La construcci¨®n de Europa pasa por los Partidos pol¨ªticos
A la hora de regular la actividad de los partidos pol¨ªticos espa?oles existe una gran preocupaci¨®n por lo que consideran excesiva dependencia del exterior de las fuerzas pol¨ªticas, singularmente de la oposici¨®n, y muy particularmente de los partidos comunistas. ?Es realista esa manera de pensar cuando Espa?a intenta organizar una democracia inorg¨¢nica y, si es posible, homologable a Europa?
El ¨¢rea pol¨ªtica con la que Espa?a quiere homologarse mantiene con normalidad las relaciones entre partidos pol¨ªticos afines de los diferentes pa¨ªses. Naturalmente que todos ellos responden a sus respectivos intereses, pero probablemente los grupos espa?oles no les van a la zaga en ello. Si el sistema elegido es el europeo, cabe pensar en que conviene ser consecuentes.Precisamente en estos d¨ªas se ha difundido en Espa?a la noticia de que existe ya un acuerdo concreto para la elecci¨®n del Parlamento Europeo por sufragio universal, en el a?o 1978. El espa?ol, que todav¨ªa no ha disfrutado de dicho sufragio ni para elegir un Parlamento nacional, ha de acoger con l¨®gica lejan¨ªa esas noticias sobre un Parlamento supranacional. Pero si nuestro pa¨ªs se preocupa por Europa, no es f¨¢cil que pueda olvidar c¨®mo funcionan y c¨®mo van a funcionar sus instituciones. Y en este sentido cabe decir que una admisi¨®n de nuestro pa¨ªs en las estructuras comunitarias puede conllevar la participaci¨®n en las reuniones de los jefes de Estado y de Gobierno que constituyen el llamado Consejo de Europa, y -?por qu¨¦ no?- en las elecciones a un Parlamento europeo por sufragio universal.
Ser¨ªa casi imposible la participaci¨®n de Espa?a en las elecciones europeas de 1978, pero no es improbable que lo haga en la pr¨®xima convocatoria, si para entonces no ha ocurrido una cat¨¢strofe que eche por tierra todas las previsiones democr¨¢ticas. Un grupo pol¨ªtico espa?ol, Reforma Democr¨¢tica -el cual reconoce como l¨ªder al se?or Fraga Iribarne-, ha mostrado ya su postura favorable a Ias elecciones directas para el Parlamento europeo y su deseo de que la evoluci¨®n pol¨ªtica espa?ola permita, en plazo breve, la participaci¨®n de nuestro pa¨ªs en ese proceso de integraci¨®n.
Las elecciones de 1978 van a efectuarse en cada pa¨ªs seg¨²n los respectivos sistemas nacionales; sin embargo, los parlamentarios elegidos de esa forma no van a tener una legitimaci¨®n exclusivamente nacional, sino que representar¨¢n a los pueblos a trav¨¦s de los partidos pol¨ªticos.
Los partidos, ¨²nica manera en que los europeos saben hacer pol¨ªtica, van a constituirse en un instrumento decisivo de lo que el presidente de la Comisi¨®n europea, se?or Ortofi, ha descrito corno el paso de la primera fase de la construcci¨®n europea, a la fase preparatoria del establecimiento de una verdadera Europa. Es m¨¢s: estas elecciones -que tanto esfuerzo est¨¢ costando organizar, dicho sea de paso- se consideran el contrapunto al excesivo tecnocratismo -en que estaba incurriendo la Comunidad Europea.
Para las elecciones de 1978, los socialistas -el grupo m¨¢s numeroso del actual Parlamento- procurar¨¢n un funcionamiento conjunto, pese a los problemas que se advierten entre los partidos que se consideran verdaderamente socialistas y los que no pasan de la socialdemocracia. Los liberales llegaron ya a un compromiso -el acuerdo de Stuttgart, suscrito por diecis¨¦is partidos- para preparar conjuntamente esas elecciones, y lo mismo han hecho los democristianos, hace s¨®lo unos d¨ªas, bajo la denominaci¨®n, no confesional y m¨¢s populista, del Partido Popular Europeo. No son de esperar grandes dificultades para el funcionamiento conjunto de los comunistas, integrados en lo que suele denominarse eurocomunismo, ni tampoco -en el otro extremo- de los conservadores, ni del grupo de los dem¨®cratas europeos para el progreso (con mayor¨ªa gaullista francesa).
La democracia europea pasa, por consiguiente, por el tamiz de las grandes formaciones pol¨ªticas que, lejos de considerarse montajes m¨¢s o menos impuestos a los respectivos pa¨ªses, representan las grandes fuerzas sociol¨®gicas de los mismos desde el punto de vista de la expresi¨®n pol¨ªtica. Nada les impide llegar a un cierto grado de colaboraci¨®n por encima de las fronteras nacionales, despu¨¦s de haber sido instrumentos de la construcci¨®n de la democracia en sus respectivos pa¨ªses.
Estas realidades contrastan poderosamente con la situaci¨®n espa?ola. Aqu¨ª todav¨ªa no existen legalmente los partidos, ni se ha votado por sufragio universal un Parlamento nacional, ni se admite la colaboraci¨®n internacional entre los partidos pol¨ªticos; o al menos, ¨¦se es el intento de algunos. Sin pensar todav¨ªa en elecciones a escala europea, cabe observar en la regulaci¨®n espa?ola varias medidas cautelares a las relaciones con partidos extranjeros, desde las de car¨¢cter econ¨®mico (prohibici¨®n de fondos del extranjero) hasta f¨®rmulas m¨¢s o menos cabal¨ªsticas contra la presunta intervenci¨®n de las Internacionales.
Sin embargo, los contactos pol¨ªticos existen y probablemente se acrecentar¨¢n en el futuro. La oposici¨®n ha conectado hace tiempo con sus respectivos hom¨®logos democristianos, socialistas y comunistas. Los liberales mantienen tambi¨¦n diferentes contactos. El centro-derecha y la derecha no bunkeriana han recibido igualmente visitas de miembros de los grupos conservador y dem¨®cratas europeos del progreso. Es decir, los canales existen, aunque todav¨ªa muy en embri¨®n.
Cabe, por ello, preguntarse cu¨¢l es el grado de realismo de disposiciones legales que traten de limitar o prohibir las relaciones con partidos pol¨ªticos de otros pa¨ªses. Si esas disposiciones prosperan, va a ser dif¨ªcil que pueda funcionar con normalidad un sistema democr¨¢tico de corte europeo. No porque esto sea la piedra de toque de la democracia, sino un ¨ªndice m¨¢s de la actuaci¨®n de las fuerzas que tratan de oponerse, precisamente, a la normalizaci¨®n democr¨¢tica.
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