Erotismo y libertad
?Libertad para el erotismo? Una noticia reciente sobre las amenazas hechas por ?comandos morales? a quiosqueros de Madrid para que dejen de exponer revistas consideradas pornogr¨¢ficas, plantea de nuevo la alternativa t¨ªpica de todos los pa¨ªses que tienen o intentan tener una prensa libre. Dado que la aut¨¦ntica libertad termina cuando empieza a conculcarse la libertad ajena, ?hasta qu¨¦ punto puede una publicaci¨®n exponer algo que ofenda el gusto de los paseantes?En algunos taxis de Nueva York y siguiendo la campa?a anti tabaco que est¨¢ intensific¨¢ndose en EEUU han puesto el siguiente letrero: ?su derecho a fumar termina donde empieza mi olfato?; en t¨¦rminos parecidos parecen expresarse los enemigos del erotismo callejero, La libertad de estampar termina donde alcanzan mis ojos o de los de mis hijos.
Pero ?cuando ocurre eso? ?En qu¨¦ espacio de la epidermis de una dama empieza la portada de una revista, el cartel de una pel¨ªcula, a herir los sentimientos ajenos? ?D¨®nde est¨¢ el baremo, la vara de medir, el sistema decimal que permita al legislador asegurar cuando empieza el desnudo a ser ilegal por pornogr¨¢fico? ?De qu¨¦ depende? Si los hombres son diferentes en apariencia lo son mucho m¨¢s en capacidad er¨®tica. Lo que perturba a diez deja indiferente al onceno.
Puede la libertad de ¨¦ste cercenarse porque a los dem¨¢s ofenda la presencia de unas carnes o el gesto de la modelo?
?Ofende o excita? Cuando Manuel Falc¨®n era director de ?Semana? guardaba debajo del cristal de la mesa de su despacho algunos dibujos impublicados porque hab¨ªan ca¨ªdo bajo el l¨¢piz rojo de la censura. Entre ellos recuerdo el anuncio de un b¨¢lsamo para ni?os mostrando las rollizas carnes de uno que no tendr¨ªa m¨¢s de seis o siete meses. Tachado. ?Qu¨¦ extra?a sensualidad tendr¨ªa el hombre que fue capaz de considerar aquello peligroso o perverso? No hace falta ser psiquiatra para deducir que el censor, al prohibir aquel dibujo, hab¨ªa intentado defender a los dem¨¢s de un impulso morboso surgido en ¨¦l mismo.
Es un caso extremo, no hay duda. Pero en t¨¦rminos generales resulta dif¨ªcil que unos hombres impidan a otros que vean algo que -seg¨²n ellos- puede da?arles ?Qui¨¦nes son? ?Con qu¨¦ derecho se consideran capaces de decidir sobre las reacciones de los dem¨¢s?
En la anta?o puritana tierra de los Estados Unidos se plante¨® este problema de la Libertad frente a la Moral p¨²blica en cuanto empez¨® la escalada de las publicaciones sexuales, escalada iniciada por cierto mucho m¨¢s tarde que en Europa pero que en el d¨ªa de hoy, ha llegado a la altura -si se puede llamar altura- de cualquier pa¨ªs escandinavo. La lucha entre editores y productores de cine contra los moralistas lleg¨® al Tribunal Supremo y ¨¦ste promulg¨® una sentencia m¨¢s o menos salom¨®nica. En pel¨ªculas y libros ser¨ªa considerado obsceno s¨®lo aquello que lo fuera de acuerdo con el ?standard? de moral p¨²blica en cada localidad.
Los liberales se indignaron haciendo notar que la misi¨®n de decidir cual era ese ?standard? se lo atribu¨ªan unos comit¨¦s de ?seniors?... lo que aqu¨ª llamamos ?fuerzas vivas? y que, en general, est¨¢n m¨¢s bien, muertas. La juventud, los universitarios, los artistas, los profesores, quedaban totalmente al margen de una decisi¨®n que sin embargo les ata?¨ªa directamente. Y reafirmaron la necesidad de permitir a cualquier adulto el leer o ver lo que le apeteciera de acuerdo con el propio gusto y la propia conciencia. As¨ª sigue vigente la pol¨¦mica, all¨ª y aqu¨ª.
Mi impresi¨®n personal es que esa llam¨¦mosle oleada de t¨ªmido erotismo que invade los quioscos espa?oles -les llamo t¨ªmido en relaci¨®n con lo que se ve en otras latitudes donde he vivido durante quince a?os- es un sarampi¨®n que pasar¨¢ como ha pasado en aquellos lugares. Al espa?ol de hoy se le encandilan los ojos pensando en la Francia de ?Enmanuelle? pero ?Enmanuelle? es una obra monjil en relaci¨®n con las que podr¨ªa ver el franc¨¦s en Suecia donde ?vale todo?. ?Y el final d¨®nde est¨¢? Cercano. En Dinamarca se decret¨® hace unos a?os la libertad completa en ese campo. En las primeras semanas los daneses se precipitaron a comprar las audaces revistas y a guardar cola en los cines. Hoy en esas tiendas y en esos locales s¨®lo entran extranjeros y lo mismo se repetir¨¢ en cada uno de los paises que haga la experiencia. El acto amoroso tiene unos l¨ªmites marcados por la naturaleza. Por mucha fantas¨ªa que se le eche -y se le echa en cantidad- las variantes son tan pocas como las situaciones teatrales de las que se asegura que no hay m¨¢s que treinta y dos en la historia de la literatura mundial. Si a pesar de ello, la gente sigue yendo al teatro es, porque tras el repetido asunto, est¨¢ otro autor d¨¢ndole un toque personal y nuevo. Por ello el amor f¨ªsico no acabar¨¢ nunca, porque para el hombre ser¨¢ siempre distinto el jugar en ¨¦l su propio yo. El literario en cambio, al ser s¨®lo de papel o de celuloide, necesita de una mayor imaginaci¨®n para golpear la sensibilidad del espectador. Tras las mil posibilidades ?normales? llegan el fetichismo, el sadismo, el masoquismo, el bestialismo... El ??tiene usted algo en peces?? del se?or ?blas¨¦? a la due?a del burdel tras oir el cat¨¢logo de. placeres ofrecido, guarda m¨¢s miga de lo que parece. Porque al final de ese tortuoso corredor sexual no hay m¨¢s que una lisa y aburrida pared de la que no puede pasarse. Al topar con ella los ¨¢vidos buscadores de emociones regresan una vez y otra cabizbajos y acaban llenando los cines para ver lo contrario. As¨ª surgi¨®, en plena ola pornogr¨¢fica, el impresionante suceso de ?Love Story? blandengue, sentimental, pura, sin un solo desnudo.
?Pero Espa?a es diferente? No me lo diga a m¨ª que fui quien invent¨® este ?slogan?. En Espa?a, se?or defensor de la moral p¨²blica. hay tantos espa?oles como reacciones; el impacto de un cuerpo desnudo o de una pareja entrelazada es muy distinto en quien ha viajado un poco que en quien no se ha movido de Pe?aranda, en un joven recientemente abocado al descubrimiento sexual, esa escena tiene mayor atractivo que en el anciano que no est¨¢ ya para estas bromas. Y no esj usto que sea ¨¦ste el que decida que el otro no puede catar un manjar, s¨®lo porque a ¨¦l se le han ca¨ªdo los dientes. Toda coacci¨®n en el terreno de la moral p¨²blica tiene param¨ª el mismo va lor que el referido a la pol¨ªtica. Yo puedo no comprar una revista del Partido X, pero no quiero que na-
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Erotismo y libertad
Viene de la p¨¢gina 6quiero que nadie la prohiba leer a mi vecino. (Por otra parte y eso sucede igual con el erotismo, si se la prohiben le apetecer¨¢ m¨¢s).
Sin embargo hay un punto en que los tradicionales podr¨ªan tener parte de raz¨®n; el mismo al que alud¨ªa al principio de este art¨ªculo. ?El erotismo al invadir la calle invade tambi¨¦n mi vida privada, porque la calle es mi casa, el lugar habitual por donde paso todos los d¨ªas. Se me prohibe forzar mi moralidad en los dem¨¢s pero ellos fuerzan su inmoralidad en mi o en mi familia porque es f¨ªsicamente imposible, ir por una acera sin que los ojos se detengan en la portada de una revista que me repugna. A la libertad de los dem¨¢s de ver opongo mi libertad de no ver?.
El alegato me parece digno de atenci¨®n; creo que he encontrado el remedio a esa situaci¨®n conflictiva, asombrosamente. en el Uruguay de hoy. Una dictura militar de signo derechista que ?rara avis? en este caso no est¨¢ unido al conservadurismo moral y de la misma forma que el divorcio sigue vigente con el ej¨¦rcito en el poder, se mantiene una gran libertad en lo que se refiere a lo que la gente pueda ver o leer, siempre naturalmente que que no sea de pol¨ªtica y con una salvedad interesante y oportuna. Los quioscos, por ejemplo, no exhiben el ?Playboy?. Los quioscos se limitan a advertir: ?Aqu¨ª se vende el ?Playboy? y quien lo quiera no tiene m¨¢s que pedirlo, pagarlo y llev¨¢rselo. Igualmente en los cines se prohibe tajantemente la exhibici¨®n de escenas fotogr¨¢ficas en el exterior cuando se trata de una cinta de color subido, pero cualquier adulto puede entrar a verla sin m¨¢s tr¨¢mite que el precio que abona en taquilla.
Creo que es la mejor, quiz¨¢ la ¨²nica salida respetuosa para todos los pareceres a un dilema tan viejo como el mundo entre quienes se empe?an en ?salvar? el alma ajena y quienes siguen dispuestos a perderla a las primeras de cambio
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