"Fanny Hill: memorias de una mujer galante"
-Pregunta (del fiscal Quel). -Can¨®nigo, ?ha le¨ªdo usted, Memorias de una mujer galante?
Respuesta.-S¨ª, se?or. La le¨ª anoche con cierto detalle, Y como resultado de ello he modificado un tanto mis puntos de vista; es decir, no encontr¨¦ en ella lo que yo esperaba encontrar, pero la del anoche hasta las cuatro de la ma?ana.
Pregunta.-?Tiene usted una opini¨®n sobre si el libro responde en general a las normas de la comunidad? Responda ¨²nicamente s¨ª o no.
Respuesta-S¨ª.
Despu¨¦s seguir¨ªa un turbulento encuentro entre el juez, el abogado defensor y el fiscal. El primer y m¨¢s importante testigo de la acusaci¨®n hab¨ªa fallado estrepitosamente. El reverendo can¨®nigo Van Meter fue interrogado por el abogado Rembar:
-Doctor Van Meter, acaba usted de afirmar que, despu¨¦s de leer el libro, su opini¨®n sobre ¨¦l cambi¨® un tanto. ?Tendr¨ªa usted la bondad de ampliar su declaraci¨®n al respecto?
-Pues bien, yo hab¨ªa ojeado el libro en forma por dem¨¢s apresurada. Lleg¨® a mis manos ayer a las 10.15 de la ma?ana..., yo esperaba encontrar una obra un tanto diferente... una cosa excitante o algo por el estilo, y examin¨¦ aquellos pasajes que a primera vista parec¨ªan ser bastante escandalosos. Entonces le¨ª la obra en su totalidad, y al final me form¨¦ una opini¨®n totalmente diferente.
Qu¨¦ opini¨®n se form¨® despu¨¦s de leer la novela?
-Me form¨¦ la opini¨®n de que ¨¦sta era una obra seria, que en ella hab¨ªa cierta consideraci¨®n seria de trama y desarrollo de personajes; que encerraba cierta importancia sociol¨®gica para todo aquel que se interese por este per¨ªodo hist¨®rico.
En un intento a la desesperada el fiscal Quel hizo una ¨²ltima pregunta al reverendo.
-Bien, pero en lo que respecta a nuestra ¨¦poca, ?qu¨¦ opini¨®n tiene usted del libro?
-Pienso que en lo cualitativo no var¨ªa mucho de una buena parte de la literatura que actualmente se encuentra en venta.
El intento del fiscal para que Fanny Hill fuera declarada dama de bajo linaje y ?notoriamente ofensiva a las normas vigentes de moralidad? no dio ning¨²n resultado. As¨ª, en 1963, en la ciudad de Nueva York, se absolvi¨® a la editorial G. P. Putnam's Sons y se aprob¨® la publicaci¨®n de Fany Hill: Memorias de una mujer galante. El juez Klein declar¨®:
?Si las normas de la comunidad han de ser medidas por lo que se permite leer en sus peri¨®dicos, entonces las experiencias de Fanny Hill sostienen muy poco que aventaje lo que la comunidad ha encontrado ya en las primeras planas de muchos de sus diarios al informar sobre el reciente asunto Profumo y otros casos sensacionales en que el sexo jug¨® un papel preponderante.? (Hoy podr¨ªamos hablar del esc¨¢ndalo sexual del Capitotolio.)
?Si las normas han de medirse de acuerdo con lo que al p¨²blico se le ha permitido ver ¨²ltimamente en las llamadas pel¨ªculas art¨ªsticas del extranjero y tambi¨¦n, a qu¨¦ dudarlo, en no pocos de nuestros propios productos f¨ªlmicos, entonces podr¨¢ apreciarse con id¨¦ntica claridad que las Memorias no violentan en lo m¨¢s m¨ªnimo dichas normas...?
?Si bien es cierto que la historia de Fanny Hill indudablemente jam¨¢s reemplazar¨¢ a La Caperucita Roja como cuento infantil, tambi¨¦n es igualmente posible que si Fanny fuese trasladada de su ambiente georgiano de mediados del siglo XVIII a nuestra actual sociedad, es de concebir que bien podr¨ªa encontrarse con muchas cosas que la har¨ªan enrojecer.?
Y con este juicio al que hab¨ªan sido citados como testigos -?paladines de la bella acusada?- media docena de las m¨¢s importantes personalidades literarias, Fanny Hill pas¨® a ser una leg¨ªtima dama literaria.
Escrita en una c¨¢rcel para deudores
La escandalosa trayectoria de Fanny -alta y pelirroja moza de Liverpool de altos pechos y atrayentes tobillos- comenz¨® en 1749, cuando la corona inglesa extendi¨®, a instancias de los obispos de la localidad, una orden oficial de arresto contra todos aquellos que estuvieran relacionados con el libro. Inmediatamente, su autor, John Cleland -exc¨¦ntrico literato y vagabundo de parentescos aristocr¨¢ticos, que concibi¨® la novela en 1748 en una c¨¢rcel para deudores y la arroj¨® al mundo por treinta guineas-, envi¨® una carta a la oficina del secretario de Estado para intentar escapar de la acci¨®n legal negando ser el padre leg¨ªtimo de Fanny. ?El plan de la primera parte me fue dado por un joven caballero... hace m¨¢s de dieciocho a?os, en una ocasi¨®n que no viene al caso detallar en esta oportunidad. Jam¨¢s son¨¦ en preparar dicho material con fines de darlo a la imprenta, hasta mucho tiempo despu¨¦s, en que, encontr¨¢ndome en la flota de Su Majestad, en mis horas de ocio, lo modifiqu¨¦, lo enriquec¨ª, le a?ad¨ª, cambi¨¦ pasajes y, en una palabra, lo volv¨ª a moldear.?
A los obispos que hab¨ªan lanzado la primera piedra contra Fanny, Cleland les respond¨ªa con la siguiente pregunta: ??C¨®mo hab¨ªa podido escapar tanto tiempo a la vigilancia de los Guardianes de las Costumbres, cuando lo m¨¢s cierto era que los mismos cl¨¦rigos la compraban m¨¢s, en proporci¨®n, que los miembros de cualquier otra ocupaci¨®n o profesi¨®n?? Con esta misma vena humor¨ªstica, Cleland continuaba diciendo que el episodio de la flagelaci¨®n que aparece en la segunda parte, en el cual se relata c¨®mo Fanny fue obligada a azotar con un l¨¢tigo a un viejo y agotado libertino para contrarrestar su impotencia, ?a quien busqu¨¦ y cac¨¦ en la vida real, utilic¨¦ un personaje de lego en sustituci¨®n de un divino de la Iglesia de Inglaterra, de quien el hecho referido representa, con muy leves variaciones, la verdad sagrada, como podr¨¢, en caso de duda verificarse mediante una investigaci¨®n poco agotadora?.
Por un posible esc¨¢ndalo en las altas esferas o por los argumentos que esgrimi¨® Cleland, lo cierto es que no se dictaron m¨¢s medidas persecutorias. ?No podr¨¢n dar un solo paso encaminado a castigar al autor, que no contribuya poderosamente a la notoriedad de la obra?, manifest¨® el escritor.
La ira del obispo de Londres
Pese a ello el obispo de Londres no s¨®lo enrojeci¨®, sino que ardi¨® en llamas de ira y envi¨® una airada carta al secretario de Estado, exigi¨¦ndole tomar medidas inmediatamente en contra de ?este libro, que es un abierto insulto a la religi¨®n y a las buenas costumbres, y un reproche al honor del Gobierno y a la ley de la naci¨®n?. Una vez m¨¢s se emitieron ¨®rdenes de arresto. pero una vez m¨¢s el caso qued¨® sin llegar a los tribunales, quiz¨¢ por las relaciones familiares que pose¨ªa a John Cleland con el poderoso lord Granville, del Consejo Privado. Cleland no s¨®lo qued¨® impune por segunda vez, sino que fue generosamente castigado a recibir una pensi¨®n de cien libras anuales a cambio de la promesa de comportarse con correcci¨®n y no volver a engendrar a ning¨²n sucesor o sucesora de su querida y galante Fanny.
Cleland intenta conseguir con Fanny Hill: Memorias de una mujer galante -a la que los editores hicieron aparecer en nuevas ediciones, a veces a?adiendo ilustraciones atrevidas e incluso cambiando el texto original, ya de por s¨ª lujurioso- un estilo ?templado con el buen gusto?, evitando toda ?expresi¨®n gruesa, burda y vulgar?, por una parte, y ?met¨¢foras remilgadas y circunloquios afectados?, por otra, Fanny demuestra c¨®mo la trayectoria de una ramera puede conducir a la felicidad.
Cleland sigui¨® siendo un escritor a sueldo -a Fanny la lanz¨® a conocer ?la vida? para poder salir de la c¨¢rcel- por el resto de su larga existencia para terminar sus d¨ªas en Westminster -cuando ya la fama de Fanny se hab¨ªa extendido por toda Europa- como un literato retirado de modestos recursos. Sus fervientes admiradores se cuentan por millares, como el enciclopedista franc¨¦s Diderot, cuyas ideas contribuyeron a preparar el camino tanto para la Revoluci¨®n francesa como para la norteamericana. Por ejemplo, la edici¨®n de las Memorias que hoy se encuentra en la Biblioteca P¨²blica de Nueva York, perteneci¨® en su tiempo a Samuel J. Tilden, destacado gobernador reformista y candidato a la Presidencia por el Partido Dem¨®crata en 1876. Fanny viaj¨® en la mochila de cuantos soldados iban al frente y con sus amorosas cartas muchos editores del mundo se hicieron ricos. En franc¨¦s, Fanny se convirti¨® en La fille de joie; en alem¨¢n, en Das Frauenzimmer von Vergniigen; en italiano, en La Meretrice Inglese.
Ediciones clandestinas en castellano
La primera traducci¨®n en castellano de las memorias de la libertina Fanny tiene como pie de imprenta: Madrid, Editorial Escorial, s. f. (hacia 1966, seg¨²n todos los datos). Esta edici¨®n clandestina carece de nombre de traductor y da como domicilio madrile?o una direcci¨®n inexistente. Bibliogr¨¢ficamente puede decirse que fue impresa en un pa¨ªs latinoamericano, quiz¨¢ M¨¦xico, y la traducci¨®n es bastante deficiente. La segunda impresi¨®n, Memorias de Fanny Hill, apareci¨® publicada por la Editorial Epoca, de M¨¦xico, y en 1975 iba por la tercera edici¨®n. No ten¨ªa nombre de traductor y esta versi¨®n adolece de defectos sint¨¢cticos y sobre todo carece del sabor original neocl¨¢sico. Una tercera impresi¨®n, seg¨²n fuentes bibliogr¨¢ficas, habr¨ªa sido realizada por Editorial Grijalbo.
El 11 de mayo la editorial Akal presentaba a dep¨®sito previo seis ejemplares de Fanny Hill: Memorias de una mujer galante, en versi¨®n de Frank Lane, y pocos d¨ªas m¨¢s tarde, cuando la edici¨®n todav¨ªa no hab¨ªa sido tirada, es secuestrada por funcionarios policiales y es abierto expediente. El 8 de julio se procesa al editor Ram¨®n Akal, exigi¨¦ndole medio mill¨®n de pesetas en concepto de fianza.
A las obras presentadas por el letrado Juan Aguirre, en el recurso contra el procesamiento -Carta de un cornudo a otro, El siglo del cuerno, Gracias y desgracias del ojo del culo, La Celestina- se podr¨ªan a?adir otros ejemplos de las obras er¨®ticas, por llamarlas de alguna manera, editadas y a la venta al p¨²blico: Venus de las pieles, de S¨¢nchez Masoch: Las amistades peligrosas, de Chaderlos de Laclos; La lozana andaluza, de Francisco Delicado; Justina, de Sade, Memorias de Casanova, Esplendor y miseria de las cortesanas, de Balzac..., y gran parte de las obras francesas del XIX.
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