Una medida acertada
SI EL presidente Arias no hubiera necesitado la iniciativa del Rey para poner a disposici¨®n de ¨¦ste su cargo, podr¨ªa decirse que, aunque tarde, hab¨ªa comprendido cu¨¢l era su verdadero papel a jugar en estos momentos de la vida pol¨ªtica del pa¨ªs.Todos los indicios se?alan que, m¨¢s que un episodio concreto que motivara la decisi¨®n de la marcha de Arias, lo que exist¨ªa era una situaci¨®n ya insostenible. El Gabinete no ten¨ªa cohesi¨®n interna y estaba lleno de incoherencias y de francotiradores en su seno. Vamos, no era un Gobierno, sino un grupo de pol¨ªticos sin una autoridad programadora al frente. Y as¨ª no se puede hacer un cambio constitucional de la envergadura que el que nuestro pa¨ªs tiene que afrontar. El fracaso de la pol¨ªtica Arias resultaba ya exasperante. Se hab¨ªa conseguido malversar de tal manera la reforma, en momentos en los que el solo hecho de pensar en la posibilidad de la ruptura produc¨ªa v¨¦rtigo, que los problemas de la naci¨®n permanec¨ªan pr¨¢cticamente a la deriva. Probablemente la raz¨®n profunda de todo radicaba en que el propio presidente no ten¨ªa, no la tuvo nunca, fe en lo que estaba haciendo.Hay dos datos finales, a nuestro juicio b¨¢sicos, en la historia de lo sucedido y en su desenlace. El primero, la imposibilidad de di¨¢logo que Arias ha tenido con la oposici¨®n, obligando a que fuera el propio Rey quien a t¨ªtulo personal tuviera que iniciar algunos contactos con personalidades relevantes de ella. El otro punto es la econom¨ªa, tema por el que el presidente parece haber sentido verdadera alergia. La incapacidad mostrada para controlar la inflaci¨®n, el aumento alarmante del paro, el estancamiento de las inversiones, la impresi¨®n de alegr¨ªa econ¨®mica que el Gobierno daba, estaban poniendo a este pa¨ªs al borde del abismo y amenazaban con hacer peligrar seriamente los proyectos de reforma pol¨ªtica tan deseados. La democracia necesita una paz social estable y un acuerdo nacional sobre las soluciones econ¨®micas. Necesita sobre todo realismo, y este pa¨ªs tiene que apretarse el cintur¨®n. Todo lo contrario de lo que se estaba haciendo.
Pero al final no es el pasado lo que importa, sino el futuro. ?Qui¨¦n habr¨¢ de ser presidente de Gobierno? La rapidez con que se ha producido el cese de Arias hace suponer que la soluci¨®n de recambio tiene que estar prevista. Y es obvio se?alar que el presidente nuevo ha de tener precisamente las virtudes pol¨ªticas de las que carec¨ªa el anterior. La primera de todas, la autoridad y la credibilidad necesarias para llevar adelante el proceso de cambio democr¨¢tico. Son muchos los que se?alan, en este aspecto, que podr¨ªa ser un militar el adecuado para pilotar la nave en momentos tan confusos como el que vivimos. Si es as¨ª, cabe suponer que ser¨ªa un militar no partidario en pol¨ªtica y prestigiado en su profesi¨®n.Pero si como otros muchos suponen -y parece m¨¢s l¨®gico-, ser¨¢ un civil el que se haga cargo del poder, en cualquier caso eso no ha de variar en mucho las caracter¨ªsticas que debe reunir. Se necesita un presidente con autoridad y visi¨®n clara de futuro, con capacidad de di¨¢logo con todos los sectores del pa¨ªs y con la energ¨ªa suficiente para llevar adelante el programa pol¨ªtico y el programa econ¨®mico que el pueblo espa?ol necesita. En una palabra, un presidente que mande y no se sienta prisionero de los cantos del pasado, de los intereses de parte, del miedo o de la ignorancia.
Y algo m¨¢s para terminar. Algo que pensamos debe ser dicho con toda claridad y sencillez. Lo sucedido este jueves de julio pone de relieve la capacidad de decisi¨®n de don Juan Carlos, su seguridad adquirida al frente del Estado, su voluntad decidida de ser Rey de todos los espa?oles y su convencimiento de que un proceso como el que el pa¨ªs vive ha de jugar un papel de primera trascendencia en el arbitraje de las soluciones b¨¢sicas que estamos necesitand¨®. La Monarqu¨ªa como instituci¨®n y la figura personal del Rey se han visto as¨ª, una vez m¨¢s, reforzadas con una medida pol¨ªtica de primera magnitud tomada con decisi¨®n, con acierto y, como hacen los buenos estrategas, hasta con sorpresa.
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