han sido deformadas; por ejemplo, se ha dicho que su sistema de escuchas telef¨®nicas habla sido guardado en riguroso secreto. La realidad es que se hac¨ªa abiertamente. No hab¨ªa m¨¢s que entrar en la antesala de su despacho y observar a una secretaria escuchando en un tel¨¦fono, ?muerto? y tomando notas. M¨¢s adelante, a sugerencia m¨ªa, se estableci¨® un sistema m¨¢s f¨¢cil: las conversaciones telf¨®nicas se grababan y se transcrib¨ªan. Lo que nunca pens¨¦ es que todas las conversaciones de Henry con el presidente y conmigo tambi¨¦n se estaban grabando; claro que Kissinger no sab¨ªa que el presidente tambi¨¦n le grababa a ¨¦l.
Un punto importante acerca de Kissinger es que en todo el tiempo en que trabaj¨¦ con ¨¦l fue un hombre consecuente, nunca sostuvo un punto de vista neutral o equ¨ªvoco en ninguna cuesti¨®n de pol¨ªtica internacional y fue siempre consciente de que otros puntos de vista v¨¢lidos le eran presentados al presidente al mismo tiempo que el suyo.
Intervenci¨®n de Connally en el asunto de Haipliong
En la primavera de 1972, fue necesario adelantarse a la ofensiva de Vietnam del Norte contra el Sur. La decisi¨®n final fue la de bombardear las zonas militares de Hanoi y de minar el puerto de Haipliong. Para este proyecto hubo gran oposici¨®n interna, pensando que esto iba a tener una repercusi¨®n desfavorable en la pr¨®xima cumbre con la Uni¨®n Sovi¨¦tica. La visita de Nixon a la Rep¨²blica Popular China hab¨ªa terminado con gran ¨¦xito.
El presidente ten¨ªa que decidir ahora si suspend¨ªa unilateralmente la conferencia en la cumbre con los sovi¨¦ticos antes o al mismo tiempo de que anunciase el bombardeo y de que el puerto fuera minado, o correr el riesgo de que fuesen los sovi¨¦ticos los que cancelasen la futura reuni¨®n. Kissinger opinaba que los sovi¨¦ticos actuar¨ªan unilateralmente y que los Estados Unidos no pod¨ªan permitir que esto sucediese. Seg¨²n Kissinger, deb¨ªamos aplazar la reuni¨®n en la cumbre y esperar que los sovi¨¦ticos diesen su acuerdo. En otras palabras, deber¨ªamos actuar primero para evitar el riesgo de un rev¨¦s sicol¨®gico.
Yo propuse que el presidente considerase la posibilidad de un enfoque diferente, que nosotros reconoci¨¦semos que aunque era probable que los sovi¨¦ticos cancelasen la reuni¨®n, no era totalmente seguro, por lo tanto deb¨ªa mos arriesgarnos a mantener el bombardeo, las minas y la conferencia. Mis argumentos no consiguieron que el presidente retrasara la adopci¨®n de la recomendaci¨®n de Kissinger. Nos dijo a los dos, que fu¨¦semos al Departamento, del Tesoro y plante¨¢semos la cuesti¨®n al secretario del Departamento, John Connally. Kissinger y yo nos fuimos di rectos desde el despacho del presidente y nos entrevistamos durante una hora,aproximadamente con Connally. Antes de que yo expusiera mi opini¨®n sobre elasunto, despu¨¦s que Kissinger resumiera la situaci¨®n y diese cuenta de su recomendaci¨®n, Connally se levant¨® y expuso mis mismos argumentos casi con los mismos t¨¦rminos: que los Estados Unidos no deber¨ªan suspender la reuni¨®n en la cumbre sino arriesgarse a que, a pesar de todo, ¨¦sta se celebrase.
Las razones de Connally convencieron aparentemente a Kissinger, puesto que cuando fuimos los dos a informar al presidente, Henry se mostr¨® partidario de aceptar este riesgo. La consecuencia fue que, por supuesto, a pesar de las sombr¨ªas perspectivas de un desastre diplom¨¢tico, la cumbre se celebr¨® y fue un gran ¨¦xito. Connally, que dimitir¨ªa de su puesto de acuerdo con el presidente, jug¨® una vez m¨¢s un papel importante en la imagen pol¨ªtica de Estados Unidos frente a la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Otro dato curioso de la actitud de Kissinger en esta ¨¦poca es lo que ocurr¨ªa todas las ma?anas en la reuni¨®n del gabinete, a las 8,15. Kissinger asist¨ªa en teor¨ªa pero, a no ser que se debatiera algo relacionado con su ¨¢rea, no prestaba la menor atenci¨®n, concentrado en sus informes de pol¨ªtica exterior de la CIA, etc. Durante la operaci¨®n de Camboya, por ejemplo, Henry llegaba cada d¨ªa con su agenda, interrump¨ªa en cualquier momento lo que se es tuviera diciendo para darnos la ¨²ltima noticia, suponiendo que para cada uno de nosotros este tema era el m¨¢s importante. Las interrupciones eran una de las especialidades de Kissinger.
Nixon domina la situaci¨®n
No se debe sobrevalorar la influencia de Kissinger en los primeros a?os de la Administraci¨®n de Nixon. Ni Kissinger, ni el gabinete, ni uno s¨®lo de los consejeros, tomaban las decisiones importantes. Ha existido un convencimiento general de que Kissinger esperaba haber sido nombrado secretario de Estado en la Casa Blanca con Nixon. Mientras yo fui jefe del gabinete no hubo la menor sospecha ni indicaci¨®n de que esto fuera a suceder, ni de que Kissinger lo deseara. Una serie de acontecimientos en la reelecci¨®n presidencial de 1972 hicieron necesario un sucesor para William Rogers.
Kissinger supo qui¨¦n iba a ser y supo que no ser¨ªa ¨¦l mismo. Mi sorpresa fue, pues, grande al conocer su nombramiento. Creo que todo esto tuvo bastante que ver con el debilitamiento de la Administraci¨®n despu¨¦s de la crisis del Watergate.
Tengo algo que decir en favor de Kissinger: era un hombre tremendamente eficaz en su trabajo y fiel en su dedicaci¨®n a la causa. En la crisis de Camboya, por ejemplo, llev¨® el gran peso de la en su planteamiento y desarrollo y tuvo en ella mayor parte que el propio presidente.
Un domingo por la tarde, mientras volv¨ªamos de Cayo Vizca¨ªno a Washington en avi¨®n, poco despu¨¦s de la operaci¨®n de el 30 de junio de 1970, m ¨¦l presidente nos llam¨® a Kissinger, a Jhon Ehrlichman y a m¨ª a su cabina. Con aire ceremoniso, el presidente nos regal¨® un peque?o coraz¨®n azul de trapo, cosido para ¨¦l por la amiga de Beb¨¦ Rebozo, y nos consagr¨® como "miembros de la orden del verdadero coraz¨®n azul". Luego, hizo un peque?o discurso de agradecimiento pornuestra colaboraci¨®n en todos los problemas referentes al asunto de Camboya.
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