Un Picasso colectivo
En el Museo de Basilea, y para complacencia de todos sus habitantes, ha quedado abierta, al mismo tiempo que la Feria del Arte y hasta el 12 de septiembre, una gran exposici¨®n antol¨®gica de Pablo Picasso. Advierten sus promotores que solamente se trata de una muestra representativa, capaz, eso s¨ª de suscitar una fuerte impresi¨®n ante la obra de Picasso, aun sin la Pretensi¨®n de congregar en ella una colecci¨®n completa. Quiz¨¢ no lo sea desde una consideraci¨®n puramente cuantitativa (consta de 90 obras), pero s¨ª en atenci¨®n a la calidad y acierto selectivo, ¨¦poca por ¨¦poca, de la prol¨ªfica creaci¨®n picassiana.Hablo de la complacencia de los vecinos de la ciudad del Rhin, sin el menor riesgo de incurrir en t¨®pico o desmesura. Hay datos suficientemente probatorios del fervor que ha venido mostrando hacia Picasso el cant¨®n y municipio de Basilea.
El 17 de diciembre de 1976 se sometio a votaci¨®n popular la solicitud de un cr¨¦dito de 6 millones de francos suizos para adquirir dos obras del pintor malague?o, suma luego acrecentada por el apoyo de los magnates de la industria local y otras firmas no tan resonantes, m¨¢s los beneficios, derivados de un festival (el Bettlerfest) en que cada quien aport¨® y disfrut¨® lo suyo.
Un precedente hist¨®rico
El arraigo de la democracia es en Suiza un fen¨®meno s¨®lo equiparable a su tradicional neutralidad o no beligerancia. Todo queda all¨ª confiado a las urnas o al brazo alzado. ?La adquisici¨®n, incluso, de pintura? As¨ª ocurri¨® en este caso, o hito singular de un precedente hist¨®rico. ?Es la primera vez -recuerdan los promotores de la exposici¨®n- que la compra de una obra de arte se ha decidido por votaci¨®n popular?. Entr¨¦ emocionado y sorprendido, Picasso regal¨® inmediatamente al Museo de Basilea dos obras reci¨¦n concluidas y otras dos de una ¨¦poca (1906) trascendental en la cuenta.y memoria ,de todo su quehacer.
Tal fue el entusiasmo de unos y otros, que ?Basilea lleg¨® a convertirse -insisten los organizadores de ahora- en una aut¨¦ntica Ciudad-Picasso?. No tard¨® en divulgarse la noticia y, con ella, el ejemp lo y est¨ªmulo ajenos, sin que desde aqu¨¦ll¨ªa fecha hayan dejado de producirse valiosas donaciones (la de Maya Sacher fue la primera), hasta reunir en la eventual Ciudad-Picasso un notable conjunto antol¨®gico que honra los desvelos de aqu¨¦lla y da fiel testimonio de ¨¦ste. No hay desmesura en lo de la complacencia colectiva.. Puedo asegurar que las gentes de Basilea, acuden a esta exposici¨®n monogr¨¢fica como a algo muy suyo.
Basilea es por s¨ª misma un gran museo hist¨®rico (all¨ª, el aula en que explic¨® Nietzsche y la casa en que muriera Erasmo) que alberga otro espec¨ªficamente destinado al arte, sin discriminaci¨®n de edades (el viejo Holbein comparte su estancia con el moderno y nativo Paul Klee) o de tendencias y estilos (Rodin y Chillida disfrutan de un mismo espacio al aire libre), Abierto ahora a la exposici¨®n picassiana, de par en par y sin regateo de medios informativos y did¨¢ct¨ªcos ante la demanda de un acontecimiento cultural en que todos tuvieron arte y parte.
La atenci¨®n popular
En la semana inaugural se pronundiaron tres conferencias. Tan masiva fue la afluencia del p¨²blico, que hubo que habilitar, aprte del aula magna, los grandes patios del museo e instalar en ellos un equipo de televisi¨®n para satisfacer cumplidamente la atenci¨®n popular. Todo un ejemplo de organizaci¨®n, digamos colegiada, y de participaci¨®n colectiva, y todo un contraste con lo que suele montarse, si se monta, en la anodina sacralidad de nuestros museos. Par azar, algo hab¨ªa nuestro en la ejemplaridad de la exposici¨®n: la universalidad del espa?ol Picasso.
Pese a las sinceras advertencias restrictivas de los promotores helv¨¦ticos, la exposici¨®n entra?a un buen compendio selectivo y aleccionador de la actividad de Picasso, desde su llegada a Par¨ªs hasta sus postreras creaciones. Sumamente certera y esclarecedora es la disposici¨®n de la sala destinada al cubismo anal¨ªtico: la obra de Picasso aparece contrastada con la de Braque, para mostrar al vivo esa invencible dificultad, con que to dos hemos topado en los libros de arte, de distinguir las criaturas alumbradas por uno y otro entre 1910 y 1914.
Y ¨²ltima reflexi¨®n: ?hubiera sido tan escandalosa nuestra penuria de obras de Picasso, de haber sometido a votaci¨®n el presupuesto para la adquisici¨®n de una sola, o de no haber tratado como a un proscrito al m¨¢s insigne, posiblemente, y m¨¢s universal, sin duda alguna, de nuestros compatriotas contempor¨¢neos?
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