Pol¨ªtica y deportes
El se?or Pelayo Ros se ha tra¨ªdo de Montreal el prop¨®sito de reestructurar todo el deporte espa?ol. Realmente, sin embargo, no era necesario hacer el viaje para regresar con tales alforjas.El fracaso -ol¨ªmpico ha decepcionado a la afici¨®n espa?ola. Pero ¨¦sa no es tampoco una noticia que carezca de precedentes. Son muchos, en nuestro pa¨ªs, los que todav¨ªa no comprenden c¨®mo naciones llegadas recientemente a la convivencia mundial o pueblos peque?os integrados en la categor¨ªa hegeliana de aquellos ?que no tienen historia?, pueden adelant¨¢rsenos en el palmar¨¦s mundial. Tengo mis dudas, pese a todo, de que sea la peor enfermedad que los f¨¢rmacos que se nos quieren recetar para curarnos de sus males.
Toda la historia del franquismo ha constituido un est¨²pido, intento de politizar el deporte. Desde el gol de Zarra contra ?la p¨¦rfida Albi¨®n? en Maracan¨¢, al de Marcelino en Chamart¨ªn contra los rusos, la historia del r¨¦gimen tiene una cr¨®nica sentimental en paralelo en la que est¨¢n escritas las grandes efusiones del triunfalismo local. Ya s¨®lo hubiera faltado que el totalitarismo de la propaganda hubiera sido capaz de construir toda una organizaci¨®n totalitaria de la sociedad para conseguir mayores triunfos deportivos que' consagraran el respeto mundial que el sistema pol¨ªtico espa?ol merec¨ªa a ojos de sus fundadores.
Las olimp¨ªadas de Montreal han supuesto un triunfo para los pa¨ªses comunistas. Su cosecha de medallas ha sido apote¨®sica si se la compara con la parte de bot¨ªn que ha correspondido a las democracias, a los pa¨ªses tercermundistas, a las autocracias y dem¨¢s subfen¨®menos del mapa pol¨ªtico. Si alguien pretende que ello sea un refrendo del comunismo sobre la democracia occidental, all¨¢ ¨¦l con sus demonios familiares. La verdad es que lo ¨²nico que las olimp¨ªadas ponen en claro, en todo caso, es que la organizaci¨®n totalitaria de la sociedad es la m¨¢s adecuada para practicar una concepci¨®n del deporte que se ha de ventilar en una confrontaci¨®n -que, a su vez es totalitar¨ªa, chovinista, nacionalista y esp¨²rea.
Pienso, por consiguiente, que no se trata tanto de imitar modelos como de auspiciar f¨®rmulas superadoras que permitan otra econom¨ªa pol¨ªtica y social del fen¨®meno deportivo. Un rev¨¦s internacional, por todo ello, no crea las condiciones de serenidad necesarias para colocar el problema en su exacto lugar. ,Una pol¨ªtica deportiva que se limitara a sustituir los fracasos por ¨¦xitos, halagar¨ªa la vena xen¨®foba o nacionalista de un sector de la parroquia. Pero est¨¢ por ver que esto sea lo que el deporte espa?ol requiere.
Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa se queja todas las noches de que el deporte dependa de la Secretar¨ªa General del Movimiento. No es ¨¦sta, desde luego, una colocaci¨®n m¨ªnimamente racional ni presentable. El deporte no puede ser una presa de adoctrinamiento fascista ni una pieza de control social en manos de ideolog¨ªas no democr¨¢ticas. Su actual organizaci¨®n administrativa es un buen ejemplo de que los de origen ni siquiera han podido ser disimulados con el paso de los a?os. Pero no es tan s¨®lo una cuesti¨®n de estructuras. La pauta correcta tiene que darla la sociedad. Y es
contradictorio que en un momento en el que se aspira a
la democracia se siga cayendo en el error de plantear el tema deportivo como una panacea para curar las heridas del orgullo nacional.
Le temo mucho a la posibilidad de que despu¨¦s de haber politizado el deporte en una determinada direcci¨®n ahora, pese a las exigencias de los nuevos tiempos, las correcciones de rumbo no equivalgan a un viraje radical, sino a tratar de hacer posible lo que antes no lo fue. Ser¨ªa una pena que la reestructuraci¨®n del deporte espa?ol no tuviera otros horizontes que colmar la sed de medallas de todos aquellos que quieren hacer de las olimp¨ªadas la revancha de todas las batallas diplom¨¢ticas y militares que hemos perdido, en los tres ¨²ltimos siglos.
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