Iglesia-Estado: temas pendientes
LA FIRMA del acuerdo entre la Santa Sede y el Estado espa?ol por el que, respectivamente, se renuncia a los privilegios de fuero y de presentaci¨®n, constituye un primer paso, tard¨ªo, pero positivo, hacia la normalizaci¨®n de unas relaciones de excesiva identidad anta?o y particularmente conflictivas en los ¨²ltimos tiempos. Supone tambi¨¦n sentar las bases iniciales de una concepci¨®n moderna de las relaciones Iglesia-Estado, adecuada a la coyuntura hist¨®rica que vivimos.La configuraci¨®n democr¨¢tica de la instituci¨®n estatal responde en esta materia al conocido postulado de una Iglesia libre en un Estado libre. Para merecer semejante calificativo, este ¨²ltimo ha de ser laico o aconfesional, es decir, no estar sujeto por lazo religioso alguno que le imponga obligaciones espec¨ªficas discriminatorias para otros credos; y aqu¨¦lla ha de quedar liberada de toda atadura o enfeudamiento en relaci¨®n con los poderes p¨²blicos. Tal es, sin duda, el esp¨ªritu de principio que preside el acuerdo recientemente firmado.
Pero resulta necesario continuar avanzando por este camino. El Concordato de 1953, absolutamente anacr¨®nico, permanece vigente, excepci¨®n hecha de los privilegios cuya renuncia se acaban de convenir. Son muchos los temas pendientes que exigen una, pronta resoluci¨®n. Entre ellos hay tres de considerable repercusi¨®n en la vida p¨²blica y de tratamiento nada f¨¢cil, que la mayor¨ªa de los Estados democr¨¢ticos solucionaron -a veces con crisis pol¨ªticas agudas- hace ya varios lustros. Nos referimos al divorcio y otras leyes referentes a la familia, a la educaci¨®n y a la ayuda econ¨®mica que el Estado presta a la Iglesia con cargo al presupuesto nacional. Son, evidentemente, tres cuestiones susceptibles de politizaci¨®n y con virtualidad para engendrar serias tensiones.
No se trata, en estas l¨ªneas, de ofrecer soluciones a cada uno de los problemas enunciados. El principio inspirador para su enfoque, en todo caso, no puede ser otro que el de la libertad de cada ciudadano ejercida en el marco de las leyes que vote y apruebe un Parlamento elegido por sufragio universal.
Estamos en condiciones de resolver pac¨ªficamente y sin traumas esas y otras cuestiones que, indebidamente politizadas, de una u otra parte, pueden originar tensiones innecesarias y evitables. El Estado aconfesional es un rasgo de nuestra ¨¦poca. El tiempo apremia para que sea una realidad entre nosotros.
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