Los nuevos mercenarios
Los mercenarios, los soldados de fortuna, desde el Renacimiento a hoy, siempre han tenido buena prensa citando no buena literatura. Si sus benefactores luchaban por razones econ¨®micas m¨¢s o menos veladas, ellos lo hac¨ªan por motivos claramente cremat¨ªsticos. Eran los profesionales de la guerra ; h¨¢biles, competentes y, puesto que se daban al mejor postor, hasta cierto punto independientes. El paso del tiempo, como se sabe, mud¨® el signo de las guerras, borrando a sus protagonistas tradicionales y dando paso a un nuevo tipo de mercenarios que bajo la apariencia y nombre de agregados, asesores, t¨¦cnicos o agentes, en la retaguardia o en el frente, continuaron haciendo buena la filosof¨ªa militar de Maquiavelo: ?Si el fraude es odioso en todo negocio, es digno de elogios y glorioso en las operaciones militares?. Lo que dicho m¨¢s llanamente viene a significar aquello de que ?en la guerra y en el amor, todo vale?.El soldado de fortuna, seg¨²n nos cuenta la prensa cada d¨ªa, sigue existiendo, contin¨²a siendo reclutado, pagado, utilizado y temido, pagando a veces con su vida el precio de una profesi¨®n tan antigua como el hombre, m¨¢s hoy, la literatura de aventuras que nos llega a trav¨¦s del cine o la televisi¨®n, se nutre m¨¢s de los famosos agentes especiales. Si a ¨¦stos se les a?ade un c¨®digo particular de amistad, si se descarga sus culpas sobre las vagas espaldas de las fuerzas ocultas que les contratan, la operaci¨®n de dar a luz una nueva generaci¨®n de h¨¦roes puede llevarse a cabo felizmente.
Arist¨®cratas del crimen
Gui¨®n de Marc Norman y Stirling Silliphant, basado en la novela de Robert Rostand. Direcci¨®n, Sam Peckinpah. Int¨¦rpretes: James Caan, Robert Duvall. Aventuras. USA. 1975. Local de estreno: Real Cinema
La violencia viene a resultar as¨ª dulcificada, justificada, mitificada ante lo inevitable y ante la perfecci¨®n o la sabidur¨ªa con que se lleva a cabo, razones a que debe aludir el t¨ªtulo original de la pel¨ªcula.
Es claro que tal relato y moraleja no pod¨ªan pasar desapercibidos para Sam Peckinpah, ap¨®stol agresivo, habitual en nuestras pantallas; lo malo es que esta agresividad, una vez desatada, acaba por devorar a sus protagonistas como en la misma vida. As¨ª, si en sus pel¨ªculas anteriores, los personajes a¨²n se manten¨ªan en pie, entre r¨¢fagas de disparos y chorros de hemoglobina, en esta ocasi¨®n, van y vienen a lo largo de una serie de golpe de mano m¨¢s o menos inveros¨ªmiles, entre premiosas conversaciones y preparativos que explican lo que luego en la acci¨®n s¨®lo tiene una importancia relativa. La famosa violencia es aqu¨ª sobre todo de quir¨®fano y el duelo a muerte entre agentes, trasposici¨®n de otros duelos similares. Buenos y malos se reparten victorias y derrotas, dialogan sobre moral pol¨ªtica de un modo bastante elemental y explican con hechos y palabras, a un p¨²blico mayor de dieciocho a?os que arma resulta m¨¢s adecuada para matar al pr¨®jimo, con m¨¢ximas probabilidades de eficacia.
Se dir¨¢ que se trata de violencia interior. Puede ser. Quiz¨¢s, despu¨¦s de todo y a pesar de tantas justificaciones, en el fondo de todas estas matanzas simuladas, s¨®lo exista una cierta pasi¨®n por el crimen gratuito que, interpretaciones aparte, es la consecuencia m¨¢s clara de un mundo absurdo de hoy, disputado sin tregua y sin sentido.
Babelia
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